Música

Crítica de 'Lux', la Pasión según santa Rosalía

La artista de Sant Esteve Sesrovires lleva la ambición más allá de las expectativas en los 60 minutos musicales más relevantes del año

BarcelonaLux es un 10 sobre 10. Se presenta como un álbum conceptual estructurado en cuatro movimientos, como si persiguiera la solidez estructural de una sinfonía y el desarrollo de un drama litúrgico. Cuatro movimientos, uno menos que Toda la vida, un día, de Silvia Pérez Cruz, otro disco reciente sobre un ciclo de vida. Y por encima de todo es una obra emocionante que entrelaza letra y música con tanto atrevimiento como respeto por las diferentes tradiciones que conforman el relato artístico de Rosalía. Lux no existiría sin Los ángeles (2017), El mal querer (2018) y Motomami (2022), ni sin el flamenco, la polifonía europea, el pop, el trap, la música experimental y los ritmos latinos, pero es mucho más que la suma de todas estas partes, porque, por encima de los notables hallazgos y filigranas compositivas y de producción, de la magnificencia sinfónica de algunos pasajes, de la naturalidad con que relaciona beats urbanos y violines barrocos, logra que las 18 canciones del álbum conmuevan por sí mismas. Lux no es un ejercicio de estilo (o de estilos).

Sintonizar con las influencias que evoca el disco, como Arca, Bach, Björk, Kate Bush, Nick Cave, Händel, Enrique Morente, Puccini, Sufjan Stevens, Scott Walker, Vivaldi y las producciones de José Torregrosa y Ricard Miralles para Los Chichos, puede hacer más estimulante la escucha y premiará al melómano, pero las canciones de Lux son lo que son gracias a Rosalía, que ha llevado la ambición artística más allá de las expectativas, más conectada con El mal querer que con la vertiente más caribeña, sí, aunque sin el éxito de Con altura y Despehá seguramente no habría llegado a la catedral de Lux, con la Orquesta Sinfónica de Londres, el Cor de Cambra del Palau de la Música y la Escolanía de Montserrat integradas con criterio y sensibilidad dentro del universo de la estrella de Sant Esteve Sesrovires.

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1. La voz y las lenguas

Como ocurre con el mejor pop (con la mejor música, de hecho), el disco no es un 10 sólo por la riqueza musical y por el innegable virtuosismo armónico y lírico. Es un 10 precisamente porque toda la complejidad y todas las referencias están al servicio de unas ideas y unos sentimientos que Rosalía transmite con más transparencia que nunca. Incluso la voz, que antes enmascaraba con deleite, ahora la proyecta con mayor nitidez; por ejemplo, en Divinize (cantada en catalán y algo de inglés) y en baladas como Mio cristo (en italiano) y Sauvignon blanco (en castellano), y cuando, "coronada y espinada" y en diálogo con un piano impresionista, alterna castellano y francés en la dramática Jeanne (¿por Juana de Arco?). Ni que decir tiene que para el oyente catalanohablante es un placer especial oírla cantar en catalán en Divinize, con esa naturalidad tan íntima.

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Bien mirado, el hecho de que haya querido cantar en trece idiomas diferents (incluidos el árabe, el hebreo y el japonés), y que sean inteligibles, juega a favor de la claridad de una voz menos tratada y filtrada que en los dos discos anteriores; también ayuda una métrica en arte menor que sigue con rigor y con un vocabulario menos pop, con menos jerga (salvo Novia robot) y con juegos metafóricos más clásicos. Por ejemplo, en Magnolias mantiene imágenes motomami como las motos KTM que queman ruedas sobre el ataúd, pero cuando la emoción se juega los cuartos abre la libreta de las metáforas avaladas por la historia cósmica: "Yo que vengo de las estrellas, hoy me convierto en polvo para volver a ellas".

