Barça

Las 767 declaraciones de amor de Lionel Messi

Con un gol precioso, el argentino celebra empatar con Xavi como jugador con más partidos en el Barça y abre el camino de un triunfo que acerca el equipo al liderato (4-1)

BarcelonaSi el problema es el dinero, Joan Laporta podría pedir un euro a cada socio del Barça para organizar el mejor asado que se ha hecho nunca en Barcelona para asegurarse así de que Messi no se marche del Camp Nou; para conseguir que el día que diga basta lleve 1.000 partidos con la camiseta del Barça. ¿No sería el final más bonito de una larga historia de amor que Messi no defienda a ningún otro club? Se podría entender un último año en casa, con la camiseta de Newell’s en el estadio al que iba de pequeño con su padre... pero verlo con otros colores dolería. Seria como pincharse con una espina, recordando cada noche de gloria de Messi pensando que habrían podido ser más. ¿Quién quiere renunciar a más noches de pasión? Laporta no. Y por eso tiene el nombre de Messi apuntado arriba de todo de la lista de deberes pendientes. 

Solo Messi sabe si sus goles pueden servir para despedirse del Barça con un título liguero que parecía una utopía no hace tanto, o si por dentro ya se anima pensando en la temporada próxima. Derrotando a un Huesca que siempre sale escaldado del Camp Nou (4-1), el Barça se acerca poco a poco en la clasificación a un Atlético de Madrid cada vez más frágil. Si la distancia llegó a ser de más de 12 puntos poco antes de Navidad, ahora ya es solo de cuatro. Y con un calendario fácil de entender, no como el de hace unas semanas, cuando las personas de letras se perdían haciendo sumas y restas, confundidos con los partidos pendientes de cada equipo. Ahora cada equipo, excepto el Sevilla, ha jugado los mismos enfrentamientos. Y el Barça es segundo, respirando en la nuca de un Atlético que todavía tendrá que pasar por el Camp Nou. Y todo gracias a un instante de magia de Messi, el encargado de abrir la lata cuando el partido estaba dormido, tal como puedes esperar de un lunes por la noche en plena pandemia contra el colista. Messi es así. El día que igualaba los 767 partidos de Xavi como jugador con más duelos oficiales con la camiseta azulgrana, puso luz a una noche de esas para esconderse bajo una manta en el sofá. Messi te obliga a estar atento cada día. Nunca sabes cuándo hará de las suyas. Nunca sabes cuándo encontrará un agujero ahí donde los demás ven una puerta cerrada. Hasta entonces, de hecho, el partido era opuesto al de París, a pesar de que Koeman repetía la misma alineación. Si en París, jugando con la desesperación de quien sabe que se queda sin tiempo, el Barça fue todo emoción, contra la Huesca hacía lo que podía, sin generar peligro hasta que Messi convirtió a los rivales en estatuas de sal con un chut por la escuadra. Pero no se trataba solo del chut. La belleza se esconde también en sus movimientos anteriores, en su forma de moverse y entender los espacios. Ver a Messi es como disfrutar con Nureyev bailando arriba de un escenario, como Elvis moviendo las caderas.

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El gol de Messi abrió una rendija en la defensa visitante. El Huesca, a pesar de la fe de Pacheta en el banquillo, ya no se levantaría. Y Griezmann haría el segundo, en un chut igualmente precioso, de ess que te sirven para dar un paso adelante. Le hace falta al francés. Y al Barça le hace falta que Griezmann marque diferencias. Solo un grave error arbitral, considerando penal una caricia de Ter Stegen a un gigante como Rafa Mir, dio emoción al partido con el 2-1 antes del descanso, pero la superioridad de un Barça que navega con el viento a favor se tradujo rápidamente en el 3-1 en la segunda parte gracias a una centrada de Messi, claro, rematada por Mingueza. Hace un año, el vallesano era suplente en el filial. Ahora es titular en Primera, cada vez más consolidado dentro de un equipo que se permitió el lujo de empezar a pensar en el próximo partido liguero, contra la Real Sociedad, haciendo cambios para proteger a los jugadores advertidos de amonestación, como uno De Jong capaz de jugar de defensa sin renunciar a hacer aventuras hasta el corazón del área rival. El neerlandés se ha convertido en uno de los pilares de un Barça en racha.

Minutos para los jóvenes

Koeman, bajo la atenta mirada de un Joan Laporta que se ilusiona con poder iniciar su mandato con dos títulos, supo entender una segunda parte sin mucha historia. Se trataba de dar descanso a futbolistas con las piernas cansadas, y dar minutos a otros como Ilaix, Riqui Puig o Trincao, para que se acostumbren a jugar en el Camp Nou, el estadio que aspiran a convertir en su casa durante muchos años.

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El estadio donde una gran lona, detrás de una portería, recordaba los 767 partidos de Messi. Más de 70.000 minutos sudando una camiseta que, con su nombre en la espalda, se ha convertido en el objeto más preciado de muchas personas. Ese jovencito que con el pelo largo debutó en 2004 poco se imaginaba que su imagen acabaría en las habitaciones de medio planeta, de fondo de pantalla o convertido en grafiti en los muros de ciudades donde sueñan en ficharlo. Un Messi que, a pesar de correr el peligro de perderse el próximo partido si veía una amarilla, jugó los 90 minutos, naturalmente, para poder marcar su segundo gol en el último minuto. Messi anda hacia un nuevo título de máximo goleador de la Liga haciendo de cada partido una declaración de amor, tanto los días que acaba con la cara triste como aquellos en lso que hace del fútbol el deporte más bonito del mundo.