BarcelonaLa directora chilena Carolina Moscoso explica al principio de su documental Visión nocturna cómo, hace diez años, un chico al que acababa de conocer en una playa de Valparaíso la violó en medio de la oscuridad. En 2019, mientras cursaba el máster de documental de creación de la Universitat Pompeu Fabra, Moscoso empezó a dar forma a un collage de imágenes fragmentadas que no solo levanta acta de los hechos de esa noche sino que se adentra en el significado de una agresión que lo cambió todo pero que no la destruyó. Del contraste entre la frialdad de las imágenes filmadas con cámara nocturna y la calidez de escenas familiares y entre amigos surge el discurso en primera persona de una película extraordinaria sobre las heridas de la violencia machista y la necesidad de regenerar el mundo a través de los sueños, el amor y la belleza.
El estigma de la violación sigue siendo enorme y muchas agresiones no se denuncian porque las víctimas lo esconden. Usted lo ha hecho público en forma de documental. ¿Por qué?
— Lo que me movió a hacer esta película fue precisamente el silencio. Me hacía sentir incómoda no poder hablar de lo que me había sucedido. Y no dejaba de pensar que si me hubieran atracado no sentiría ninguna vergüenza ni culpa a la hora de hablar. Siempre se ha intentado silenciar las violaciones, sobre todo desde el mundo masculino. La cultura de la violación se ha sostenido gracias al silencio. Yo solo había compartido lo que me había pasado con tres personas. Y el punto de partida de la película fue precisamente preguntarme por qué me incomodaba tanto hablar de ello.
Acostumbramos a hablar de la violación como de un hecho acotado en un tiempo definido. La película discrepa de esta noción. ¿Hasta cuándo puede durar una violación?
— Mi violación todavía no se ha acabado, por ejemplo. La recuerdo cada vez que violan a otra mujer, que es cada día. No se trata solo de la agresión, sino de unas heridas, un condición, que nos atraviesan como seres humanos. Yo lanzo la bomba de mi violación al principio de la película, pero lo que me interesa es cómo seguimos viviendo cuando una cosa así nos cambia la vida, qué pasa cuando la violación se convierte en las gafas con las que miras el mundo. La cultura y los medios ponen el foco en el acto en sí y no se preguntan nunca qué pasa después. A veces incluso se cuestiona si la víctima tiene derecho a ser feliz, como pasó en el caso de la Manada. Se da por hecho que la persona violada tiene que quedarse en casa encerrada y llorando. Mucha gente que vemos en el día a día cargan con esta herida, y no necesariamente por haber sido violadas, también por el miedo a ser violadas, que se traslada de madres a hijas.
El imaginario visual de la víctima de violación o acoso es que se tiene que presentar al mundo con ropa discreta, cara triste y ademán tenso. Usted niega esta construcción y se muestra relajada, haciendo bromas y pasándoselo bien con los amigos.
— Existe una imagen de víctima perfecta que se ha construido desde el poder a través de imaginarios y relatos masculinos. Pero cuando hablamos las víctimas aparecen sutilezas que cuestionan el discurso binario sobre la víctima y que nos ayudan a darnos cuenta de que el problema no está en los casos específicos sino en el sistema y la cultura.
¿Qué responsabilidad tiene el cine en la construcción de este imaginario?
— Tiene mucha. Toda la cultura está dedicada a sostener el estatus de este sistema de poder neoliberal y patriarcal del que forman parte la industria del cine y la televisión. Hasta ahora, los hombres han representado siempre la violación como un espectáculo, una imagen ideal y sin fisuras. Pero ¿cómo puedes iluminar perfectamente una escena de violación? ¿Cómo hacerla tan plana y brillante, un espectáculo visual? Se nota que no les hace daño. Incluso parece que intenten comprender o justificar a los violadores, como si los que hacen estas películas asumieran que ellos también podrían llegar a serlo.
No sé si conoce el subgénero rape & revenge, en el que la superviviente de una violación se venga de los agresores o incluso los mata.
— No mucho. En realidad estoy harta del tema de la venganza. Todas las formas de venganza que hemos imaginado vienen del propio patriarcado. Pero si tenemos que encontrar una solución a todo esto creo que tiene que ser a través de un feminismo anticarcelario y no punitivo. Yo frecuento espacios feministas en los que he oído a hablar desde la necesidad de educar al violador hasta quemarlo en la plaza pública. La rabia tiene muchas formas de expresarse y el cine rape & revenge es una de ellas. Pero las mujeres tenemos que empezar a narrar nuestra violencia. Si lo hacemos, seguramente aparecerán cosas nuevas y no la violencia de pistolas y sangre de siempre. En mi caso, cuando me pregunté sobre el castigo de mi violación no apareció la venganza y la muerte, sino la vida, la naturaleza, el amor, el cine, la imagen y la luz. Pero esto tiene que ver con que mi rabia y mi historia son diferentes de otras.
¿Que ocho años después de la violación el caso fuera archivado por haber prescrito fue un detonante para hacer el documental?
— No exactamente, porque fue mientras hacía la película cuando decidí reabrir el juicio, que era una cosa que yo tenía cerrada y olvidada. Pero sentía que no podía hacer la película sin buscar justicia en la justicia institucional, porque el cine no es el lugar que le corresponde a la justicia.
Al final de la película vuelve al escenario de la violación. ¿Por qué?
— Es la única escena que grabé expresamente para la película, pero como el resto de imágenes del film es una reacción a la vida. Cuando trabajaba en la película, sentí la necesidad de volver al lugar de la violación con una cámara. Seguramente porque era la única manera en la que yo podía volver a ese lugar. Ahora tengo su imagen, y fabricada por mí. Yo creo mucho que en las imágenes se ve siempre lo que hay detrás de la cámara, que uno ve lo que pasa en la vida de la persona que filma. Y esto pasa tanto en películas de millones de dólares como en una escena filmada por alguien que fue violada ahí.
Lo último que esperas encontrarte en un documental sobre una violación es un parto real. Y aun así usted lo incluye y resulta extrañamente apropiado y emocionante.
— Son unas imágenes que filmé a los 18 años y que tienen todas las emociones que quería que estuvieran en la película. Por un lado, hay la alegría de vivir y del nacimiento, y por el otro, la rabia y el dolor, que es de donde surge la vida. Son elementos que yo quería hacer bailar en la cabeza del espectador. Y la escena es muy emocionante, como una explosión. Así la viví cuando la grabé.