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2. Una espiritualidad sin intermediarios

Lux es la Pasión según santa Rosalía. Más concretamente, la Pasión de Rosalía explicada por ella misma. Empieza con la inquietud de quien quisiera vivir entre la tierra y el cielo ("primero amar al mundo y después amar a Dios", dice) de Sexo, violencia y llantas y la recapitulación de vivencias ("creció y lo descaro lo aprendió en Barcelona"), alegrías y pérdidas de Reliquia, implicando secciones orquestales y electrónica en una dialéctica no exactamente de opuestos, pero sí de relaciones conflictivas. Y termina con el adiós, la muerte y la migración trascendente de Memória y Magnolias, una resurrección más poética que otra cosa, más cósmica quizás, por lo del polvo de estrellas. Por el camino, por las diferentes estaciones de la Pasión, despliega una espiritualidad sin intermediarios que se alinea con santas no necesariamente mártires, aunque en Jeanne canta que no hay mejor amor que aniquilarse. Esta canción incluye también un ruego en la disolución de los géneros, cuando dice que no será un hombre, tampoco una mujer, porque sólo el corazón puede llamarla. Un amor sin documentos, pues.

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Entre el piano romántico que abre Sexo, violencia y llantas y el coro que culmina Magnolias, refiere dramas, violencia y desengaños, y también epifanías, muerte y trascendencia. Pero no apuesta por el sacrificio como camino virtuoso, que sería el relato clásico del héroe masculino y que de algún modo empapaba algunas canciones de Motomami y El mal querer. Ahora busca otra forma de estar en el mundo, como mujer y como artista, al margen de infiernos emocionales, catarsis narcisistas y manipulaciones.

Como mujer, porque el relato es lo suficientemente universal para que mucha gente se reconozca en unas historias de decepciones sentimentales donde Dios es la metáfora que describe todo lo que las relaciones con los hombres no han sido. Nunca será la mitad de nadie, ni propiedad de nadie, dice en Focu 'ranni. Y basta con notar en las costillas del examante los reproches que le espeta a La perla, interpretada con el grupo estadounidense de origen mexicano Yahritza y su Esencia y formulada como las grandes canciones de Juan Gabriel y Paquita la del Barrio: "Medalla de oro olímpica en el más cabrón [...] mientas más que hablas [...] Te harán un monumento a la deshonestidad [...] La lealtad y la fidelidad es un idioma que no entenderás". Como ocurre con algunas canciones de Taylor Swift y Olivia Rodrigo, no querrás ser la diana del despecho Rosalía. Sin embargo, luego asegura que no quiere venganza (en el fragmento en ucraniano de De madrugá).

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Como mujer, decíamos, y también como artista, porque hay letras que se pueden leer como reflexiones sobre estos años en el centro del mainstream. Como la Tosca que canta el aria Vissi d'arte, pero sin el sentido trágico de la heroína suicida de Puccini, Rosalía vive del arte y para el arte con una dedicación casi teleológica; una misión, en palabras de Rosalía, que complica la posibilidad de vivir entre "la tierra" (la vida mundana) y "el cielo" (la vida artística). Por eso, la trascendencia y el anhelo de pervivencia de Memória, la magnífica canción que comparte con la portuguesa Carminho, habla también de la angustia de la artista ante la perspectiva del olvido. Igualmente, en La rumba del perdón está la artista que recuerda que su mejor amigo, el que tocaba la guitarra, no sería tan amigo si hizo lo que hizo, y lamenta que el poder pese más que el amor. En esta canción que crece entre arreglos orquestales de rumba de los setenta y una percusión brutal, Rosalía invita a Sílvia Pérez Cruz y Estrella Morente. Es la misma operación que realiza con Björk en Berghain: quitarse el sombrero y reconocerlas como referentes que la atan al hilo de una misma historia.

Pero la pieza en la que mujer y artista se fusionan con más fuerza (o así se puede interpretar) es la morentiana Mundo nuevo: "Quisiera yo renegar de este mundo por entero, madre de mi corazón. Volver de nuevo a habitar por ver si en un mundo nuevo encontraba más verdad", dice citando a la petenera que cantaba la Niña de los Peines. ¿Es el lamento, casi rabioso, por haber participado en la hoguera de las vanidades? En cualquier caso, existe el propósito de un mundo nuevo, como era nuevo el flamenco de Morente y era nuevo el pop de Björk. Como es nueva la Rosalía de noviembre de 2025.

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3. Los pecados no son de Rosalía

Rosalía sólo se pone guapa para Dios, nunca para ti ni para nadie, canta en Novia robot como un grito de liberación rotundo y definitiva. Lux es una propuesta feminista que bebe del pensamiento de Simone Weil, de la gravedad y la gracia que cita explícitamente en Mio Cristopiange diamante porque el amor es demasiado serio para banalizarlo, y demasiado excitante para vivirlo sólo de acuerdo con las normas de una Iglesia. "Más viva que nunca", pregona en catalán en Divinize. Y en Dios es un stalker alerta de que no es la puta del momento, sino cuyo laberinto no puedes salir.

