Escribir cartas: la forma de comunicación más antigua que casi ha desaparecido
En plena masificación del correo electrónico y de aplicaciones como WhatsApp, el 80% de la población en el Estado no envió ninguna misiva en el 2024
MadridNi Joan, ni Miquel, ni Paula, pero tampoco Josep o Montserrat. Ninguna practica lo que la escritora inglesa Virginia Woolf bautizó como "el arte más humano": escribir cartas a mano y enviarlas. O al menos no lo practica de forma habitual. De hecho, Joan, de 23 años, no lo hace desde que iba a la escuela, cuando compartió algunas cartas con otros alumnos del Estado en el marco de un proyecto educativo. "No recuerdo el nombre del pueblo, pero sé que nos escribíamos y envíamos cartas con otros niños a través del correo postal. Después de eso diría que ya no he enviado ninguna otra", explica haciendo un ejercicio de memoria. Sin embargo, lo cierto es que utilizar una hoja, un sobre y un sello, así como las manos, para escribir y enviar unas palabras a alguien se puede considerar casi una excepcionalidad. En el Estado, un 80% de la población dice no haber hecho uso del servicio postal tradicional –enviar una carta o tarjeta postal– en ningún momento del 2024.
El ocaso de la carta escrita a mano hace tiempo que se aceleró. Cada año, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) publica un informe sobre el servicio postal en España que permite conocer cuál es su estado de salud. En los últimos diez años, los envíos postales tradicionales acumulan una caída de más de un 64%, tal y como puede constatarse en el último informe publicado este verano. El dato engloba todo tipo de cartas (ordinarias y certificadas), también tarjetas postales y notificaciones administrativas.
"¡Por Dios! ¡Ni lo recuerdo!", contesta rápidamente Paula, de 34 años, cuando se le pregunta sobre la última carta que escribió a mano. Dos días después me confirma que fue en el 2023, cuando envió una postal de Navidad a una amiga austríaca que conoció durante Erasmus. "Antes de esta carta, quizá llevaba diez años sin enviar ninguna", admite.
Por lo general, quien recuerda cuando escribió y envió la última carta o postal es porque no ha pasado mucho tiempo desde que lo hizo. Miquel, que tiene 30 años, por ejemplo, tiene grabado en la memoria que la última vez que utilizó el servicio postal fue hace seis años, aunque no fue él quien escribió la carta: "La envié desde la oficina central de correos de Ho Chi Minh, a Vietnam. Había leído que allí estaban los últimos escritores y allí estaban los últimos escritores" país. Encontramos uno muy viejo, con gafas y encorvado en un escritorio de madera. Le pedimos una postal, que escribió y llenó con la dirección que dictamos, y que llegó puntualmente a Barcelona en menos de diez días".
Escribir por encargo no es una peculiaridad de esta ciudad de Vietnam. En la plaza Santo Domingo de Ciudad de México aún perduran escribientes que se dedican al mismo. Entre los motivos por los que algunas personas se acercan a ellos para dictarles una carta o una postal está el de poder hacer llegar lo difícil o imposible de explicar en persona, es decir, de viva voz: una distancia física insalvable que convierte la misiva como el único medio de comunicación –esa fue su génesis– o no saber escribir. También porque la ocasión puede merecer algo más que una llamada o un mensaje de WhatsApp; por ejemplo, una felicitación de cumpleaños. O, incluso, porque no nos atrevemos a contar algo en persona, a pesar de tener la necesidad de hacerlo, y ya se sabe que esto acaba convirtiéndose en un nudo en la garganta.
