Ensayo

¿Qué pasará cuando todos logremos vivir más de cien años?

El médico, investigador, escritor y divulgador Salvador Macip reflexiona sobre el envejecimiento de la población y los límites de la ciencia en este artículo publicado en el último número de 'La Maleta de Portbou'

Salvador Macip / La Maleta de Portbou
10/07/2025

Planteémonos qué va a pasar cuando sea normal que los seres humanos superen la barrera de los cien años. Hablamos de cuándo, y no de si sucederá algún día, porque ya podemos asumir que sí, que más pronto o más tarde llegaremos a este punto. Actualmente, ya nos dirigimos hacia un futuro en el que el envejecimiento será tratable. Ya no será considerado inevitable, sino que podremos hacer algo para mejorarlo, frenarlo, detenerlo o incluso revertirlo.

La tarea que se está llevando a cabo en los laboratorios para entender y detener el proceso de envejecimiento pasa primero por definir qué significa envejecer, exactamente. un proceso lento y progresivo de degeneración de nuestros tejidos. Pero, ¿qué quiere decir exactamente esta "degradación"?

Los principales descubrimientos en este ámbito se remontan a principios de siglo, cuando se produjo una revolución en el conocimiento de los mecanismos moleculares y celulares del envejecimiento. Sin embargo, la búsqueda de una solución para entender el envejecimiento viene de mucho más atrás. De hecho, en la primera obra literaria conservada, el Poema de Guilgameix, se cuenta la historia de un rey de Uruk que, hacia el año 2000 aC, se dedica precisamente a buscar la inmortalidad. En otras palabras, la persona que escribió la primera obra de ficción reflejaba ya lo que ha sido y será uno de los grandes anhelos de la humanidad: vencer el envejecimiento.

El envejecimiento, por sí solo, quizás no sería tan problemático si no fuera porque, a medida que el cuerpo va perdiendo funcionalidad, también va adquiriendo problemas de salud, que desencadenan diversas enfermedades. Dicho de otra forma, la probabilidad de morir aumenta exponencialmente a partir de los sesenta o setenta años. ¿Por qué? ¿Qué hace que, a partir de cierto momento, seamos mucho más propensos a la enfermedad y mucho más sensibles a la muerte? Ésta es la verdadera clave del envejecimiento, y encontrar una solución implica intentar entenderlo a escala molecular, genética y celular.

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Hasta ahora hemos definido el envejecimiento como una degeneración, una pérdida de funciones del cuerpo. Este cambio es fácil de ver externamente, pero si pudiéramos viajar en el cuerpo y observar nuestros órganos, veríamos que también cambian de aspecto con el paso del tiempo. Y si los miráramos más cerca todavía, veríamos que las células que los forman también son diferentes: hay una proporción de células que no es la misma, la composición de estos tejidos ha cambiado. Y aquí es donde empieza a ser interesante, porque en otros niveles no podemos actuar, pero con las células sí. Las células se pueden estudiar, extraer, poner, cambiar, eliminar o incluso manipular.

Envejecimiento celular

Desde finales del siglo pasado y principios de éste, hemos ido descubriendo una serie de procesos que nos han llevado a definir lo que se ha llamado las doce causas del envejecimiento. Esta receta que los científicos hemos propuesto para explicar por qué envejecemos desde el punto de vista biológico es también una hoja de ruta. Si creemos que el envejecimiento está causado por estos doce factores, lo que debemos hacer para detenerlo es tratarlos. Cuanto más conocemos estos procesos, más potenciales dianas para futuros tratamientos descubrimos.

Varios de estos factores que conducen al envejecimiento terminan generando lo que conocemos como células senescentes. Básicamente, son células viejas, que no funcionan como deberían funcionar. La hipótesis actual es que envejecemos porque acumulamos células viejas, porque cada vez tenemos más células senescentes. Hasta cierto punto es lógico: es fácil entender que, a medida que las células envejecen, también lo hacen los tejidos del cuerpo. ¿Por qué es importante? Porque ahora sabemos dónde podemos atacar, qué problema debemos resolver: es necesario eliminar las células senescentes.

