Un poema, 'Los segadors' y el Everest conquistado: 40 años del "Hemos hecho la cima"
Ahora hace cuatro décadas de la primera vez que se habló catalán en la cima del Everest
Barcelona"Hemos hecho la cima". Hace 40 años, a las cuatro de la tarde del 28 de agosto de 1985, por primera vez se hablaba catalán en lo alto del Everest, la cima más alta del planeta. Una noticia que llenó de orgullo a todo un país. Aquel "Hemos hecho la cima" se convirtió en un grito generacional, un lema de aquella Catalunya que sería olímpica. La gente lo incorporó a su léxico y miles de personas recibieron a los héroes cuando regresaron a casa. Aunque, curiosamente, la frase pronunciada en la cima por Òscar Cadiach fue "Catalunya ha alcanzado el techo del mundo".
La expedición la formaban catorce valientes: Conrad Blanch, Nilo Bohigas, Óscar Cadiach, Jordi Camprubí, Jordi Canals, Luis Gómez, Enrique Lucas, Jordi Magriñà, Joan Massons, Javier Pérez Gil, Antonio Ricart, Miguel Sánchez, Toni Sors y Carles Vallès. Acompañados de los sherpas Ang Karma, Shambu Tamang, Nima Dorje, Narayan Shrestra y Nawnag Yonden, que fueron claves en ese éxito. Tres de ellos, Òscar Cadiach, Toni Sors y Carles Vallès, fueron los afortunados que llegaron a la cima. "Fue un trabajo de equipo. Era gente con experiencia. Ya se habían hecho dos expediciones", recuerda el barcelonés Conrad Blanch, el jefe de expedición en 1985.
Blanch formaba parte de una hornada de jóvenes sin miedo que se habían conocido en el Centro Excursionista de Catalunya en los años 70. "Yo venía del escultismo y entré en el centro con 19 años. Allí conocí a un grupo de gente con la que en 1976 hicimos el Kilimanjaro y el monte Kenya. Kush, en 1978 en los Andes... Fuimos los primeros del Estado en entrar en el Karakorum, en 1980, y alcanzamos la cima del Gasherbrum II. Era nuestro primer ochomil. Era un era de oro por el alpinismo, con cierta rivalidad entre los catalanes, vascos y madrileños para ver quién llegaría más lejos. "En 1981 fui a Pekín para negociar con las autoridades chinas que nos dejaran hacer el Everest por la parte tibetana. Imagina cómo era China entonces, poco después de la Revolución Cultural, todo encerrado... Hasta entonces todos los occidentales habían hecho el Everest por la parte de Nepal porque China tenía cerrada sus fronteras, pero parecía cerrar su frontera. el italiano Reinhold Messner logró hacer el ascenso solo y sin oxígeno por la parte tibetana. Saber si nos darían el permiso era todo un reto y lo conseguí para 1983", recuerda Blanch.
Pero antes, en otoño de 1982, salió otra expedición del Centro Excursionista liderada por Lluís Belvis y Emili Civis. Se quedó a pocos metros de coronar el Everest por la parte de Nepal. Ese mismo año el alpinismo catalán recibió un duro golpe cuando Pere Aymerich y Enric Font desaparecieron cuando intentaban alcanzar la cima del Manaslu. Fue un duro golpe para Conrad Blanch, su amigo, que no había podido acompañarles por motivos de salud y trabajo. Blanch decidió continuar con el sueño del Everest. "Siempre éramos cuatro. Ellos dos, Ton Ricart, que era médico, y yo. Después de lo que les ocurrió, decidimos seguir adelante e incorporamos al equipo Antoni Sors y Joan Massons", dice. Con el apoyo de la Caja de Barcelona, ellos fueron el palo de pajar de la expedición que salió en 1983, e incorporaron a gente que también había participado en la de 1982. "Era una buena expedición. No se hizo la cima por una cuestión de suerte con el clima. El 14 de octubre de 1983 tocó renunciar. –dice Blanch–. Pero decidimos ir al verano, en la época de los monzones: Nepal cierra la ruta por el mal tiempo, pero China sí que permitía hacerlo, ya que el Himalaya hace de barrera natural de los monzones que vienen del sur Ahora, parece una loca.
La expedición de 1985 era "un dream team del alpinismo, con experiencia en ochomiles, y estaba formada por gente de todo el país: Tarragona, Manresa, Valls, Barcelona...", explica Blanch, que tenía claro que quería subir por la parte tibetana por diferentes razones. "Por la aventura y para rendir homenaje a los primeros alpinistas británicos que lo habían intentado, como los famosos George 1, como los famosos George. Tíbet y su cultura. Llevábamos traducidas palabras del catalán al tibetano. Tenemos un gran recuerdo de las semanas previas al Tíbet, cuando intentamos engañar a los guardias chinos para hablar con los monjes en los monasterios", recuerda emocionado Blanch. Tras aterrizar en Lhasa, iniciaron un viaje de tres días de unos 700 kilómetros, hasta el campo base de Rongbuk.
