El castellano en los tiempos del 'streaming'

Cualquier lengua da buena cuenta de la realidad: de la que usamos, de la que necesitamos y de la que queremos nombrar

Álex Herrero
3 min
Il·lustració

Nada más llegar a la oficina, un trabajador se enreda en una call (llamada) urgente para explicarle el último briefing (informe) y el timing (calendario) propuestos a raíz de la brainstorming (tormenta de ideas). Y todo esto sin hacer un break (descanso) para tomarse el primer café del día. Un adolescente navega por Instagram y stalkea (espía) aquello que sus amigos hicieron en la fiesta. Una parte del grupo se dedicó a tiktokear (grabar vídeos para TikTok) un challenge (reto); otra, los gamers (videojugadores), tras varios días baneados (bloqueados), a baitear (servir de cebo) en el battlefield (campo de batalla).

Estoy seguro de que varios lectores agradecerán que se hayan puesto las traducciones a algunas de las voces anteriores. Y es que, aun con acento inglés, comunicativamente tienen cierto regusto a chino.

Internet ha supuesto una auténtica revolución tanto en nuestras vidas como en nuestro idioma. Las fronteras físicas –salvo en estos tiempos pandémicos– se han convertido en muchos casos en límites simbólicos, y son las lenguas, en un mundo hiperconectado, las que marcan los confines.

El idioma da buena cuenta de la realidad: de la que usamos, de la que necesitamos y de la queremos nombrar; por eso toma palabras de otros, crea las que considera necesarias y resucita en ocasiones –las que menos– algunas casi olvidadas.

Aún así, no faltan adalides en defensa de la pureza del castellano, del idioma de Cervantes, al que se debe defender de todos los extranjerismos, barbarismos y calcos que amenazan hoy lo que algunos llaman el castellano correcto. Sin embargo, la llegada de términos extranjeros al castellano no es algo novedoso. Algunos se han asimilado tanto que considerarlos voces foráneas nos resulta extraño. Por ejemplo: jamón viene del francés (jambon) –en castellano, antes se utilizaba pernil– y quién diría que túnel tiene origen inglés (tunnel) –en castellano se usaba mina–. Entonces, ¿hay que luchar contra los extranjerismos?

La respuesta es que depende. Según la Real Academia Española (RAE), la necesidad de una palabra nos indicará si el extranjerismo es bienvenido o no. Así las cosas, analicemos las formas de tratar un extranjerismo con un ejemplo.

Selfie entró a formar parte de nuestras conversaciones allá por el 2013. El primer paso para valorar la incorporación de extranjerismos consiste en localizar términos equivalentes en nuestro idioma –autofoto y autorretrato fueron dos alternativas de la Fundación del Español Urgente (Fundéu) que a los hablantes no terminaban de convencerlos–. El segundo paso, si no se da con el primero, es adaptar la voz extranjera a las pautas fonéticas y morfológicas del idioma –en este caso, selfi, sin la e final, sería la correcta—. La propuesta convenció a los hablantes y hoy es una grafía más que asentada, como se puede comprobar en los corpus lingüísticos. Para los casos en que ni la alternativa castellana ni la adaptación triunfen, siempre queda el tercer paso: utilizar la cursiva, tal y como hacemos con anglicismos como whisky, al no tener una alternativa castellana ni una adaptación satisfactoria (aunque el diccionario de la RAE recoja güisqui).

En definitiva, no tengamos miedo de las palabras –propias y extranjeras– porque, como decía el poeta latino Horacio: “Rebrotarán muchas palabras que ya habían caído y caerán las que ahora están de moda, si así lo quiere el uso, en cuyo poder residen el arbitrio, la autoridad y la norma de la lengua”.

Álex Herrero es asesor lingüístico y editorial y colabora en Fundéu, una institución impulsada por la RAE y la agencia Efe para impulsar el buen uso del castellano en los medios de comunicación.

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