Que la euforia no nos haga traidores

Pocas cosas provocan una felicidad tan intensa como una importante victoria de tu equipo de fútbol. Si esa victoria te permite salir del infierno, la felicidad tiene un componente trágico que la hace especialmente emocionante y conmovedora. El sentimiento por un club como el Espanyol es el de una comunidad que tiene todas las características de las minorías. En la medida en que nos sentimos maltratados, más unidos estamos, a pesar de la gran diversidad de esa minoría.

El partido del domingo en Cornellà fue una comunión mágica llena de abrazos –con conocidos y no conocidos– y de lágrimas. Pero el sentimiento tiene también un componente íntimo. Mi patria es mi infancia y lo que queda de mi infancia es el Espanyol. Una sensación de abandono y fragilidad. Una identidad difícil de definir porque no representa más allá de la soledad. Acercándome a los sesenta, el domingo volvía a ser ese niño que –como todos los niños pericos– era el único de la clase y el que menos motivos tenía de celebración. En la medida en que no podías compartirla, era una vivencia íntima que te constituía y, en buena parte, te constituye.

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El domingo es un día para recordar. Puado entra a formar parte de los mitos pericos de la casa (debía ser de la casa) que han marcado goles decisivos en partidos históricos. Como Tamudo (Murcia, Copa del Rey), como Coro (Real Sociedad). Ahora, y para siempre, los goles de Puado serán los que nos devolvieron a Primera cuando más difícil parecía y cuanto más peligroso era no conseguirlo.

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Pero recordar para siempre la mejor verbena de San Juan de nuestras vidas no debe hacernos olvidar cómo y por qué hemos llegado hasta aquí. Dos descensos en tres años, ausencia de proyecto, propietario desaparecido, incompetencia. Debe ser más fácil resolver todos estos problemas en Primera que en Segunda. Pero que estemos donde siempre hemos estado y donde siempre hemos devuelto las pocas veces que hemos bajado no es ningún éxito ni, por tanto, ninguna excusa para no pedir cambios profundos en el club.

Tenemos semanas para pensar y exigir. Pero que nadie piense que nuestra felicidad tendrá un efecto anestesiante. Después de la verbena viene la resaca. Y tras la resaca, debemos volver a exigir una gestión a la altura de lo que merece la afición que llenó el campo. Que la euforia no nos haga traidores.

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