Barça

Flick es el nuevo Ronaldinho

El técnico alemán gana su primer gran título en el Barça después de cambiar el estado anímico del club como hizo el brasileño en el 2003

BarcelonaDos señores de unos 70 años me dieron una lección de vida hace 10 años. Sonreían, charlaban y se ilusionaban en los dos asientos de delante de mí del autocar contratado por el Barça que nos llevó a Berlín para ver la consagración del segundo triplete azulgrana. Fueron 26 horas de ida y 26 de vuelta. Llegamos a casa alegres y baldados y yo me hice la promesa de recordar siempre que cuando tuviera 70 años quería que algo, lo que fuera, me siguiera ilusionando tanto para afrontar 52 horas de autocar con esas ganas de vivir.

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Pese a que el fútbol se expande en tantas aristas como tiene la vida, todos buscamos el mismo objetivo principal: mejorar nuestro estado de ánimo. Esta mejora es una posibilidad que hacía demasiados años que el Barça masculino no ofrecía a sus creyentes, atascado en un bucle negativo que provocó que las decepciones consecutivas comportaran más indiferencia que enfado. "Y ya no importan tanto y parecen lejos todos los desastres que hayas hecho", que decían los Manel. Sevilla se ha erigido en la primera satisfacción premium de un camino que se percibe dorado. El triunfo ante el Madrid (3-2) agrandó la alegría que experimentaron los culers desplazados a Sevilla, entre los que seguro que había mucha gente de 70 y 80 años, después de acumular horas en las carreteras cantando el himno del Barça y zampándose bocadillos en las áreas de servicio de la geografía española. Pero la alegría ya estaba antes y habría seguido ahí –superado un breve duelo– aunque la final de Copa hubiera acabado con un resultado negativo. Porque el Barça ha vuelto –no vivía un desplazamiento masivo desde el 2019, también para jugar una final de Copa en Sevilla– y más grandes noches llegarán encadenadas este mes de mayo.

Una revolución emocional

Si los científicos se pusieran a investigar cuál es el origen de esa sensación placentera todos los caminos llevarían a un hombre llamado Hansi Flick al que los culers le dejarían las llaves de casa para que fuera a pasearles el perro, conscientes de que cuando volvieran el alemán y el perro se habrían hecho mejores amigos. Flick ha reescrito el paisaje anímico del Barça como aquellas personas que aparecen en tu vida y te ponen a dar vueltas en una lavadora toda la cosmovisión que tenías. Ya es hora de situar la revolución emocional que ha provocado Flick en el Barça a la altura de la que comportó la llegada de Ronaldinho en el 2003. "Y reconoces una fuerza antigua y sin discusión te entregarás", que también decían los Manel.

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Las armas de Ronaldinho para hacer la revolución fueron su sonrisa desdentada, el saludo surfero y una capacidad desbordante para levantar al personal del asiento cada vez que tocaba el balón. Las armas de Flick son su sonrisa familiar, una gestión emocional del vestuario que ya quisieran los libros de autoayuda y la confianza ciega en unos jóvenes –confió en Gerard Martín como titular en la final, sin elucubrar inventos– que en La Cartuja, donde en el 2021 Leo Messi levantó su último título azulgrana –otra Copa– con las gradas vacías, atemorizaron durante la primera media hora a un Madrid que durante ese tramo jugó como si fuera el Valladolid.

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El gol de Pedri les revivió al quedarse sin la excusa para seguir recluidos y la entrada de Mbappé en el descanso aportó un desequilibrio y valentía que provocaron la remontada madridista en una floja segunda parte azulgrana. De todas formas, Ferran Torres encendió la final en una jugada heroica y solamente el VAR, influido por el delirio madridista del viernes, evitó la gloria del Barça en el tiempo reglamentario. Pero terminó llegando igualmente. La posibilidad de la consagración del triplete este año es en Múnich. Miraremos cuántas horas hay hasta allí en autocar.