Al llegar al Everest estaban solos. "Estuvimos a poco más de 5.000 metros de altura, en el mismo lugar donde Irvine y Mallory montaron su campamento. Hicimos tres intentos sin suerte, y en el cuarto conseguimos hacer la cima. Como jefe de expedición vas tomando decisiones, pero al final se trata de quién está más fuerte, física y mentalmente. Yo no podía, por ejemplo. que estuve esperando noticias y sufriendo, porque el descenso fue dramático", recuerda. Hace 40 años, Cadiach, Sors, Valls y tres sherpas –Shambu Tamang, Narayan Shresta y Ang Karma– lucharon contra la nieve y el viento en el ascenso final. "Cuando nos faltaban unos 150 metros para la cumbre calculé que tardaríamos unas dos horas en llegar... pero fueron seis. Dar un paso significaba detenerse y tener que respirar diez veces. Fue muy duro, pero estaba convencido de que si el tiempo se mantenía llegaríamos. Fue extraordinario. grados bajo cero", recordaba hace años Cadiach, que acabaría convertido en el primer catalán en subir las catorce cimas de más de 8.000 metros sin ayuda de oxígeno. Vallès, demasiado cansado, se había quedado por el camino, pero estaba decidido a llegar como fuese.
Arriba se tomaron fotografías y enviaron el mensaje al resto del equipo, que hizo sonar Los segadores en el campo base. "Había un componente de catalanismo, claro", dice Blanch. También mostraron arriba un banderín de la precandidatura olímpica de Barcelona 1992. Y cumplieron con el encargo del poeta Joan Brossa, que había escrito un poema bautizado como Una oda sextina a unos catalanes intrépidos con la esperanza de que fuera leído en lo alto de la cima. Òscar Cadiach sería el encargado de hacerlo. Una de las primeras cosas que hicieron los primeros catalanes en el Everest fue leer un poema que decía: "En la cima del mundo se encuentra otra vida / tenemos los astros en nuestras plantas / de la tormenta al sol hay cuatro pasos / baña el anillo la piedra de la fuerza / la playa de la nieve reúne rastros / y el mapa se encuentra en medio de". Sin embargo, Cadiach admite que con el viento y el frío hizo lo que pudo. Una vez se comunicaron por radio para anunciar la buena nueva, del campo base salió el telegrama más esperado: "Con la emoción desbordada os comunicamos que Cataluña ha alcanzado hoy el techo del mundo. ¡Viva Cataluña! ¡Viva el montañismo catalán! Arriba, arriba, arriba!"
Dos horas más tarde llegó a la cima Carles Vallès. "Cuando llegó le dieron algo de chocolate, una galleta y ya tocaba bajar", dice Blanch. Estaban a 8.849 metros. No como ahora, que cada día pueden reunirse muchas expediciones a lo más alto. Sólo en la cima del mundo, ellos gozaron del momento. Quizás demasiado, porque durante el descenso se les hizo de noche, lo que lo complicó todo. Cuatro miembros del equipo tuvieron que improvisar un vivac a unos 8.600 metros de altitud, un hito del que no se tenía constancia de que entonces hubiera alcanzado a nadie. Carles Vallès fue uno de los que tuvieron que echar un agujero en la nieve y pasar la noche como pudieron, los cuatro abrazados. "Fue muy complicado", recuerda. Después de una noche durísima, fueron bajando como pudieron, hasta encontrar un depósito con dos botellas de oxígeno que fue clave. "El reencuentro fue emocionante. Ese descenso duró tanto que nos teníamos lo peor", dice Blanch. "No era como que las comunicaciones son fáciles. Entonces costaba comunicarse con casa, teníamos que enviar telegramas en morse. Y entre nosotros costaba saber qué pasaba allá arriba", añade. Se emociona al recordar especialmente a quienes ya no están: Sors murió en 1987 en el Lhotse, y en 1988 quien perdería la vida sería Narayan Shresta, en un ascenso al Everest.
La comunidad alpinista internacional también siguió el periplo de aquella cordada, puesto que era la primera expedición occidental que subía por la arista noreste de la montaña. En casa les esperaba un país inquieto para conocer los detalles de aquella aventura; todos los catalanes sentían que ellos también habían alcanzado la cima. De hecho, la plaza Sant Jaume se llenó a tope para recibir a los protagonistas de una aventura que ellos contaron a periodistas y curiosos. A amigos y familiares. Primero a los hijos y, después, a los nietos. Y que recordarán de nuevo este 28 de agosto, cuando se reunirán en Taradell para dar una charla coordinada por Albert Om y estrenar un documental. Estos valientes se han ido hallado muchas veces en Taradell, la población donde se dedicó una plaza a su meta. "Yo veraneaba y tenía amistad con el entonces presidente del centro excursionista del pueblo, Josep Munmany, por lo que un banderín del Centro Excursionista de Taradell subió a lo alto del Everest", dice Blanch. "Lo mejor de todo es que hicimos muchas más expediciones juntos. Y que mantenemos la amistad, algo que no siempre ocurre en el alpinismo, cuando con tantos nervios y tensión muchas veces la gente se enemista", añade. Cuarenta años después, aquellos alpinistas también añoran la figura de Nil Bohigas, fallecido en el 2016 con 58 años. El recuerdo de los que ya no están hace aún más fuerte el vínculo de los que hace cuatro décadas pensaron que podía subirse a la cima del mundo, en una época en la que todo parecía por hacer.