La pasión italiana por el inglés
El italiano hace tiempo que adopta palabras del inglés que ni la voluntad exterminadora del fascismo pudo "extirpar"
En los años 30 la Italia fascista declaró la guerra a los “barbarismos”. El italiano era una lengua normalizada hacía poco, y uno de los objetivos del fascismo era completar la construcción nacional añadiendo tierras irredentas y unificando culturalmente y lingüísticamente al país. Por eso, la Accademia d'Italia (que el fascismo creó en paralelo a la Accademia della Crusca, la institución histórica que todavía hoy vela por el italiano), redactó listas de palabras prohibidas, como por ejemplo dessert, champagne o film , que se tenían que sustituir por finepasto, sciampagna y pellicola . Solo pellicola se utiliza hoy entre los amantes del cine, pero no en la lengua común.
Otro “problema” eran los “dialectos”, todavía demasiado “utilizados” entre la población. A pesar de todos los esfuerzos, el purismo fascista fracasó, y lenguas y palabras prohibidas fueron centrales en el cine neorealista o en la obra de poetas como Pasolini. El italiano regional enriqueció mucho la lengua, pero a partir (grosso modo) de los 80 su evolución ha estado particularmente marcada por la influencia del inglés. No obstante, el italiano no ha desaparecido, ni se ha corrompido irremediablemente. Aún así, como en los años 30, no falta quien mira hacia el futuro con preocupación. El catastrofismo no es, pues, una cosa exclusiva del catalán.
Gran parte de los neologismos se introducen y se difunden por las redes sociales. Aparte de haters e influencers, el italiano ha adaptado expresiones inglesas como blastare (acallar o humillar a alguien) o bannare (bloquear o excluir), e incluso googlare o whatsappare. Son verbos que han entrado en el lenguaje común de quien utiliza i social (redes sociales) y aquí hay una gran diferencia respecto al catalán: casi siempre se italianiza la palabra inglesa, no se propone un sustituto ni tampoco se adapta mucho la ortografía, por eso los italianos twittano.
Junto a estas adaptaciones, encontramos expresiones en inglés que se asientan como sinónimos o sustitutos. Aquí los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad, a pesar de que junto con las mismas instituciones. Ciertos anglicismos son bienvenidos y útiles, pero otros son ridículos. Como caregiver, es decir, cuidador, o navigator, un tutor para jóvenes y parados que buscan trabajo. El mismo primer ministro italiano, Mario Draghi, en un discurso reciente lleno de expresiones como baby sitting o smart working, no pudo no ironizar sobre esta manía de decirlo todo en inglés. Para Draghi el plan de rescate pos-covid es el recovery plan, la mission principal de su gobierno.
Por otro lado, del inglés también calcamos estructuras. Así, por ejemplo, en los programas de cocina, ahora todo es andiamo a, por influencia del going to. Hace unos años, esto era impensable.
Ahora bien, no todo viene del inglés. Hay un pequeño espacio para el catalán: remontada es una palabra muy utilizada en el lenguaje periodístico deportivo. O incluso para el castellano, con movida, sinónimo de vida nocturna.
¿Y qué hace la Accademia della Crusca? Protesta, sin éxito. La institución siempre va un paso atrás respecto a la realidad. Las aportaciones de escritores que se han inspirado en la riqueza idiomática del país –Pirandello, Verga, Trilussa– han sido capitales para contrarrestar el modelo purista propuesto por la Accademia. Hoy la institución, a pesar de criticar el uso de extranjerismos, no puede hacer otra cosa que no sea dedicarles fichas explicativas en su página web. Es la fotografía del país: antes los escritores enriquecían el lenguaje inspirándose en las variantes regionales, hoy el inglés parece la principal fuente de inspiración.
Marcel A. Farinelli es doctor en historia (UPF), investigador independiente, escritor, traductor y profesor en el CIEE de Barcelona.