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Estas células se conocen coloquialmente como células zombi, porque no están ni vivas ni muertas; no sólo no hacen su trabajo, sino que molestan a las vecinas y, como los zombis, pueden convertir otras células cercanas en zombi. En resumen: debemos matar zombies. Pero, ¿cómo? En un estudio de 2011 consiguieron eliminar estas células en ratones, y vieron que vivían más. Fue la primera demostración biológica en un animal que permitió comprobar que eliminar las células senescentes puede ser bueno para la salud y puede ser una vía para mejorar el envejecimiento. Siguiendo variantes de esta receta, en varios laboratorios de todo el mundo hemos logrado alargar la vida de los ratones cerca de un 30%. No hemos llegado, evidentemente, a la inmortalidad, pero sí que hemos frenado bastante el proceso biológico de envejecer y todo lo que conlleva. En humanos es más complicado, así que todavía no podemos administrar los fármacos que utilizamos con ratones, pero esperamos que algún día lleguemos. Si realmente estas células senescentes son las que causan el envejecimiento, eliminarlas por completo o en gran parte podría hacernos rejuvenecer.

Cada vez vivimos más. La esperanza de vida aumenta pero hay algo que no lo hace: los años que pasamos con buena salud. Es decir, vivimos más pero no mejor. Los años ganados son, a menudo, malos años, vividos con enfermedades crónicas. Lo que quisiéramos es un envejecimiento saludable, alargar los años de juventud, no los de vejez. Esto es lo que persigue la ciencia del envejecimiento: no vivir más tiempo necesariamente, sino vivir mejor. Estamos empezando a diseñar fármacos y otros tratamientos que nos hacen pensar que, algún día, podremos frenar o ralentizar el envejecimiento, y quizás incluso revertirlo en algunos casos.

¿Pero cuáles serían las consecuencias de alcanzar este sueño? Si realmente ocurriera, si los científicos que trabajamos en el envejecimiento consiguiéramos una píldora que nos permitiera vivir mejor y durante más tiempo, ¿qué pasaría después?

De pirámide a campana

El primer problema imaginable es que no cabríamos en el planeta. Si ahora ya no nos encontramos en un contexto sostenible, imaginamos qué pasaría si viviéramos más de cien años o, incluso, si no muriéramos. Pero quizá éste no sea exactamente el problema. Según las previsiones de la ONU para los próximos años, la tendencia no es ascendente sino más bien a la baja.

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Durante toda la historia de la humanidad, los gráficos de población tenían forma de pirámide, con más jóvenes que ancianos. Pero lo actual ya no es éste, sino más bien el de un cilindro. Los nacimientos caen, y la parte superior aumenta muchísimo. La gente que llega a los noventa o noventa y cinco años ya no es una minoría insignificante: en 2019, representaban entre el 1% y el 2%. Las previsiones futuras van en esa línea. Hacia 2050, 2075 o 2100, se prevé que la pirámide se transforme progresivamente en una campana. Si en los años cincuenta el porcentaje de mayores de sesenta y cinco años era de un 10%, se calcula que en medio siglo será del 70%. Es decir, la mayor parte de la población será de la tercera edad. El problema quizás no es que no quepa más gente en el planeta, sino que no nace la gente suficiente para compensar el envejecimiento poblacional. Podemos pensar que esto es un problema europeo, pero continentes como África y Asia, que hasta ahora aportaban juventud a los viejos continentes, muestran la misma tendencia. Por tanto, parece que nos dirigimos, de forma casi irreversible, hacia un envejecimiento progresivo de la población mundial.

Así que, respondiendo a la pregunta inicial: ¿qué ocurrirá cuando todos tengamos cien años? Lo primero es que todo el planeta estará envejecido, y sin población activa que pueda pagar las pensiones o generar riqueza en un país. Si casi todo el mundo se encuentra en la franja de más de 65 años, la situación no será sostenible. Como decíamos, existen previsiones que indican que hasta un 60-70% de la población podría estar por encima de la edad de jubilación, una edad que, evidentemente, habrá que reajustar si nos encaminamos hacia este escenario. Por otra parte, la esperanza de vida ha cambiado radicalmente en el último siglo. Inicialmente, todavía era de 30 o 40 años en algunos lugares, y ahora se sitúa por encima de los ochenta en buena parte del mundo. Por tanto, una de las conclusiones –o uno de los problemas– que tendremos si realmente conseguimos fomentar la longevidad o frenar el envejecimiento es que la humanidad será aún más vieja de lo que ya es, con todos los problemas que conlleva.