Un legado para conocer el pasado
De hecho, ese "arte" de escribir cartas a mano y que hoy pocos practican aquí ha sido, y sigue siendo, para algunos la lleva a deshacer la sensación de un alimento que no se ha digerido del todo bien. "Siempre me ha gustado escribir. [...] Me permite sacar palabras de dentro que no sé sacar por la boca. Pero también da miedo porque lo que queda escrito permanece", reflexiona Moni, de 31 años. De hecho, la historia ha podido entender el pasado, pero también el presente, gracias a algunas cartas que, a pesar de no estar destinadas, se nos han dado como un legado en forma de fuente documental. Muchas de éstas son fruto de grandes relaciones epistolares que tuvieron buena parte de los escritores del siglo XIX y XX: Joan Maragall y Víctor Català, Gabriel Ferrater y Helena Valentí, pero también Mercè Rodoreda y Joan Sales o Joan Fuster y Josep Pla nos han dejado grandes epistolarios.
Moni empezó a escribir cartas cuando iba a la escuela. "En vez de las típicas notas, escribía cartas y, como no las sabía doblar de forma ingeniosa, las ponía dentro de un sobre. Mezclaba tonterías y reflexiones más serias", recuerda. A ella no le gustan las postales porque dice que le falta espacio para contar todo lo que quiere. "Cuando las enviaba por correo, a veces me salían caras por el peso. Me gustaba ponerle algún detalle, un caparazón de mar o una etiqueta", dice. Hoy sigue escribiendo cartas, sobre todo a las amigas, pero algunas las entrega a mano ella misma.
El adiós a un ritual
Pero en el hecho de dejar de escribir cartas no sólo existe la pérdida de una hoja a la que se ha delegado la responsabilidad de cargar y transmitir aventuras, anécdotas, emociones o confesiones. También se pierde un ritual porque enviar una carta es una ceremonia en sí mismo. Detenerse a buscar y elegir una hoja, un sobre y un sello –preguntarse, incluso, dónde se puede comprar hoy un sello–. Pensar si quiere ponerse un detalle, como hacía Moni con los caparazones de la playa. Dedicar tiempo a escribirla y buscar, después, el buzón donde echarla y acabar en una oficina de Correos porque resulta que los cilindros amarillos de acero que durante décadas han formado parte del paisaje de ciudades y pueblos también han desaparecido con cuentagotas.
Por todo ello hay quien hoy ve la carta no tanto como un medio para comunicarse como un "detalle". "Ya no es un medio en el que pienso para comunicarme con alguien, es más bien un regalo especial. Creo que ni siquiera tengo en cuenta el contenido, sino enviar la carta como tal", confiesa Ane, de 26 años, que durante las vacaciones de este verano ha enviado una carta a su abuela.
Otros tiempos
Sin embargo, escribir y enviar cartas quiere un tiempo que hoy parece no existir, o sí, pero entra en contradicción con un siglo marcado por la inmediatez. "Tenemos tan poca costumbre de escribir a mano que ni nos pasa por la cabeza hacerlo por placer", reflexiona Miquel. La masificación del correo electrónico y la llegada de aplicaciones de mensajería instantánea como WhatsApp, Telegram o Signal en los teléfonos móviles han abierto la puerta a comunicarse al instante. Ya no hace falta esperar horas, días o incluso semanas a que llegue el cartero y deje una respuesta en el buzón. "Ahora con el correo o el WhatsApp es una facilidad", contestan algunas personas cuando se les pregunta por qué ya no escriben cartas. Para otros, recuperar este hábito de escribir cartas a mano sería una forma de apagar una cierta ansiedad vinculada a esta inmediatez. "Y lo que es peor, esperar y necesitar una respuesta al instante", añade Miquel.
¿Habrá un día en que alguien enviará la última carta escrita mano? ¿Quién la leerá? Entonces, quizás las generaciones futuras tendrán al alcance lo que nos hemos enviado de forma digital, que la nube se encarga de guardar, y que se convierte así en la caja donde uno guarda las cartas que ha recibido. Aunque algunos no lo tienen claro: "Pienso: «¿Y si entra un virus [en el ordenador] y se borra todo como cuando nos quitaron a Tuenti?» ¡Lo perdimos todo! ¡Nuestra adolescencia!", reflexiona Moni.