Virginie Despentes: “No entiendo por qué los heterosexuales odian tanto a las mujeres"

BarcelonaEs una de las voces más destacadas de las letras francesas, una referente mundial del feminismo y una de las escritoras más atrevidas de Europa. Virginie Despentes (Nancy, 1969) puso encima de la mesa temas como la prostitución, la pornografía, la identidad de género y la violación con Teoría King Kong (2007), cuando prácticamente nadie hablaba de ello. En 2010 publicó Apocalipsis bebé, una novela negra sobre dos detectives en busca de una adolescente desaparecida. La novela le valió el premio Renaudot y la consolidó como una de las autoras de prestigio en Francia. Ahora el libro lo publica Penguin Random House, con traducción de Robert-Juan Cantavella.

Han pasado 12 años desde la publicación de Apocalipsis bebé. ¿Cómo se relaciona ahora con el libro?

— Me queda muy lejos y a la vez me ha pasado muy rápido. Era el primer libro que escribía a través de monólogos de los personajes, y este proceso lo repetí después con Vernon Subutex. Me lo paso muy bien escribiendo así. Apocalipsis bebé tuvo muy buena recibimiento en Francia. Era la primera vez que vendía muchos libros, a la crítica le gustaba y tenía un premio importante. Fue el inicio de una etapa más cómoda y tranquila como autora.

Desde entonces se ha convertido en una de las grandes voces de la literatura francesa. ¿Cómo lo vive?

— Antes publicar un libro era la guerra, ahora es mucho más agradable. Ahora en Francia soy la mimada de la prensa y de los lectores. Lo disfruto mucho, quizás porque también he vivido lo contrario. Pero intento no perder de vista que siempre se tiene que establecer una relación de honestidad con lo que hago, aunque me arriesgue a perder mis buenos rollos como escritora. Tener éxito no significa que escribas buenos libros. Simplemente pasa.

La novela sigue a Julie en su tarea para encontrar a una joven de clase alta que se ha esfumado. Por el camino se une con La Hiena, una investigadora magnética que la lleva de París a Barcelona en una aventura lésbica en entornos radicales. ¿De dónde sale el personaje de La Hiena?

— Cuando escribía el libro acababa de conocer a Paul B. Preciado y de descubrir mi homosexualidad. La Hiena es la encarnación de la alegría total ante mi nueva identidad como lesbiana. Fue una fiesta absoluta que todavía dura. Los primeros años de pareja con Paul fueron realmente mágicos. La Hiena representa a esta lesbiana un poco Clint Eastwood, con aires de cowboy. Es muy negativa, pero dice y hace todo lo que yo sueño con decir y hacer. La quiero tanto que la he hecho volver a aparecer en Vernon Subutex y también sale en mi nueva novela. Sirve de contrapeso a Julie, una joven deprimida que no sabe cómo hacer su trabajo. La Hiena es la amiga que te empuja a salir adelante, que te cambia la vida.

A través de ella, Julie descubre una comunidad de lesbianas. Ella la describe como una burbuja que habita en la sociedad, pero que está casi desconectada del resto de identidades sexuales. ¿Esta es su mirada del colectivo?

— Cuando publiqué Fóllame, las lesbianas de París se la hicieron suya y se me acercaron mucho. Pero no fue hasta unos años después cuando me adentré realmente en la comunidad lésbica. En Barcelona tuve la sensación de entrar en un mundo que había visto, pero que no conocía emocionalmente. Para mí supuso muchos alivios: me encontraba bien con ellas, coincidía con ellas políticamente, teníamos muchas cosas en común. Sentí que se abría una parte de mi mente y que entendía muchas cosas. Para mí, la identidad heterosexual era como una mochila muy pesada y llena de herramientas que no me servían para nada. Fue como dejarla en el suelo y poderme liberar.

La novela transcurre en buena parte en Barcelona. ¿Qué relación tiene con la ciudad?

— Paso cinco meses al año en Barcelona, y quizás al final me quedaré a vivir aquí por siempre jamás. Escribo aquí, me encanta la ciudad y he visto cómo cambiaba con los años. Lo que pasó con el 1-O fue muy importante. Lo viví desde la Barceloneta, y para mí fue una experiencia muy intensa. Vi cómo la política se hacía desde las emociones. Hasta entonces me habían hablado de Catalunya y de la independencia, pero después del 1-O entendí el deseo identitario, me di cuenta de que no es el nacionalismo que conocemos en Francia y vi la represión. He intentado varias veces escribir sobre todo aquello. De momento no lo ho conseguido, pero tarde o temprano lo haré.

