Fútbol

"El fútbol no tiene la culpa de lo que me pasó"

Un rival dejó tetrapléjico a Raúl Sánchez en un partido de veteranos

Badalona"Me arruinó la vida. Me destrozó la vida. Y era una vida sencilla, normal", afirma Raúl Sánchez (Badalona, ​​1979) mientras apura un vaso de agua con una pajita. Lo va vaciando, pero intenta verlo siempre lleno. Su vida cambió radicalmente el 26 de abril del 2014, en un partido de una liga de veteranos: una coza de un rival en la espalda le sentó para siempre en una silla de ruedas. Once años después ha llegado la sentencia para el agresor: seis años de cárcel y unos 750.000 euros.

Ese sábado estuvo a punto de no ir a jugar: eran días duros porque se había separado y estaba de mudanza, pero al final decidió ir precisamente porque el fútbol es "la excusa perfecta para desconectar, para olvidarse de los problemas". "Para encontrarse, hacer una cerveza y hablar", completa. Trabajaba de soldador y jugaba en una liga de veteranos, un contexto a priori poco competitivo: "La frase que más se repetía era «el lunes debe trabajarse"". "Aquel partido aún sigue para mí. Es un partido que lleva ya once años. Dura demasiado tiempo", enfatiza.

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Fue un partido caliente. Sánchez le pidió al árbitro que pitara el final antes, pero éste le dijo que por el poco tiempo que quedaba valía más terminar. "Puede ser algo que mejorar, porque el árbitro tiene la potestad de decir lo suficiente y parar el partido. Pero también puedo entenderlos. Están solos ya veces tienen miedo. Si hubiera pitado el final todo el mundo habría ido contra él. Él no tiene la culpa de lo ocurrido. Solo hay un culpable", dice. En una disputa chocó con un rival: no parecía más que una carga normal, pero el rival se volvió y empezó a pegarle. Puñetazos en el pecho y en la cara. El árbitro le expulsó. Pero desde la grada siguió insultándole y amenazándole de muerte. Poco después un compañero cayó al suelo. Sánchez corrió para ayudarle. Son los últimos pasos que dio: por el camino notó una patada en la espalda.

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"Noté un latigazo en las cervicales y me caí al suelo. Me quedó la mano debajo del pecho, pero no podía sacarla. Recuerdo oír como un silbido muy fuerte. Intentaba hablar y gritar para pedir ayuda, pero no podía. No me podía mover. tetrapléjico»". Desde tierra veía cómo compañeros y rivales seguían peleándose. Cuando llegó la ambulancia los rivales ya estaban en el vestuario. Se habían quitado la camiseta para que no se pudiera identificar al agresor por el dorsal. Recuerda el miedo a no dormirse durante el trayecto en ambulancia hacia los hospitales de Can Ruti y Vall d'Hebron.

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Dice que su vida es peor de lo que era. "Buf, por tantas cosas", acentúa. Habla de la tristeza de "saber que no serás como antes y que nada será como antes". De los peligros de preguntarse el porqué. "Es lo peor. Te lleva a un bucle. No cambia nada, no sirve para nada. Te ha tocado porque te ha tocado". Habla de la rabia de no poder entrar en un restaurante por un escalón, entrar en una tienda y que el dependiente se dirija al acompañante y sentir que es "ciudadano de segunda" porque el mundo no está adaptado y preparado para las personas con movilidad reducida. Antes iba a menudo a la playa. Pero no ha vuelto desde el accidente: "No me apetece porque todo el mundo miraría cómo entro en el agua, como si fuera un circo".

"Necesito ayuda prácticamente para todo"

A veces el cambio duele: de subir a la cima del Pedraforca y ser la persona que pintaba las casas de sus amigos a tener que pedir ayuda cuando se le cae el mando de la televisión al suelo porque no puede recogerlo. "Necesito ayuda prácticamente para todo", suspira. Tiene dos personas contratadas como cuidadoras.

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Reivindica que una sentencia "no puede ser justa cuando llega tan tarde" y añade que ésta es "barata en todos los sentidos", empezando por el hecho de que no hay dinero que compensen el daño provocado. El agresor no se había puesto en contacto con él. Cuando coincidieron en el juicio bajó la cabeza. La defensa pidió una valoración médica: "Decían que yo estaba mejor de lo que decíamos. Lo primero que hizo el médico fue decirme que me quitara la chaqueta. Le dije que nos podíamos pasar el día entero así. Yo no puedo sacarme una camiseta. Puedo ponérmela por la cabeza y las mangas, pero no bajarla por detrás".

A veces no sabía cómo llenar los días, tan largos, demasiado, pero encontró un sentido vital, una misión: luchar contra la violencia en el fútbol a través de la educación y crear conciencia. Hizo un documental que se puede encontrar en 3Cat, Netflix y YouTube, 26 de abril. Play again, y da charlas en clubs y escuelas, en un contexto en el que la violencia en el fútbol aumenta: año tras año suben las peticiones de presencia policial en los campos de fútbol, ​​por ejemplo. Él ahora se arrepiente de haber insultado alguna vez a algún árbitro oa algún rival. "Es duro ponerte allí delante de contar tu historia, pero me llena –reconoce–. La vida continúa y debe seguirse", argumenta.

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Sánchez sigue disfrutando del balón. Ahora por televisión: "Al final el fútbol no tiene la culpa de lo que me pasó".