Peter Sellers, cien años de un gigante con el corazón débil
Hoy se conmemora el centenario del nacimiento del actor, que tuvo una vida y una carrera marcadas por problemas cardíacos
¿Alguien en el mundo entero se puede imaginar al inspector Clouseau no siendo interpretado por Peter Sellers? Cuesta, ¿verdad? No sé si habrá a lo largo de la historia del cine una identificación más pétrea, más orgánica, más catedralicia, entre un actor y un personaje. Pues la historia podría ser otra. Sellers fue Clouseau gracias a que Peter Ustinov —entonces una estrella recién galardonada con el Oscar por Espartaco— abandonó el proyecto por el que ya había sido contratado. ¿El motivo? Le pareció fatal que Ava Gardner no interpretara finalmente a su esposa en la ficción. Era la reacción de los productores del filme a las múltiples e inasumibles exigencias que la actriz había querido imponer y que llevaron a contratar a la actriz Capucine en su puesto. Ese sidral abrió las puertas del actor británico, todo un riesgo comercial, sin duda. Sellers acababa de aterrizar en el cine estadounidense y el público le identificaba con su papel más reciente, el depravado Clare Quilty de la Lolita de Kubrick. La operación salió bien y Sellers se convirtió en el divertidísimo (y desastroso) detective del bigote, la gabardina y el sombrero. El papel de su vida, sin duda, que repitió varias veces a lo largo de sucesivas secuelas a las órdenes de Blake Edwards. Un éxito fílmico y comercial que ha pasado a la historia del cine. Como también ha ocurrido en la historia el tormentoso carácter de Sellers, su capacidad para dificultar los rodajes, la ambivalencia de una personalidad sombría.
A Sellers, que vivió tan sólo algo más de la mitad de la efeméride que hoy conmemoramos, le condicionó la debilidad del corazón. Y no hablamos tan sólo de sus numerosos asuntos amorosos sino, literalmente, de su corazón enfermizo. Dice la leyenda que durante el rodaje de Dame un beso, estúpido (1964) sufrió ocho infartos consecutivos por haber inhalado droga como estimulante sexual, lo que le obligó a abandonar el papel que le había confiado Billy Wilder ya ser sustituido por Ray Walston. El genial cineasta tuvo una respuesta afinada y sagaz cuando alguien de su equipo le comunicó la noticia: "¿Ocho infartos de corazón? Para que ocurriera algo así, lo primero que el señor Sellers debería tener es corazón". Para su participación en el filme paródico ¿Qué tal Pussycat? (1964), los productores se cubrieron los hombros con un seguro de 360.000 dólares. Nunca los latidos de un corazón habían sido tan protegidos.
Personajes memorables
Dicen quienes le conocieron bien que Sellers tuvo siempre miedo a la muerte. Como una sombra que nunca le abandonó. Durante el rodaje de Bienvenido Mr Chance (1980) —que le proporcionó una nominación al Oscar—, el propio actor se hacía cruces de estar todavía en este mundo. Como si el fatalismo tuviera que cumplirse, el corazón volvió a fallarle, esta vez fatalmente, y murió no muchos meses después. Tenía sólo 54 años. Había tenido tiempo no sólo de ser, para la eternidad, Jacques Clouseau, sino de dejar para la posteridad toda una serie de personajes memorables. Como por ejemplo sus creaciones en Dr. Strangelove (1963), la genial sátira política de Stanley Kubrick en la que Sellers interpreta a tres personajes diferentes con una impresionante capacidad camaleónica y una vis cómica capaz de dejarte alucinado. Al contrario que con otros directores, la relación con Kubrick fue idílica, ya se conocían de Lolita y ambos compartían una pasión aparte del cine: la fotografía. Parece mentira que con Blake Edwards -con quien trabajó en siete ocasiones- la relación fuera justita echando a mala. Preguntado por el tema, el director no tuvo más remedio que ser sincero: "Peter es capaz de arrancarte la carcajada más placentera y, al minuto siguiente, clavarte un hacha en el corazón". El propio Sellers admitió a menudo que no era precisamente fácil relacionarse con él. Aquella estrella resplandeciente que había aprendido el oficio en la radio y que había hecho camino al cine a la sombra de su admirado Alec Guinness —trabajaron juntos en la magistral El quinteto de la muerte—se ganó a pulso la fama de abejorro y carcoma. Casi un sosia de su personaje en La fiesta (1968), el actor indio al que invitan por error a una cena de gala e estropea todo lo que se encuentra. Una cima de la comedia, una creación estratosférica de Sellers.
El actor se casó cuatro veces. Su relación más popular fue con la actriz sueca Britt Ekland. El matrimonio duró entre 1964 y 1968, período durante el cual trabajaron juntos hasta tres veces. Las peleas en sets de rodaje, en público y privado, fueron habituales y el ambiente, irrespirable. Cuando firmaron los papeles del divorcio, un amigo íntimo de la actriz no pudo resistirse a enviarle un telegrama de felicitación. La vida de Sellers fue una carrera de obstáculos, de sucesivos disparos en el pie, un campo de minas de difícil supervivencia. Es uno de los casos más trascendentes y destacados de estrella del cine torpedeo por su salud mental. Los episodios depresivos y el consumo de drogas, así como la creencia en la astrología y en espiritualidades exóticas, sedimentaron una bola de nieve depredadora que cada vez se hacía más y mayor. Un polvorín emocional.
Sería injusto acabar sin mencionar uno de los filmes más populares de la carrera de Sellers. Junto a Clouseau, el doctor Strangelove y el indio sapastre, Un cadáver en el postre (1978) es todo un referente para generaciones de cinéfilos. Una parodia genial de los filmes de detectives, de Philip Marlowe y Colombo en Poirot, Miss Marple y Charlie Chan —el papel de Sellers— que le permitió, por cierto, trabajar una vez más con su imprescindible Alec Guinness y con un inolvidable Truman Capote. Algunas alegrías tuvo. No todo fueron los terribles vaivenes de su corazón enfermo.