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Dios es omnipresente en el disco. El amor divino parece un objetivo finalista, y Berghain, la portada del álbum y algunas declaraciones a Radio Chica y el Popcast de The New York Times pueden hacer pensar en un Dios indispensable para salir adelante, como si Rosalía se atribuyera el papel de emisaria divina que niega la vida plena a quien no comulga con Dios. Berghain, en el contexto de Lux, ya no es exactamente eso. Como decía otra referente de Rosalía, Patti Smith, Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los de ella. Por tanto, y a pesar del material simbólico y el combate entre el éxtasis espiritual y la sensualidad carnal de Berghain (probablemente inspirada en las experiencias místicas de la bretona Armelle Nicolas), más que una devoción proselitista, en Lux hay un Dios que funciona como metáfora de paz emocional, como el diablo servía como agente del malestar en algunos grupos de metal.

Como hizo la gran mística alemana Hildegarda de Bingen, y como ella otras religiosas que fueron a la vez artistas y científicas antes de que la Contrarreforma católica las condenas a la subalternidad (si no a la servidumbre más alienante), Rosalía expresa la espiritualidad haciendo cosas: en vez de un retiro íntimo o de elaborar un discurso inequívocamente evangelizador como el actual Daddy Yankee, hace un disco como Lux y lo proyecta como una obra de arte autónoma que imagina la posibilidad de una vida y una muerte llenas en un mundo hostil y decepcionante. Ésta es la inspiración que Rosalía recoge del misticismo femenino que representa Hildegarda de Bingen (sobre la que Raquel García-Tomás, la compositora de la ópera Alexina B., está preparando una obra). Así como de Simone Weil asume la ética del amor.

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En las canciones del álbum, sin embargo, no muestra tan claramente otras influencias místicas, como la revelación a través del placer del cuerpo, salvo, quizá, de cuando persigue la gracia a Divinize ("mi columna es un rosario") o cuando describe el amor como un alud de nieve en la que quiere hundirse en La yugular, la canción más cósmica del disco, con armonías árabes y una coda poética que recuerda a Maria Arnal.

4. La reformulación del pop

Lux es la cima de Rosalía, y también de un año que empezó con el esplendoroso disco de Bad Bunny. En Lux, donde sólo dos o tres canciones (o fragmentos de canciones) son bailables según las convenciones de los clubs, reformula el pop sin tener que justificar que disfruta removiendo diferentes pozos estilísticos como hacía en Motomami, ese disco abrumador en el que insistía en el concepto de transformación como esencia de su personalidad artística. Ya no lo necesita. Lux es una síntesis maximalista de los intereses musicales, sonoros y poéticos de Rosalía, exuberando incluso en las distancias más íntimas.

La originalidad es una personalidad que no crea desde cero, sino que enseña con orgullo las cartas de diferentes tradiciones, y las combina en canciones que parecen reproducir también el modelo de cuatro movimientos del disco (algunas con resultados dramáticos más exitosos que otras). Además, lo hace con una paleta de colores más amplia que otros artistas que han caminado por el pop con zapatos electrónicos y a hombros de una orquesta y un corazón. Ejemplos hay en espuertas. La forma en que integra el piano romántico, el violonchelo y la electrónica en Sexo, violencia y llantas. La solemnidad del flamenco-copla sinfónico que despega Mundo nuevo, con Morente y Dorantes en el recuerdo. La inteligencia con la que dispone las voces blancas de la Escolanía de Montserrat en el coro final de Magnolias. La cuerda de Reliquia, que se acerca al latido experimental de Hildur Guðnadóttir para transmitir desesperación y lleva a Rosalía a refugiarse en el piano como Scott Walker o Nick Cave cuando admite que no es una santa pero que está "blessed". El fado que se abre paso entre la guitarra en Memória y hace brillar aún más la voz de Carminho. La electrónica crispada y el ritmo ginchero de Focu' ranni. El trap sinfónicocoral de Porcelana. La forma de infiltrar armonías árabes entre la guitarra española en La yugular...

Lux, los 60 minutos musicales más relevantes de 2025.