Uno de los personajes de la novela dice que “las mujeres que necesitan un hijo es porque los hombres no les dan lo que quieren”. En Teoría King Kong critica que la maternidad se haya vuelto uno de los aspectos más glorificados de la condición femenina. ¿Por qué se opone a ello?

— Conozco a mujeres para las que la maternidad les va muy bien. Pero no siempre es tan fácil, y algunas son malas madres involuntariamente. Me interesa esta maternidad defectuosa porque está muy invisibilizada y muy cargada de culpabilidad. No todas podemos estar hechas para ser madres. De hecho, no creo que mi madre disfrutara de su papel como madre. Y nos llevamos bien, es una buena persona y me ha cuidado, no pasa nada. Pero pienso que las madres tienen derecho a que no les guste ser madres.

El feminismo ha cambiado mucho desde que publicó Teoría King Kong. ¿Considera que la evolución es favorable?

— Al principio, mientras escribía el libro, no creía que tuviera un buen recibimiento, pero sentía que lo tenía que hacer. Ha sido una sorpresa ver cómo se ha ido leyendo durante todos estos años. El feminismo se ha convertido en un movimiento de masas y se ha puesto en el centro del debate. Ahora a las adolescentes se les habla mucho de feminismo, son conscientes de que hay cosas que no son normales, que no son culpa suya y que pueden levantar la voz. Todo esto es positivo.

¿Qué papel juegan los hombres en esta transformación?

— Pues en los últimos años tengo muchos lectores que son hombres jóvenes, de 17 o 20 años, y me piden que les firme Teoría King Kong. Piensan que es una lucha política importante y tienen curiosidad por saber de qué hablamos. Esto para mí es completamente nuevo.

¿Confía en la deconstrucción de la masculinidad?

— En una masculinidad antipatriarcal, sí. El patriarcado no es bueno para la gran mayoría de los hombres, y algunos se dan cuenta de ello. Creo que nos podemos unir en cuestiones como, por ejemplo, luchar contra la guerra o en la relación con el trabajo. Hay posibilidades de lucha en común.

Esto implicaría, para ellos, tener que perder privilegios. ¿Los ve dispuestos?

— Algunos saben que implica perder privilegios y están de acuerdo, igual que yo como mujer blanca sé que para apoyar las luchas negras y conseguir un mundo más justo perderé privilegios. No lo veo como una amenaza, y me parece que pasa lo mismo con algunos hombres. Detecto una evolución, en este sentido.

La sexualidad acostumbra a ser uno de los pilares de sus novelas. Hace tiempo que sabemos que los niños entran cada vez antes en contacto con la pornografía a través de internet, y que estos contenidos influyen fuertemente en su educación sexual. ¿Qué piensa?

— El odio hacia las mujeres ha crecido muchísimo y se ha traducido en un porno muy violento. Años atrás no era así. Es un problema que hemos creado en esta época, y todavía no nos sabemos explicar cómo hemos podido llegar hasta aquí. No entiendo por qué los heterosexuales odian tanto a las mujeres y su propia sexualidad. No es natural. De Rusia, o de México, está llegando pornografía extremadamente violenta. Hacemos como si no pasara nada, pero cada país tiene su historia de trauma. Y esta violencia también se traduce en otros espacios de internet, como por ejemplo el odio que las mujeres reciben en TikTok, en Facebook o en Twitter.

Como mujeres, ¿cómo tenemos que gestionar este odio?

— Lo más sorpresivo es que hay muy poco odio de las mujeres hacia los hombres. Habría que crear espacios alternativos donde se pueda hablar e intercambiar opiniones sin un nivel de odio tan alto, sin agresividad. No digo que estén vetadas las discusiones o las críticas, pero no se tendría que permitir que de repente 200 personas te vengan a insultar, y que encima sea por tu apariencia. Confío en las nuevas generaciones porque ya ha habido cambios en este sentido. Han dejado de aceptar socialmente actitudes y comportamientos que antes estaban normalizados. Ahora ya no lo permiten.