BarcelonaUn visionario. Sí, un preciso adjetivo, sin exageraciones, para describir la figura de Ricard Cabot i Montalt (Barcelona, 1885-1958). Personaje primordial, fundamental, de la historia del fútbol catalán y estatal durante las tres primeras décadas del siglo XX, las décadas, por supuesto, fundacionales del deporte que hoy llamamos pomposamente “rey”.
“No se entiende que nadie se haya preocupado nunca de escribir la biografía de Cabot”, se lamenta el historiador Carles Santacana cuando le llamo para saber su documentado punto de vista sobre quién fue todo en el mundo del fútbol. Quien fue jugador del X –el pre-Espanyol de principios del siglo pasado–, quien fue pionero del periodismo deportivo con Sports y Stadium, quien fundó el Catalonia Fútbol Club, quien puso los cimientos de una incipiente Federación Catalana de Fútbol, quien fue vicepresidente del Barça en una de las juntas de Joan Gamper, quien fue secretario general y pieza clave de la Federación Española de Fútbol. Al frente de esta última, durante la segunda mitad de los años veinte, Cabot reglamentó un deporte hasta entonces amateur y se empeñó en profesionalizarlo hasta edificar la liga que arrancó la temporada 1928-1929 y llega hasta nuestros días. Cabot es interminable. Dentro de la larga lista de sus metas, hay dos que afectan al tuétano de la historia del Barça: el campo de Les Corts y Ladislau Kubala.
Pero, exactamente, ¿qué me lleva hoy a fijarme hoy en él? Pues un hallazgo importante. Ya hace tiempo que el fondo Cabot circula por el mercado del coleccionismo deportivo. Por algún motivo que desconozco, todo su legado documental no se conservó y, presumiblemente, fue a parar a manos de un coleccionista privado. Hace un par de meses, provenientes de algún lugar indeterminado de Tarragona, cayeron en mis manos varias carpetas con fotografías, correspondencia, documentos, carnets y papeleo variado. Todo con un nexo común: Ricard Cabot. Cartas de todo tipo, algunas de ellas con sensibles referencias a la Guerra Civil. También cartas dirigidas y recibidas a clubes deportivos, cartas de agradecimiento por su buena gestión, por ejemplo.
“Todo el mundo reconoce a Cabot como el gestor y arquitecto esencial del fútbol español –recalca Carles Santacana–. Él es el encargado de hacer el reglamento de 1926, el primero con cara y ojos, y entre 1926 y 1928 es gracias a su tesón que se levanta el torneo liguero”, añade. "Vi claro que la profesionalización total, con el consiguiente salario, era imprescindible, que los vientos en Europa soplaban hacia aquí". En este sentido, el periodista Enric Calpena, buen conocedor de la historia del fútbol y autor de la novela El primer capitán –sobre la figura de Joan Gamper–, también destaca que Cabot fue quien logró que Gamper rompiera con algunas resistencias al progreso.
La dimisión de la junta de Gamper
El histórico presidente, por ejemplo, era refractario a la profesionalización y, de resultas, también acumulaba cierto miedo al crecimiento. Con Cabot como vicepresidente, y con su consejo y empuje, Gamper abrió al Barça sus puertas en una nueva casa, el mítico campo de Les Corts, un paso de gigante en la historia de la entidad. La documentación rescatada del olvido incluye la valiosísima carta de dimisión de Cabot de la junta directiva de Gamper. Fechada el 13 de septiembre de 1923, detalla que “hechos suficientemente conocidos” por ambos le impulsan a tomar la decisión: “Desautorización absoluta a mi actuación”, “no tengo la confianza que merezco” o “mi tarea como adjunto del consejo sería en adelante completamente perturbadora” son algunos de los términos empleados por Cabot. Lástima que no está del todo claro el motivo último de la renuncia.
