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Sergi Pàmies: "Un tío aburrido como yo nunca se aburre"

Escritor

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Año a año, Sergi Pàmies (París, 1960), lector, escritor y cronista, ha descrito y protagonizado casi cuatro décadas de Sant Jordi. Tiene toda la autoridad moral e intelectual para analizar, en esta conversación, cómo ha evolucionado el Día del Libro hasta convertirse en lo que, a su juicio, es ahora: “Un pesebre viviente gigante”. Este martes volverá a ser uno de los autores más solicitados, con su último libro de cuentos, el celebrado A les dues seran les tres, pero él sufre por la lluvia y, sobre todo, por las piezas del pesebre que, dispuestas a firmar, no firmarán ningún libro.

Hace años decías que tú formabas parte de la generación sándwich, que es la que cuida a los padres e hijos al mismo tiempo. ¿Con los padres muertos y los hijos que ya son mayores, últimamente de qué generación dirías que formas parte?

— Yo diría que estoy en una tregua, antes de que venga lo peor definitivamente y llegue el premium de la salud y de los problemas. Los hijos ya son mayores, el amor está bien envuelto como un gran recuerdo y, por tanto, he aprovechado estos cinco o seis años para volver a recuperar alegrías, incluso memoria, que la tenía desactivada, porque ha habido 25 o 30 años en los que siempre existía una prioridad emocional potente. Por tanto, diría que el período es de tregua.

¿Te gusta decir que eres un tío aburrido, pero cuál sería la última vez que te aburriste?

— Aquí existe un problema filosófico: son cosas perfectamente compatibles. Un tío aburrido nunca se aburre. Precisamente, por eso es aburrido. La gente que no es aburrida se pasa el día haciendo cosas y proponiendo a los demás hacer cosas, e implicando a los demás en cosas que quieren hacer por no ser aburridos. Pero el aburrido, no. El aburrido es aburrido y, en consecuencia, no se aburre, porque siempre tiene cosas: leer, pasear, curiosear, dormir, reflexionar sobre la decadencia del universo. Cualquier cosa le tiene entretenido.

¿Tú eres aburrido de cara a los demás?

— No, no, de cara a mí. Yo creo que estar constantemente pensando en cosas te hace desconectar un poco. Tú quizás me ves a mí dos meses seguidos sin moverme y sin aportar nada al espectáculo familiar y, en cambio, mentalmente soy una máquina.

¿Eres más de pensar que de hacer?

— Sí, yo creo que hay un momento en que eliges. O me dedico a mirar y a explicar lo que veo, o actúo. Yo tengo un hermano que ha tenido una vida muy interesante y muy activa y muy potente, y no se le ha ocurrido escribir ni una línea. Es decir, que si yo hubiera tenido la vida que podía soñar tener, no habría escrito ni una línea. Como si escribir fuese una prestación sustitutoria de una vida. Por eso te digo que soy aburrido.

Has escrito que los médicos te han prohibido muchas cosas. ¿Cuál es lo último que querrías que un médico te prohibiera?

— Ah, no, estoy abierto a futuras prohibiciones. Como soy muy fatalista, siempre pienso que me convienen. Y no son pocas las que tengo prohibidas, porque tengo diabetes 2, obesidad, y todas esas cosas que no se pueden decir con las palabras adecuadas, pero yo creo que aún vendrán más.

¿A qué te sabría peor renunciar?

— A cualquier cosa que me obligara a depender de alguien. Cuando te has tenido que ocupar de los padres, la frontera es cuando ya no puedes valerte por ti mismo. Si llegara a este punto, creo que tendríamos un problema. Está saliendo muy animada, la conversación, ¡eh!

Leer, ir al cine o ver fútbol. ¿Qué es primero y qué es último?

— Mira, por orden de aparición, lo primero sería el cine, que empecé a ir a los dos años. Por tanto, es lo primero que hice. A leer empecé a los seis años y el fútbol también sería por esa época. Lo normal es encontrarme en el cine. Es algo que abarca todo, que te gusta, que te has acostumbrado, que lo necesitas, que es un refugio. Es algo que se está terminando desde que voy. Es una causa perdida, y eso agrada mucho, es muy romántico. Leer también ha sido una maravilla, tiene un punto de obligación a veces. Requiere un esfuerzo y la satisfacción es máxima cuando te gusta.

¿Cuál es el último libro que te ha producido esa satisfacción máxima?