Debemos conseguir que, en lugar de esta degeneración progresiva que es habitual en la mayoría de casos –y que implica muchos años de mala salud y enfermedad–, todo el mundo tenga un envejecimiento más lento, y que después, cuando toque y el cuerpo ya no aguante más, llegue un repentino descenso. Es decir, que no sea un envejecimiento en el que arrastramos una mala salud durante 30 o 40 años, como ocurre a menudo hoy en día. Por eso estudiamos personas que han llegado a estos extremos, como los supercentenarios, entre ellos Maria Branyas, que durante un tiempo fue la persona más vieja del mundo. A través de estos casos esperamos entender mejor por qué, en algunas personas afortunadas, la degeneración propia de la edad se concentra casi sólo en el tramo final de la vida, lo que les permite llegar con muy buena salud a edades muy avanzadas. Si queremos superar el actual límite de los 120 años, si queremos que la gente viva más años con mejor salud, la única forma de hacerlo es con fármacos o intervenciones dirigidas a la biología del envejecimiento. Es necesario encontrar esta "píldora del envejecimiento saludable"; si no, no podremos llegar mucho más lejos. No es una certeza, pero sí una posibilidad de que la ciencia empieza a poner sobre la mesa.

Ciencia-ficción

Pero también podemos mezclar algo la ciencia con la ciencia ficción y hablar de posibilidades futuras aún más extremas. Hemos considerado la posibilidad de alargar el envejecimiento, de quizás crear una fuente de la eterna juventud, en la que podamos bañarnos y salir rejuvenecidos. Más que ciencia ficción, podríamos llamarlo especulación: elucubrar hasta qué punto podemos llegar con los límites que nos ofrece la ciencia. ¿Puede ofrecernos incluso la inmortalidad?

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En principio, sobre el papel, la inmortalidad es biológicamente posible. Hay animales, como la hidra o algunas medusas, que se regeneran constantemente y nunca envejecen. Sin ir tan lejos, animales como las ballenas, algunas especies de lombrices o los tardígrados también tienen tejidos que se degradan muy lentamente. Por tanto, este envejecimiento lento, y en su extremo, la inmortalidad, ya existe en la naturaleza. ¿Podemos llegar los humanos tan lejos? En este ejercicio de ciencia ficción, ¿podemos convertirnos en elfos inmortales como los que imaginó Tolkien? Ésta sería una de las preguntas más extremas en el campo del envejecimiento, pero la ciencia ya nos permite pensar, incluso, más allá.

Hemos hablado de fármacos que permiten eliminar células zombie y frenar la degeneración propia del envejecimiento. Pero podemos ir un paso más allá y decidir cómo deben ser los humanos del futuro, más allá de ser prácticamente inmortales o envejecer muy lentamente. Porque ahora podemos manipular los genes humanos. El doctor He Jiankui, por ejemplo, es un científico chino que, en 2018, creó los primeros humanos modificados genéticamente. De la misma forma que hace tiempo que modificamos animales y plantas, el doctor Jiankui se saltó todas las normas éticas vigentes y manipuló los genes de cuatro niñas antes de que nacieran, en China. Esto abre una nueva vía, una puerta más hacia un terreno que antes era propio de la ciencia ficción y que ahora se convierte cada vez más en ciencia real, y que nos propone un abanico de nuevas posibilidades de cara al futuro. Si podemos modificar nuestros genes, las reglas del juego cambian radicalmente.