Pese a la dimisión, Cabot nunca salió de su barcelonismo, fue socio toda la vida. La documentación de su fondo incluye varios carnés de socio de los años 40. De hecho, su barcelonismo fue clave unos años más tarde, cuando la figura de un húngaro expatriado llegaría para cambiar la historia del club. Pero esto lo dejamos para el final. Centrémonos ahora en el convulso y trágico período de la Guerra Civil. Como secretario general de la RFEF –primero en Madrid y después con el traslado de la sede a Barcelona–, Cabot luchó por mantener viva la práctica del fútbol pese a los efectos bélicos.
Santacana pone énfasis en lo transversal que era la figura de Cabot dentro de la Federación. Cuando el Frente Popular tomó el control, mantuvieron Cabot: “Sabían lo buen gestor que era y lo conservaron a pesar de saber que seguramente no comulgaba con su ideología”. El curso de la guerra hizo que el bando nacional quisiera apoderarse también del control del organismo y erigiera una federación paralela. La FIFA intervino para poner paz y en noviembre de 1937 reconoció la legitimidad de las dos federaciones: “¡Los dos bandos se encontraron en la misma sala de espera!”, dice Santacana. Y Cabot, claro, estaba. Como hombre puente, capaz de tejer complicidades e intereses comunes para el bien de la arquitectura del fútbol, supo nadar entre dos aguas.
Es extremadamente interesante la carta que también publicamos dirigida por Cabot a Julián Troncoso, presidente de la RFEF. Datada el 18 de febrero de 1939, con la Guerra Civil ya encauzada definitivamente hacia el triunfo nacional. “Imperativos de diverso orden me han obligado a permanecer hasta ahora en la zona roja”. “[...] Me colocan en situación de recibir como una devoción y convicción que pocos pueden igualar, un régimen de autoridad y de unidad como el que alborea en España”. “Me pongo a disposición de la nueva España, una grande y libre, con todo fervor y con todo entusiasmo”. “Viva España, Arriba España”. “Cuidado con hacer valoraciones demasiado sumarias de este tipo de cartas”, alertan al mismo tiempo Calpena y Santacana, ya que las manifestaciones de adhesión franquista no son nada inhabituales en aquel tiempo y lo que reflejan, aunque pueda resultar chocante, no deja de ser cierta voluntad de no tomar daño.
Reconocido como una figura transversal y con prestigio por méritos propios, Cabot permanece en la RFEF desde el fin de la guerra hasta dos años antes de su muerte. "Todo el mundo futbolístico internacional le reconocía como el principal interlocutor en España", destaca Santacana. Como consolidado secretario general, Cabot tuvo tiempo para cambiar, por segunda vez, la historia del club de su corazón. En 1950, un joven Ladislau Kubala juega con su club, Hungaria, un amistoso contra el Real Madrid. Santiago Bernabéu lo ve claro: hay que ficharle.
Un expatriado que acabó convertido en leyenda
Kubala era un expatriado huido de Hungría y la FIFA no le autorizaba a jugar partidos oficiales. Para formalizar el fichaje, era necesario un trámite fundamental: el transfer internacional. Ricard Cabot, como jerarca esencial de la RFEF, lo tenía claro: el fichaje no podía hacerse. Y no se hizo. Cuando el interés recayó enseguida en el Fútbol Club Barcelona, el trámite ya no fue tan fundamental y la RFEF (Cabot) permitió al Barça fichar a Kubala como amateur. Todo se aceleró poco después con la nacionalización española expresa del delantero, que resultó ser una estrella fulgurante, no exenta, cabe recordarlo, de polémicas y discordias.
El fondo documental recuperado también incluye un par de actos de la junta directiva del Barça en la que, debido a su indomable indisciplina, se pone en consideración la continuidad del astro húngaro. Por suerte, se quedó e hizo crecer exponencialmente la ilusión del club. Hasta el punto en que hubo que mudar de nuevo. La construcción del Camp Nou se debe, en gran medida, al crecimiento futbolístico y de masa social que experimentó el Barça gracias al genio de Kubala.
No es nada atrevido, pues, afirmar que Ricard Cabot es la pieza clave que cambió (al menos dos veces) la historia del Barça.