— La biografía de Josep Pla. Es como ver El Señor de los Anillos o El Padrino, las tres seguidas. Por la dimensión, las 1.500 páginas, por la prosa que ha elegido Xavier Pla, que es muy amena, y por la cantidad de información algo caótica. He tenido la sensación de que no sabía si iba adelante, atrás... Es una lectura muy estimulante.

El último Sant Jordi fue en domingo. Éste cae en martes, los libreros están excitados. ¿Tú también notas la excitación pre-Sant Jordi?

— Sí, es un tipo de fiebre que cada año se agrava, de algunas cosas no aprendemos... La excitación y la alegría siempre la veo por lo positivo. Pero sigo pensando que es una apuesta suicida la cantidad de expectativas industriales que ponemos en un día en que puede llover y puede irse todo al traste, como ya ha ocurrido. La superprogramación de novedades por Sant Jordi es suicida. No puede ser que una cultura o una literatura se base en tres fechas: septiembre, porque está la Setmana del Llibre, Navidad y Sant Jordi. El problema que tendremos este martes es que habrá muchos sitios donde habrá muchos autores esperando para firmar que no firmarán ni un libro, y que estarán allí como esas piezas del pesebre que, si las pierdes, no pasa nada. Si pierdes al caganer, si pierdes al niño Jesús, si pierdes a San José, la gente coge un taxi y se va a comprar otro. Pero hay toda una serie de burros y pajes y palanganeros que, si no están, no pasa nada. Y esto me sabe muy mal.

O sea, Sant Jordi como pesebre viviente.

— Sí, es un pesebre viviente gigante. También es verdad que hay más de un niño Jesús, hay más de una Virgen, es líquido, pero sí, sí, es esa sensación de que hemos creado una escenografía que no funciona, pero que necesita víctimas.

¿Pero tú cambiarías Sant Jordi?

— Yo lo que cambiaría es la forma de hacerlo. Bajar la producción para que la demanda sea más fácil de asumir. Y después trataría de encontrar la forma de que, si llueve, haya lugares cubiertos. Es lo de Quimi Portet: si llueve, lo haremos en el pabellón. Debemos tener el pabellón preparado y no lo tenemos. Y después –y eso es ya más gremial, pero puestos a quejarnos...–, que a los escritores cada vez se les pide más. El desayuno, el cóctel, la fiesta de la noche anterior, la semana antes, si pudiera venir a la Seu d'Urgell... Todo se hace una bola tan grande, que tienes que quedar mal a la fuerza. Y quedar mal no gusta. También es verdad que tiene una parte luminosa, fabulosa, sobre todo cuando puedes enseñarlo a un autor o editor extranjeros, que se vuelven locos cuando ven aquello, alucinan.

También has escrito bastante en estos últimos años sobre tu separación. ¿Volver a tener pareja es una posibilidad o ya lo has descartado?

— Ahora lo has dicho: es una posibilidad. Pero no hago nada por provocarla. Tengo la sensación incluso de que, en algún momento, he hecho algún regate para evitarla. Estoy muy acabado, eh! Lo que puedo ofrecer en estos momentos: el tío aburrido, con diabetes y obesidad, una serie de amenazas inminentes, dos hijos mayores, un emploi du temps bastante comprimido, me dedico a escribir, a la radio, a la tele. Ay, si tuviera que poner un mensaje de esos, de cómo eres, qué te gusta, cuál es tu color favorito... ¿Tú sabes lo que es haber vivido 64 años sin que nadie me haya hecho esa pregunta? Yo no sé cuál es mi color favorito. Es más, te diría que milito en contra de que la gente tenga un color favorito. Por eso hay más de uno color.

¿Cuáles son los últimos trabajos que habías realizado antes de escribir?

— Yo había trabajado de administrativo en una gestoría, desde los 18 años hasta los 22, y después, hasta los 29 como administrativo en una empresa de muebles. Era un machaca muy feliz y muy eficaz. Hasta que en 1989 me ofrecieron entrar en la radio para hacer una radionovela con Quim Monzó y para hacer alguna colaboración. Siempre he tenido dos trabajos. Creo que es el estado ideal, porque ninguna de los dos te acaba anulando.

Trabajar de administrativo te coincide en los años en que más salías. Había un tercer trabajo que era salir de noche.

— Sí, pero yo era el que me iba siempre antes. Me decían "el de las 3", porque a las 3 me iba. No sé qué ocurre después de las 3. Quizás dos o tres noches en toda la vida he salido hasta más tarde. Lo que hace la gente de ver salir el sol, que hacen mis hijos regularmente, con la excusa esta de que hay que esperar al primer tren, un cuento chino.

