La Penya, horizonte 2030

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Los jugadores del Joventut de Badalona celebran la victoria tras la conquista de la Copa de Europa de baloncesto en la Final Four 94

BadalonaEste mes, el Joventut de Badalona recuerda el trigésimo aniversario del momento más rutilante: la conquista de la Euroliga (entonces se llamaba Liga Europea) de 1994. Fue un éxito enorme, incluso desproporcionado, para un club que ya por entonces empezaba a perder el tren de la élite por motivos económicos. En los treinta años siguientes, la Penya ha bastado manteniéndose en la zona media-alta de la ACB, ganando un par de Copas del Rey y una copa ULEB (la actual Eurocup) y, sobre todo, fabricando futuras estrellas en las pistas y en los banquillos: el magnífico trabajo de la cantera que ha hecho del Joventut un referente europeo del baloncesto formativo.

Nada de esto habría sido posible sin la operación de compra por parte de Scranton, el fondo de inversión del grupo Grifols, en el 2018. En ese momento, el club ya no sólo tenía problemas para competir (debido a las salidas inevitables de los jugadores de mayor talento), sino también para sobrevivir. Ahora la situación económica es más estable y el Joventut, combinando la política de cantera con una buena dirección deportiva, parece que no debe sufrir por su futuro, aunque mira a la Euroliga de 1994 con el pesar de saber que difícilmente un éxito como aquél se podrá repetir, al menos en la coyuntura actual.

Pero la Penya debe pensar en otra efeméride. En 2030 celebrará el centenario de la fundación, obra de un grupo de adolescentes que bautizaron al club con el estrafalario nombre de Penya Spirit of Badalona. Para mí, este hito es lo suficientemente cercano para ir pensando y lo suficientemente lejano como para plantearse una celebración ambiciosa: que no sea sólo el homenaje a un pasado brillante, sino también la excusa para apuntalar su proyecto de futuro y convertir el Joventut en un referente del deporte de formación que, con su labor, no sólo sea más competitivo, sino que también haga una aportación sólida a la ciudad de Badalona y al baloncesto catalán en su conjunto.

La Penya durante el Eurocup, partido entre el París Basketball y el Joventut Badalona

De hecho, el Joventut (y también otros clubs históricos de Badalona, ​​como el Sant Josep y el Círcol Catòlic) ya cumple sobradamente esta función. No hace falta insistir en lo que ha supuesto para la promoción de Badalona –una ciudad que arrastra otras etiquetas, no tan positivas– ni en la enorme contribución que hace regularmente en número de jugadores (por decir sólo unos cuantos nombres del presente: Rudy , Ricky, Ribas, Vives, Bassas, Abalde, López-Aróstegi, Dimitrijevic, Ventura, Parra, Zagars, Ruzic...) y también de entrenadores (Duran, Grimau, Pedro Martínez, Maldonado, Camps, Alonso, Plaza, Miret , Mumbrú...). Una lista que culmina con el éxito de Jordi Fernández, entrenador asistente de los Sacramento Kings y seleccionador de Canadá. Después de obtener el bronce con el equipo canadiense en el pasado Mundial, Fernández dijo ante la prensa mundial: “Llevo quince años en la NBA, pero soy de una ciudad cerca de Barcelona, ​​llamada Badalona. Y no sé si lo saben, pero es una de las mejores ciudades de baloncesto del mundo”.

El Juventud, pues, no debe inventarse nada. Ya es, como dijo Fernández, un referente en el deporte de la cesta gracias al prestigio internacional de su escuela de baloncesto. Muchos jugadores de todas partes quieren ir, no sólo para mejorar, sino porque saben que en la Penya tendrán la oportunidad de ponerse a prueba en una de las ligas más fuertes del mundo, sin las urgencias de equipos más poderosos , pero menos pacientes. Pero los responsables de la entidad (y de la ciudad) deben pensar en la mejor manera de sacar provecho de ese patrimonio por el que matarían a otros clubes y ciudades. Sobre todo porque la retención del talento –el talón de Aquiles de los clubs modestos– ya no es un problema sólo del primer equipo, sino también y cada vez más de los equipos inferiores.

De cara al 2030, creo que el Joventut, siempre de la mano con el resto de clubs de Badalona y de las instituciones, debe tener al menos dos líneas de trabajo claras: la primera es el reforzamiento de su marca como club formador. La Cuna (que es como se conoce a la escuela de baloncesto) debe ser un término tan reconocido como La Masía del Barça lo es en el mundo del fútbol. Debe encontrar los recursos para consolidarse como uno de los mejores centros formativos de Europa. Tiene que acoger una residencia permanente y realizar cursos de tecnificación para jóvenes jugadores de todas partes. Debe ser un punto de encuentro de entrenadores y gestores deportivos tanto de élite como de formación, un lugar de paso obligado para todos los que quieran estar al día e intercambiar experiencias. Idealmente, dentro del Palacio Olímpico o en algún otro emplazamiento, la Cuna debe ser una auténtica meca del baloncesto formativo. Idealmente también, este centro debería reunir una oferta atractiva de ocio y divulgación para los aficionados al baloncesto. Prestaría así un buen servicio al baloncesto catalán y mejoraría también sus ingresos y su acceso a los jugadores jóvenes con mayor potencial. Esto, evidentemente, no puede hacerlo la Penya sola. Debe contar con el apoyo político, federativo y privado.

Extender el radio de influencia

La segunda línea de trabajo, que puede resultar más controvertida, es extender el radio de influencia del club más allá de los límites de Badalona. Si Madrid y Barça han entendido que deben ser marcas globales, con más motivos el Juventud debe aceptar que su valor de marca –la historia, el nombre, el palmarés, los ídolos pasados ​​y presentes, la apuesta por la formación – contiene elementos universales. Su identificación con la ciudad es evidente e incuestionable y, de hecho, es motivo de simpatía en todas partes. Cualquier aficionado catalán –y de más allá incluso– puede simpatizar con los valores de la Penya y puede convertirse en socio y aficionado. El Joventut tiene la suerte de poseer unos signos identificativos muy consolidados, fáciles de compartir y que no generan aversión. Acercándose no sólo a los doscientos mil habitantes de Badalona, ​​sino también a una masa crítica potencial de millones de personas, la Penya tiene muchas posibilidades de aumentar la masa social y, por tanto, la notoriedad y los ingresos.

El horizonte que nos marca la meta del 2030 es la excusa perfecta para poner en marcha estas listas de trabajo y para pensar otras: este escrito es una invitación al debate. Invitación que modestamente dirijo al club y al Ayuntamiento de Badalona, ​​para que abran el baile y nos inviten a soñar con un Joventut preparado para subir algunos escalones en términos deportivos y sociales en los próximos años.

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