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Un Barça sin instinto asesino deja vivo al Nápoles

Osimhen iguala el gol de Lewandowski en una gran actuación azulgrana en el estadio Maradona

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El delantero del Barcelona Robert Lewandowski en acción durante el partido de fútbol de ida de octavos de final de la Liga de Campeones de la UEFA entre el SSC Napoli y el FC Barcelona en el estadio Diego Armando Maradona de Nápoles

Enviado especial a NápolesUn empate fuera de casa, en una eliminatoria de Champions, siempre debe considerarse un buen resultado. Pero todo depende de cómo haya ido el partido. El 1 a 1 del Barça en Nápoles acabó siendo insuficiente por los méritos que habían realizado los de Xavi y la superioridad durante buena parte del partido. Osimhen contrarrestó el gol de Lewandowski y los octavos de final quedaban abiertos a la espera de la vuelta, que se disputará en tres semanas en Montjuïc.

El fútbol es un juego en el que los estados de ánimo son claves. El Barça lo sabe bien. Cómo cuesta salir del pozo cuando los resultados no llegan, los contrarios te pierden el respeto y tú acabas perdiendo también la confianza en tus posibilidades. La eliminatoria de la Champions era angustiosa porque, al reto deportivo, se añadía la exigencia de pasar ronda para no hipotecar el futuro económico de la entidad. El Nápoles, rival muy bienvenido en el sorteo de diciembre, se veía ahora como un obstáculo de primer nivel. Pero no por las capacidades de los italianos, sino por la desconfianza del juego azulgrana, que en las últimas semanas se había mostrado irregular incluso contra los más débiles rivales.

Claro que el factor Champions lo cambió todo. El Barça se puso las pilas. Hay que echar muy atrás para volver a encontrar un partido en el que el Barça parecía el Barça. Un duelo completo, que habría sido casi perfecto de no ser por la pifia de Iñigo Martínez, que resbaló en un duelo directo con Osimhen y dejó totalmente vendido a Ter Stegen. Fue la única mancha en el expediente azulgrana en un partido en el que tan sólo concedió un disparo entre los tres palos, éste. Aparte de eso, concentración, presión, recuperación y ataque. Con el único asterisco de los últimos metros, en los que al equipo le faltó mala baba, más instinto asesino, por haber dejado no el partido, sino la eliminatoria, resuelta antes del descanso. Ahora que está tan de moda hablar de los expected goals, por llegadas habrían podido caer tres.

Acostumbrados al caviar, los dos años sin pisar los octavos de la Champions se hicieron muy largos. Xavi se dejó de historias, dio la responsabilidad a los veteranos y dejó a Pau Cubarsí en el banquillo. No era el mejor día para enfrentarse precisamente a Osimhen, futbolista que ha perdido la efervescencia de la pasada temporada pero que, aun así, le bastó con un balón dividido para marcar. El único niño en el once era el heredero, Lamine Yamal, que saltaba al césped con la misión de desmenuzar la defensa por la banda derecha del ataque. No tuvo su día. Claro que, con 16 años, no se le pueden reprochar grandes cosas a un jugador que no estuvo preciso con los centros y las ejecuciones pero que, un día más, lo intentó hasta el final, cuando fue sustituido por Raphinha. Sin embargo, tuvo un par de ocasiones buenas para marcar. Gündogan y Pedri también estuvieron a punto de ver portería, pero los reflejos de Alex Meret impidieron que el balón encontrara el camino de la gloria. Hasta que apareció Lewandowski, el delantero que parece haber bebido la poción mágica de Astérix. Desaprovechó un buen centro en el primer tiempo, pero no falló a la hora de juego cuando Pedri combinó con él, estando entre los dos centrales, para realizar una de esas acciones marca de la casa: control orientado para desequilibrar el defensa y disparo seco con la pierna derecha para coger al portero desprevenido.

En Nápoles se respiraba respeto, en el césped y en una grada que ni siquiera estaba llena. Cambiar de entrenador dos días antes de un partido de esa exigencia no es la mejor forma de competir en Europa. El equipo se resintió. Durante muchos minutos reinó el caos entre unos jugadores que miraban unos a otros, recriminándose cosas, diciéndose de todo. Los de Calzona nunca estuvieron en disposición de dañar al Barça, aunque la grada se encendiera cada vez que pasaban del centro del campo o que conseguían un córner a favor. Dejando a un lado el gol, los ataques, con centros aleatorios, no hicieron ni cosquillas a la defensa culé, con un Araujo imperial y un Koundé que recordó al defensa del Sevilla que nos había enamorado.

Era un partido perfecto para dejar el trabajo realizado, pero al equipo se le hizo largo. Tras el gol de Lewandowski los jugadores se echaron atrás. La portería rival quedaba lejos y el Barça pecó de conservador. El empate es un buen resultado a nivel global, pero es corto teniendo en cuenta las circunstancias. Vete a saber cómo estarán las cosas dentro de tres semanas, en Montjuïc.

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