Vamos al presente. Esta literatura tuya hecha a partir del detalle, de construir todo un mundo a partir de un hecho aparentemente insignificante. ¿Cuál es el último detalle en el que te has fijado?

— Pues mira, hace un mes fui a Zaragoza a presentar el libro y en la habitación del hotel, un NH de estos de catálogo, funcionales, me estiro en la cama y a ambos lados de la tele había dos cuadros idénticos. Pero iguales, iguales. Como si alguien hubiera dicho "no tenemos más, ponemos uno igual que éste". Intenté dormir, pero no pude, y empecé a apuntar: ¿por qué eran idénticos? Buscando la firma, por delante y por detrás. Conclusión: pasé la noche del loro, y desde hace un mes estoy con los cuadros de Zaragoza. Y esto es una prueba de cómo funciono: a partir de algo baladí. Porque seguramente hay miles de habitaciones de hotel con dos cuadros iguales, no es un problema para la humanidad, pero yo no pude dormir.

Y de gruñón, ¿qué es lo último que te ha hecho ser gruñón?

— Todo está muy centrado en la tecnología, por lo que al final pienso que no soy un gruñón. Si yo creo que se hace un abuso de citas previas, de distanciamiento del ciudadano con la administración, de QR's y de mierdas de éstas, y mi protesta se interpreta como de un gruñón, quiere decir que estamos perdiendo la batalla. Es un problema real, indignante, y un síntoma más de que todo está perdido. Ahora estoy intentando, cada vez que me quejo, distinguir claramente si es un acto de subversión y de protesta revolucionaria, como es todo el tema de la tecnología, o soy un gruñón, un señor mayor que ve cosas que no le gustan. Aparte, que los que no gruñen tampoco veo que aporten gran cosa. Un tío que se entusiasme con un código QR...

¿Quieres que hablemos del Barça? ¿Hemos visto esta semana el último partido de Xavi en la Champions con el Barça?

— El Barça es un tema en el que es difícil no ser cascarrabias. A ver, tenemos un entrenador que, por lo que sea, convoca a la prensa y dice: “Me voy el 30 de junio”. La noticia del año. Pasan dos días y se empieza a crear un movimiento que dice que Xavi no se marchará. Es una falta de respeto al pobre tío, que seguramente lo ha hablado con los padres, con la mujer, quizás ha estado tres meses sufriendo, buscando el momento para decirlo... Yo espero que se vaya. Por una cuestión de decencia, de dignidad. Él ha comunicado que quería irse, ha explicado las razones, que la prensa es insoportable, de acuerdo. Yo creo que algo de lección sí que nos ha dado. Efectivamente, la tensión se desvió, sobre todo porque el equipo empezó a jugar mejor. Parece que todo sea por la decisión, si le hace ilusión creérselo... Si se queda, me decepcionará. Yo me lo he creído. Es un poco el final de Los Serrano, que todo era un sueño. Hombre, no.

Las dos últimas son iguales para todos. ¿Conoces alguna canción de El Último de la Fila?

— Pocas. Los entrevisté al principio, pero debo admitir que he sido más de Quimi Portet. No he sido un gran fan, pero les tengo una enorme simpatía, porque además coincidía por generación y por ambientes. ¿Una canción? Aquella de Como un burro amarrado en la puerta de un baile. A mí me han podido siempre la Nova Cançó y la rumba catalana.

Las últimas palabras de la entrevista son las tuyas.

— No, son las tuyas. "Cuelga tú". "No, cuelga tú".

Sergi Pàmies en la librería Casa Usher, en Barcelona.
Saturación en las librerías y en la sanidad

Sergi Pàmies llega con una mochila apoyada en el hombro izquierdo. No me atrevo a preguntarle qué lleva, pero es más habitual encontrármelo con las manos vacías o, como mucho, con alguna bolsa de papel con libros. Hemos quedado en Casa Usher, una librería de la calle Santaló de Barcelona, que tiene a tres minutos de su casa. Va como quien va al mercado, le saludan por el nombre y él después me dirá si me he fijado en los músculos que han desarrollado las libreras después de abrir todos los paquetes de libros con los que las han cubierto estas semanas previas a Sant Jordi.

Mientras esperamos que los cámaras encuentren el encuadre oportuno, hablamos de su amigo Jordi Beltran, del Barça y de la saturación en la sanidad pública, pero también en la privada, precisa Pàmies. “No encuentras neumólogos. Hay mucha gente con problemas en los pulmones”.

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