James Blake hace bailar las penas en el décimo aniversario del Vida Festival
El festival de Vilanova y Geltrú también acogió la actuación de Silvia Pérez Cruz y la reunión de Standstill
Vilanova y la GeltrúEn la campaña promocional de este año, el Vida Festival prometía una revolución por su décimo aniversario, pero ésta no parece haber llegado a un programa artístico continuista con la línea de pop-rock independiente que ha caracterizado el evento de Vilanova y la Geltrú des de su primera edición, y que le ha consolidado como el festival catalán de música con más ambición internacional de entre todos los que se celebran fuera del área metropolitana de Barcelona (con permiso de el Eufónico, que ha arrancado este mismo fin de semana en las Terres de l'Ebre). De hecho, la única salida de guión para celebrar la efeméride fue el "concierto inaugural" de Clara Peya en la jornada del jueves 4. En formato XXL, la pianista de Palafrugell añadió un grado de excepcionalidad a su exploración de una belleza disconforme, rodeándose de algunas de las voces que le acompañan en el álbum Corsé (2023), como Ede, Salvador Sobral y su paisana Silvia Pérez Cruz, también protagonista del primer pase destacado del viernes 5. "No sabía si vendría alguien a esa hora", comentó la cantante, agradeciendo la presencia del público que se había acercado a verla con el sol todavía alto en el cielo, y que le dedicó una primera ovación espontánea cuando apenas llevaba un minuto empezando la actuación. Es el poder de conmoción de una auténtica médium de la canción popular, que presentó Toda la vida, un día (2023) en formato abreviado respecto al recital de tres horas con las que inauguró el Festival Grec hace unos días, pero sin mermar el recorrido del ciclo vital que da hilo conductor al disco ni la capacidad para hacer sonar eternas tanto las composiciones propias como las citas en William Carlos Williams, Pessoa, Pere Quart o Chicho Sánchez Ferlosio.
El concierto de Pérez Cruz anunció un itinerario dominado en buena parte por los artistas catalanes, como Ferran Palau, que reunió en torno al bucólico espacio de El Barco un gentío quizá contraproducente para una propuesta que pide recogimiento cómplice y no palabrería, o Ciudad, que desbordaron el escenario La Cabana con house pop y groove cómic. O, claro, los reactivados Standstill, que ofrecieron su primer concierto en Cataluña en nueve años. Un paréntesis que sólo se notó en el entusiasmo con el que el público celebró el reencuentro con el conjunto capitaneado por Enric Montefusco, que no ha permitido que se oxidara la coraza de un directo sólido como pocos, ni el empuje coreable de un repertorio que vuelve críptico lo cotidiano y que encuentra su sentido allí donde el rock empieza a perder la forma abre a otros tipos de intensidad.
Ride dispersa al público
Todavía es pronto saber si la reunión de Standstill es un homenaje sin planes de continuidad o el inicio de un nuevo capítulo. Un interrogante que Ride resolvieron hace años, publicando una récua de álbumes coherentes con el cruce de texturas guitarrísticas que en la década de los 90 les convirtió en exponentes de la escena shoegaze, pero que no les ha servido para sumar nuevos adeptos en su nicho. O, al menos, esto es lo que se deducía de la dispersión de la audiencia durante la actuación de la banda de Oxford en el escenario principal del Vida. Un público que no volvió a reagruparse hasta la aparición de James Blake, cabeza de cartel que cuando se dirigía al público transpiraba la incomodidad de quien sabe que su propuesta tiene un extraño encaje en el prime time de los festivales. Una autoconciencia que, por otra parte, ha llevado al británico a zambullirse de profundidad oceánica en los bajos para buscar el perfil más intenso, rítmico y (casi) bailable a la melancolía digital de su sonido, de la que es paradigma Limit to your love, versión de la canadiense Feist que convirtió la explanada de la Masía de Cabanyes en un campo de brazos alzados para grabar el momento con el teléfono móvil.