Katharina Wagner y su giro argumental en una ópera romántica, con polémica incluida
La bisnieta de Richard Wagner presenta su lectura de 'Lohengrin' en el Liceu

'Lohengrin', de Richard Wagner
- Dirección escénica: Katharina Wagner
- Dirección musical: Josep Pons
- Intérpretes: Klaus Florian Vogt, Elisabeth Teige, el, Jorge Rodríguez-Norton, Gerardo López, Guillem Batllori, Toni Marsol, Carmen Jiménez, Mariel Fontes, Elisabeth Gillming, Mariel Aguilar i l'Orquestra i el Cor del Gran Teatre del Liceu
Lohengrin es una obra sensacional, una obra maestra sin paliativos y que sirve de bisagra entre el romanticismo historicista y la conceptualización atemporal del mito que Richard Wagner emprendería a partir de entonces. A estas alturas, casi nadie la aborda desde el realismo histórico, aunque Wagner se basó en unos hechos que se remontan al siglo X y que en 1850, cuando se estrenó la pieza en Weimar, la escenografía y el vestuario debían reconstruir esa alta edad media. Los tiempos han cambiado y hoy la mejor opción es dejarse de cartón-piedra y recurrir a la conceptualización propia del Regietheater, del que en el Liceu hemos tenido buenas muestras, incluso en esta ópera: el genial (y controvertido) montaje firmado por Peter Konwitschny visto en el teatro de la Rambla en 2000 y 2006 es una buena muestra.
Katharina Wagner sigue la misma tendencia, en un espectáculo cuyo principal novedad es el giro argumental con la subversión moral de los personajes. Lohengrin no es un caballero puro imbuido de la gracia del Graal, sino un personaje tóxico, un psicópata de manual y un paranoico que ve fantasmas, sobre todo después de que (durante el primer preludio) haya asesinado a Gottfried, hermano de Elsa. A partir de ahí, todo cambia para quienes quisieran una mirada tradicional, porque Ortrud y Telramund se afanan por hacer ver la verdad a la desgraciada Elsa. Hay buenas ideas, una narración clara, buena caracterización de los personajes y valentía en algunas soluciones, si bien el montaje no acaba de ser redondo, sobre todo porque en el tercer acto algunas notas de la dramaturgia chirrían y se contradicen con el sentido del texto y de la música. Todo ello, enmarcado en una escenografía diseñada por Marc Löhrer (con un bosque fantasmagórico al estilo del filme sobre la bruja de Blair) y con vestuario discreto de Thomas Kaiser, bien complementados por la iluminación de Peter Younes.
La salida a escena del equipo escénico fue contestada con una ruidosa protesta, que seguramente tiene mucho que ver con las malas formas con las que la bisnieta de Wagner se ha paseado estas últimas semanas por el teatro, por la polémica con Iréne Theorin (que cantará a partir de la segunda función) y por el desprecio de Katharina Wagner a los medios de comunicación. No obstante, no creo que la protesta sea justificada.
El dominio de Josep Pons
Lo más lamentable es que en días anteriores al estreno se haya hablado mucho de escena y poco de música. Cuando a la hora de la verdad es la parte musical la que merece un ruidoso aplauso, tanto en general como en particular. Empezando por la dirección de Josep Pons, que una vez más ha demostrado dominar el lenguaje wagneriano y una obra como Lohengrin. Esa sonoridad que Thomas Mann definía como "azul-plata" presidió el foso del Liceu, con la mezcla entre lirismo y heroísmo romántico, sin amaneramientos y sin estridencias, todo en su sitio, con equilibrio y brillo, con sentido poético y con modélico acompañamiento de las voces, sin taparlas. El coro de la casa tampoco lo tenía fácil con una partitura exigente y ante la que ha mostrado un excelente nivel y entusiasmo, a años luz de la mediocridad del Réquiem de Mozart y como si de otra formación se tratara.
Asumía el rol titular un Klaus Florian Vogt muy bregado en este rol y en otros del mismo compositor. Tiene voz de Tamino y eso no tiene remedio, pero la técnica es inmaculada, la proyección generosa y además ha sabido dotar de colores precisos a su interpretación a partir del personaje releído por Katharina Wagner.
Elisabeth Teige fue una Elsa correcta en el primer acto pero que lo dio todo en el resto de la ópera, con un final de segundo acto conmovedor en el expansivo Mein Retter. Una lírica pura que, sin embargo, debería revisar la técnica en algunos pasajes si quiere realizar una carrera larga.
Sensacional y abrasadora la Ortrud de Miina-Liisa Värelä, aunque quedó algo desdibujada en el Entweihte Götter! del segundo acto. Lo dio todo y fue compensada por una ovación unánime al salir a saludar. A su lado, el Telramund de Ólafur Sigurdarson se vio afectado por una voz poco rotunda, a pesar de la expresividad inmaculada del barítono islandés. Al Heinrich de Günther Groisböck le faltaron graves, mientras que en el barítono Roman Trekel le ha pasado su mejor momento.