Sin embargo, debe tenerse presente que la variabilidad genética de la humanidad es lo que la hace interesante. Si empezamos a manipular los genes, quizás acabamos todos cortados por el mismo patrón, idénticos. O incluso podríamos llegar al extremo que también ha planteado la ficción: un ejército con soldados perfectos, con personas modificadas genéticamente que después clonaríamos tantas veces como quisiéramos, como se ve en la saga de La guerra de las galaxias. Hoy en día, por ejemplo, ya sabemos qué genes generan demasiado muscular, así que podríamos modificar el gen de un bebé antes de que nazca para convertirlo en un adulto más fuerte. En la película de La guerra de las galaxias, además, son más obedientes. Aún no conocemos el gen de la obediencia, pero no podemos descartar que algún día le identifiquemos. Así pues, desde el experimento de 2018, se ha abierto la posibilidad de redefinir qué es la vida, qué es la existencia, o qué es el ser humano, a través de la modificación de este libro de instrucciones que es la genética.

Al final, puede que la imaginación sea el único límite. ¿Por qué no podemos mezclar genes humanos con genes de otros animales? que, al nacer, fuéramos un híbrido entre humano y animal. O llegar al extremo de redefinir completamente la humanidad y hacer que todos seamos azules y con manchas blancas, si nos apetece.

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Evidentemente, esto abre un debate ético impresionante. ¿Que lo podamos hacer? ¿Debemos permitirlo? mejorar nuestra especie con tratamientos químicos. Y decimos mejorar como concepto nuevo porque la ciencia o la medicina, hasta ahora, se dedicaban a curar o prevenir; pero ahora estamos hablando de mejorar, que implica coger a una persona completamente sana y modificarla. Pero ¿qué significa mejorar? Cómo definimos qué es una mejora? Es muy subjetivo. Lo que para una persona puede ser discapacidad, para otra puede ser su identidad. Entramos en un terreno resbaladizo, en el que utilizamos la ciencia y la medicina para realizar cambios que no tienen necesariamente que ver con la salud. Y esto plantea una serie de retos éticos completamente nuevos.

También tenemos sobre la mesa otro tipo de mejoras: las mecánicas. Hasta ahora, todo lo relacionado con el concepto de cíborg –la mezcla entre humano y máquina– se limitaba, por ejemplo, a poner prótesis a personas que habían perdido una extremidad. Nadie discute que esto es un buen uso de la medicina. Pero, ¿qué ocurre cuando, en el futuro, estas extremidades sean mejores que las originales? Quizá lleguemos a buscar piezas de repuesto, a decir: "No me gusta este brazo, quiero uno mecánico porque seré mejor tenista, o podré trabajar mejor, o levantar más peso". Y quizás los humanos acaben siendo cuerpos totalmente robóticos con un cerebro biológico. Entonces no viviríamos cien años, viviríamos miles, porque sencillamente iríamos cambiando las piezas del cuerpo cuando se estropearan. Es una manera aún más eficiente de vencer esa degeneración biológica de la que hablábamos. Quizás el futuro de la humanidad pasa por este estadio: encontrar piezas de repuesto para las partes biológicas que se deterioran. Eso sí que es ciencia ficción, porque todavía no tenemos conocimientos suficientes de robótica ni de tecnología para conseguir partes del cuerpo que funcionen mejor que las originales, pero vamos hacia este escenario.

¿Hacia dónde nos lleva todo esto? ¿Qué aspecto tendrá la humanidad cuando todos podamos vivir cien años, cuando la ciencia nos dé todas estas opciones? Hemos hablado de la posibilidad de acabar siendo inmortales como los elfos, o cíborgos, o –¿por qué no?– superhumanos; o quizás, incluso, la especie humana tendrá un aspecto completamente diferente: azules y de dos metros y medio de altura. ¿Cuál es el límite? ¿Qué camino escogeremos?

