'Un tipo de Alaska': un Pinter entre la realidad y la ficción
Ivan Benet dirige una propuesta interesante con magníficas interpretaciones en el Espai Lliure
Una especie de Alaska Autor: Harold Pinter
- Dirección: Ivan Benet
- Intérpretes: Mireia Aixalà, Carlos Martínez, Andrés Corchero, Aida Oset
- Espacio Libre. Hasta el 1 de junio
Harold Pinter (Londres, 1930-2008) decía en los años 50 que no había mucha diferencia entre la realidad y la ficción, entre la verdad y la mentira, aunque, como afianzó en el discurso de aceptación del premio Nobel de literatura (2005), a nosotros nos corresponde hacer las preguntas.
Y seguro que Una especie de Alaska generará unas cuantas. Se trata de una obra de corta duración (unos 50 minutos) que habitualmente se presenta conjuntamente con otros, como hizo Xicu Masó en 2009 en Alaska y otros desiertos, estrenada en Temporada Alta. Es un texto que tiene como punto de partida las investigaciones del neurólogo Oliver Sacks reunidas en Despertaste (libro del que se hizo una película en 1990 dirigida por Penny Marshall). Estas investigaciones giran en torno a una chica adolescente afectada de una encefalitis letárgica que la tuvo postrada en la cama durante 29 años, hasta que Sacks la despertó con una medicina que se utilizaba para enfermos de Parkinson.
Ivan Benet lo ha visto de otra forma y, en lugar de sumar otros textos, ha envuelto la propuesta con la etérea danza de Andrés Corchero y unas cuantas notas de piano. La danza butoh de Corchero abre la función y las preguntas. La suya será una presencia casi constante con la que, además, se cerrará la función.
El tiempo y la memoria son dos ejes de la obra dramática de Pinter en general y de este tipo de Alaska en particular. Alaska como espacio vacío en un tiempo que no es lo mismo para todos los protagonistas. Deborah (Mireia Aixalà) se despierta con voz de niña e incapaz de reconocer al médico (Carles Martínez) que, nos dice, le ha atendido todo este tiempo. Tampoco identifica a su hermana Paulin (Aida Oset). El texto nos hace dudar de si todo esto está pasando en la cabeza de Deborah o si en realidad se ha despertado. Y Benet acentúa este dilema profundizando en los silencios, con la presencia del alma (Andrés Cochero) y con movimientos coreográficos alejados del realismo que sugiere el espacio escénico (Silvia Delagneau). La propuesta, muy bien iluminada (Jaume Ventura), resulta interesante y tiene unas magníficas interpretaciones, pese al exceso en el aliento trágico que reviste la mirada de Benet.