Magda Polo Pujadas

'Sirat' o supurar la herida

Sirado es una epifanía dramática de 2025 coescrita y dirigida por el gallego Oliver Laxe (París, 1982), que representará a España en los Oscar 2026. Es una película protagonizada por Sergi López y Bruno Núñez que, como argumento, expone la búsqueda de una hija desaparecida en los desiertos del sur de Marruecos por parte de un padre y su hermano. La película se estrenó en el 78º Festival de Cine de Cannes 2025, donde ganó el Premio del Jurado (ex aequo con la alemana Sound of falling). Más allá de ser una película, es la propuesta de un viaje que zigzaguea por las crisis personales y colectivas, por los precipicios de la pérdida de valores de la sociedad actual y que te hace entrar, quieras o no, en la herida de la vida o, lo que sería lo mismo: te hace saltar al abismo de la fragilidad.

A Sirado, Laxe entrelaza, con el acompañamiento de una cultura demonizada como la de la rábano, música e imagen en una experiencia que trasciende la mera presencia sonora para convertirse en un auténtico elemento neurótico de la película. Desde el proceso de escritura, el director trabajó en la banda sonora con el músico francés David Letellier (conocido como Kangding Ray) para que las texturas electrónicas no fueran un simple fondo, sino un elemento narrativo que guiara la transformación de los personajes y del propio espectador, con un sonido potente, repetitivo e hipnótico, como es habitual en las rábanos, que nos procuran unos espacios de desinhibición.

Cargando
No hay anuncios

De acuerdo con Nietzsche, que decía que no creerá en un Dios que no baile, el filme se abre con la energía frenética de una rábano nocturna, donde el beato tecno convoca una fisicidad inmediata: el cuerpo vibra, la imagen late, el espectador siente antes de pensar o, mejor dicho, no puede pensar porque sólo siente. No hay tiempo para pensar, sólo para perderse plenamente en el vacío. En esta escena inaugural, en la que los amplificadores son un personaje más porque son la fuente primigenia del sonido, la cámara se desliza entre los cuerpos sudados por las horas de desenfreno, gastados por chocar contra los muros infranqueables del sistema, olvidados de todo y de todos, mientras los rayos del sol o de la luna (en esta interno del aire del desierto; el sonido grave y punzante no sólo refuerza la imagen, sino que genera un tránsito colectivo que introduce el tema central del filme: la búsqueda de sentido a través de la experiencia física, de la exposición individual, personal, del ser interior que acaba siendo un engranaje más de la colectividad, de la experiencia que lleva a una exterioridad íntima y lacerada de la nace, la enlaza tabula zanja que representa el desierto.

A medida que el viaje avanza entre las dunas y las zonas rocosas del desierto, el recitativo del Corán que aparece como un espejismo descubierto por una de las protagonistas nos propone un punto de inflexión, una invitación al silencio, aunque después regresa a ese polvo inicial que se va desmaterializando en la atmósfera. de madrugada por una carretera vacía mientras sólo se oye un zumbido electrónico que se confunde con el murmullo del viento. En ese momento, la música deja de ser un evento festivo para convertirse en una búsqueda interior, un latido que acompaña a la deriva emocional del protagonista en la búsqueda de la hija. El paisaje árido, los silencios prolongados y la incidencia de la luz convierten cada plano en una experiencia sensorial que equilibra el exceso sonoro del comienzo con una contemplación casi mística, donde los que acompañan al personaje principal son como una especie de ángeles caídos que representan al pirata, el gitano, el punk, el freak, la hippie... y que negando la racionalidad se dan sólo al sentimiento.

Cargando
No hay anuncios

Esta evolución sonora y magnética dialoga de forma directa con la falta de valores y tensiones de la sociedad contemporánea, y propone una solidaridad que nace entre los protagonistas como si se deshojaran, poco a poco, los pétalos de una rosa. Laxe sitúa su relato en una Europa desesperitualizada, dominada por el ego y el ruido, y propone la música, el baile colectivo y el contacto con la naturaleza como vías de acceso a una nueva forma de vivir dentro de la herida abierta, que no se encuentra en la herencia ilustrada de nuestra sociedad, sino en la experiencia física y en la crisis personal. La rábano en el desierto aparece como un espacio de comunidad y resistencia frente al individualismo, un territorio donde los cuerpos se funden en una energía común que desafía jerarquías y normas. El vacío y la dureza del horizonte funcionan perfectamente como metáfora de un presente en el que la falta de rumbo y la incertidumbre del futuro obligan a enfrentar el presente del dolor (de la pérdida de personas queridas) ya buscar un sentido más allá de las ingenuas seguridades de la sociedad actual.

En esta fusión de electrónica y paisaje, de tecnología y naturaleza, Sirado encarna muchas contradicciones de nuestro tiempo. Vivimos rodeados de estímulos y promesas de progreso, pero seguimos necesitados de silencio, de ritual, de conectarnos unos con otros, aunque sea con la supuración de la herida. La música y la imagen encarnan un viaje iniciático que se convierte en un ritual que nos invita a dejar atrás las contradicciones, los fracasos, el simulacro de la vida, para reencontrar la vulnerabilidad y aceptar el destino que cada uno elige o le toca, por muy duro que sea. Con Sirado, Laxe transforma el cine en una experiencia sensorial, física, pero que no carece de ética y que interpela al espectador que se encuentra en un mundo saturado de artificialidad, con una gran fiesta dionisíaca con alguna píldora apolínea, la de una rábano en el desierto que no es más que un puente que conecta el infierno con el paraíso.