El sobrecoste de la ejemplaridad del Barça

En un mundo cada vez más globalizado y mercantilizado, las empresas compiten por identificar y difundir su singularidad. Los clubs de fútbol pugnan en el césped por ganar títulos y, como marcas, por obtener audiencias, patrocinadores y consumidores que se traducirán, finalmente, en ingresos económicos. En este contexto, el Barça compite en la élite y suma más de 480 millones de fans en todo el mundo. Pero, ¿cómo se explica que tanta gente se declare seguidora? En gran parte es gracias al pasado inmediato, con logros deportivos extraordinarios, en unos años determinantes del proceso de globalización que ha experimentado el mundo, pero también a unos rasgos de identidad que lo definen y que le obligan a asumir exigencias muy superiores al resto de rivales.

El rasgo más reconocido por los aficionados del Barça es su estilo futbolístico, un tipo de juego que prioriza la estética y que apuesta por la inteligencia, la técnica y el sentido táctico posicional. Un legado futbolístico histórico, revisado y dimensionado durante los años de Johan Cruyff en el banquillo, que significó una revolución en el mundo del fútbol y sobresalió con Pep Guardiola, técnico del mejor equipo de la historia del club, una referencia y inspiración en Europa y en el mundo. Esta singularidad explica por qué la exigencia futbolística del Barça va más allá de los resultados, un sobrecoste que hay que asumir con plena normalidad.

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Tanto la historia como los logros del mejor Barça tienen como denominador común otro rasgo de identidad: apuesta por la cantera. Identificada con La Masia y entendida como un modelo de formación deportivo, también constituye una maestría de vida. Una singularidad que implica más exigencia, porque no es suficiente con ganar con un determinado sello estético, sino que hay que hacerlo con la participación de jugadores de casa y asumiendo la humildad, el esfuerzo, la ambición, el trabajo en equipo y el respeto como valores de referencia.

Aquel equipo memorable, con Valdés, Puyol, Xavi, Iniesta y Messi, en el 2009 consiguió un hito insólito, el sexteto, luciendo Unicef ​​en la camiseta, una acción identitaria extraordinaria, que asoció al Barça a la esperanza de la infancia, consolidó su proyecto solidario e hizo global la divisa del Más que un club. Llevar a Unicef ​​en la camiseta, hoy relevado por Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados, implica un compromiso global con la ejemplaridad.

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Ser modélico y ejemplar son también condiciones exigidas por otro rasgo de identidad del Barça, su modelo de propiedad, hoy todavía en manos de sus 140.000 socios y socias, una diferencia respecto a la mayoría de rivales. Ahora que se intensifica el debate sobre la sostenibilidad de este modelo, es importante recordar que ser propiedad de los asociados no sólo salvaguarda al club de tener que repartir dividendos entre accionistas, sino que también le mantiene conciliado con sus raíces y sus convicciones democráticas. Y aquí es precisamente donde reside su condición histórica, más allá del deporte: su compromiso con la democracia, la justicia, la honestidad, la ética y la transparencia. Compromisos que exigen estar siempre a la altura, por encima de otros muchos intereses, y tener que hacer renuncias que nunca se plantearían otros rivales.

Hay que ser consecuente con lo que te define, especialmente en tiempos complejos como el actual. Asumir los sobrecostes de su identidad, ejemplar y modélica, es uno de los principales retos de presente y futuro a los que se enfrenta el Barça. No basta con hacer bandera de nuestras diferencias, hay que actuar siempre en consecuencia, normalizando estos sobrecostes. Sólo con una altísima autoexigencia será posible mantener la vigencia de los factores diferenciales. Es lo que implica sentirse más que un club, una divisa que no debería ser entendida como una definición, sino como un reto y una aspiración permanente.

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Toni Ruiz es confundador de Xerpa Studio y fue jefe de prensa y director de comunicación corporativa del Barça entre 1996 y 2022.