A pesar de que todo esto no sea todavía posible, es una probabilidad cada vez más presente, una posibilidad que nos obliga a preguntarnos qué futuro queremos para la humanidad. Y, sobre todo –y aquí entra de nuevo la parte ética–, si esto llega a ser posible, si disponemos de una combinación de genética, fármacos, robótica, o lo que sea, que nos permite estas mejoras del ser humano, ¿quién podrá pagarlo? ¿Quién podrá permitírselo? Si miramos la historia de la ciencia y de la medicina, veremos que cualquier descubrimiento comienza siendo caro y sólo accesible en una parte de la población. El ejemplo más reciente son las vacunas de la covid: aquí, en Europa, nos poníamos la tercera dosis y en África todavía no habían recibido la primera. La distribución de los recursos del planeta es desigual, siempre lo ha sido y, por desgracia, probablemente siempre lo será. En este caso, el problema es que ya no hablamos de vacunas: aquí estamos hablando de redefinir completamente a la humanidad, lo que tendrá un impacto mucho más profundo. Podríamos acabar con una humanidad a "dos velocidades": por un lado, los superhumanos (o posthumanos, como se les llama últimamente), que serían casi una nueva especie, modificada por la ciencia; y por otro, el resto de la humanidad, con los retos de siempre: obesidad, enfermedades cardiovasculares, muriendo de malaria y otras infecciones, y todos los problemas de salud que seguiríamos arrastrando. Si no utilizamos la ciencia de forma adecuada, si no sabemos encontrar sus límites, podemos acabar en un futuro distópico con esta división de la humanidad. Este cambio que estamos viendo ahora es diferente a cualquier otro paso anterior en la evolución, porque, por primera vez, este salto evolutivo no lo hace la naturaleza, no lo hace la selección natural, lo hacemos nosotros.

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¿Hacia dónde nos lleva esto? Si creemos en la doctrina del posthumanismo, o del transhumanismo –la doctrina filosófica y científica que dice que debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para utilizar la ciencia para mejorar la especie humana–, la propuesta sería seguir avanzando y mejorando de algún modo nuestra especie. Pero, ¿hacia dónde nos lleva esta carrera? ¿Cuál es el final de este camino que apenas empezamos?

Por eso es tan importante discutir estos temas, ahora que todavía son un ejercicio de anticipación, de ciencia ficción. Pero todo esto será una realidad en las próximas décadas. Debemos empezar a preparar la sociedad para estos cambios. Lo que ha ocurrido siempre es que la ciencia llega a un descubrimiento antes de que la sociedad haya podido decidir si realmente lo quería. Esto lo hemos visto con el ejemplo de las modificaciones genéticas. Es decir, antes de que, como sociedad, hayamos decidido si queremos o no permitir que se manipulen los genes de los embriones humanos, ya lo hemos hecho. Éste es el gran problema: siempre vamos un paso por detrás de la ciencia, y eso es contra lo que debemos luchar. Todos estos debates que todavía nos pueden parecer lejanos son muy necesarios. Debemos empezar a hablar de ello ahora para que no nos cojan desprevenidos, sobre todo en un momento en que, desde el otro lado del océano, vemos ese impulso para volver a abrazar un liberalismo extremo, en el que cada uno debe ser capaz de decidir cómo quiere su futuro o qué quiere hacer con su cuerpo: si te lo puedes permitir y tienes dinero. La tradición ética europea es muy distinta. En Europa tendemos a preguntarnos qué impacto tendrán los avances en la sociedad, qué desigualdades pueden crear, si es necesario o no que el Estado intervenga. Son debates fundamentales, y parece que, por el momento, este liberalismo está ganando la partida en buena parte del planeta.

La ciencia y las tecnologías nunca son ni buenas ni malas por sí mismas: todo depende del uso que hagamos. La genética y los avances que hemos comentado entran en esa categoría. Podemos usarlos para cambiar radicalmente la humanidad y crear una humanidad distópica y un mundo más desigual e infeliz, o podemos utilizar esta tecnología por cosas buenas. Esto depende exclusivamente de nosotros, depende de cómo seamos capaces de utilizar estos regalos que la ciencia nos ofrece. Seamos, pues, responsables.

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Salvador Macip

Es médico, científico y escritor, director de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC, investigador del Barcelona Beta Brain Research Center y catedrático de medicina molecular en la Universidad de Leicester. Es autor de más de cuarenta libros de ciencia y narrativa. El último conflicto: ¿Qué ocurrirá cuando todos podamos vivir más de cien años?, celebrada el 12 de mayo de 2025, dentro del ciclo "Retos del futuro inmediato", organizado por la Escuela Europea de Humanidades y el Palacio Macaya de La Caixa, en Barcelona. La transcripción y adaptación es de Ariadna Núñez y Salvador Macip. La traducción al catalán, de Elena García Dalmau. Este artículo se ha publicado en castellano en el número 71 de la revista La Maleta de Portbou.