Anatomía de una anomalía

Los pericos estamos de celebración. 125 años no son poca cosa. Son muchos años y es además un número que, como todos los redondos, obliga a reflexionar. Sobre el pasado y el futuro. Sobre quiénes somos y sobre cómo nos ven. Pese a la tentación de centrarme solo en el momento actual de felicidad –una tentación especialmente intensa en el contexto de mi autoimpuesto silencio–, la conmemoración obliga a una mirada que intente ir más allá de la (no) tan caprichosa pelotita.

Todo el mundo piensa que es diferente. De hecho, todo el mundo es diferente. Pero la singularidad del Espanyol reside en su existencia. Es singular porque existe y existe porque es singular. En términos filosóficos diríamos que es ontológicamente distinto. Y esto a menudo es duro. Casi siempre pesado. Pero sobre todo es satisfactorio. Porque en nuestra diferencia hay un punto de distinción. Porque los vínculos son más intensos. Cada uno de los pericos es imprescindible.

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El Espanyol es nuestro mejor amigo con problemas, un amigo al que no podemos fallar. Cuando en la vida nos encontramos con otro perico, lo celebramos con la complicidad de las minorías, con el privilegio de los escogidos. En Catalunya, a ningún culé se lo identifica por ser "el culé" ni incluso a ninguno del Real Madrid se lo identifica por ser seguidor de este club. En cambio, y todos los pericos podemos dar fe de ello, a nosotros se nos recuerda y se nos identifica como pericos. Somos la alteridad.

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Ser una minoría orgullosa y rebelde es agotador. Y para los niños y niñas pericos, motivo de disgusto. Pero también es emocionante. Un niño con la camiseta blanquiazul por la calle recibirá un gesto de ánimo cada veinte minutos. Porque verlo nos conmueve y porque pensamos que necesitará estos ánimos. Un niño con otra camiseta no los recibirá. No lo necesita, a nadie le hace una especial gracia: es la camiseta que llevan todos los niños.

Nuestra historia tiene, como todas, claroscuros. Pero la historia la escriben los ganadores, y nosotros hace años que perdimos. Hoy toca celebrar y, por lo tanto, no se trata de hacer una competición de medallas al dictador. En cualquier caso, no formamos parte del relato hegemónico. Somos una anomalía minoritaria. Y, encima, una minoría a la que no hace falta respetar porque, finalmente, el fútbol no es tan importante. Sin embargo, no nos resignamos. Y menos ahora: celebramos los 125 años en posiciones europeas, con un presidente que nos enamora y una fiesta quincenal en Cornellà-El Prat que no se vive en ningún otro estadio del país.

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