Túnez: recorriendo los míticos oasis del sur
En el extremo occidental del país, en la frontera con Argelia y alrededor del gran lago salado Chott El-Djerid, se extiende un hábitat inhóspito salpicado de palmerales, medinas y mares de dunas silenciosas
TúnezLa ciudad de Gafsa, situada en la línea imaginaria que delimita el sur de Túnez con el norte, está considerada el gran nudo de comunicaciones que articula estos dos espacios geográficos tan dispares. La ciudad es también una parada obligatoria después de nueve horas de tren desde la capital, Túnez, para penetrar en esa zona del país; el cuerpo merece una tregua.
En las montañas adyacentes a la ciudad se lleva a cabo una importante extracción de fosfatos que tiene mucha importancia en la economía nacional, aunque esta riqueza no se ve reflejada en Gafsa. Aquí la población se mantiene al margen de las rutas turísticas más interesadas en los famosos oasis que se encuentran a pocos kilómetros. Esta población fue fundada por los romanos y con el paso de los siglos se convirtió en un territorio amazigh muy codiciado.
En la historia reciente cabe destacar un hecho muy sonado: el 27 de enero de 1980 la ciudad fue invadida durante tres días por un comando libio. Muchos jóvenes se unieron al ejército invasor para luchar contra su país, por el sentimiento de abandono que genera tan lejana capital. Actualmente, la ciudad sigue emanando cierto sentimiento de desánimo. Aquí la vida cotidiana es dura, la pobreza y la dejadez son muy palpables. Es difícil encontrar un restaurante para comer con unas mínimas condiciones higiénicas y hay muy pocos sitios que ofrezcan habitaciones cómodas y limpias. La ciudad tiene una pequeña medina y en realidad es muy interesante. En el centro hay dos impresionantes cisternas romanas hechas con grandes sillares de piedra, unidos magistralmente, donde los niños suelen bañarse en la salida de la escuela. Al lado hay un café con una magnífica terraza y el Museo de Historia y Arqueología, que alberga unos interesantes mosaicos romanos del siglo IV. La ciudad también tiene una enorme muralla, que es parte de una kasbah construida en 1436 por Abou Abdallah Mohamed. Su interior, sorprendentemente, funciona como un parking y el exterior brinda un tranquilo paseo junto al palmeral.
Las majestuosas gargantas de Seldja son el principal atractivo en las inmediaciones de Gafsa. Hay que ir hasta Metlaoui, otra población dedicada a la extracción de fosfatos, desde donde sale el mítico Lézard Rouge, un pequeño ferrocarril que Francia regaló al rey de Túnez en 1940, totalmente restaurado y acondicionado para cargar turistas ansiosos de ver estas gargantas monumentales. El tren, de aires coloniales, serpentea hasta la estación de Seldja por un gran desfiladero rodeado por riscos impresionantes, donde parece que en cualquier momento puede aparecer Lawrence de Arabia. El viaje de ida y vuelta dura unas dos horas y el tren hace paradas para ver con detenimiento el paisaje. Las gargantas también se pueden visitar por tu cuenta, en coche, pero resulta muy complicado encontrar el camino que conduce hasta el interior.
Los oasis de montaña
Aún recuerdo lo difícil que fue llegar hasta Tamerza en mi último viaje por el sur del país. Pero por fortuna de los tunecinos, y de los viajeros, para ir a los oasis de montaña ya no es necesario hacer peripecias con el coche por pistas de difícil conducción donde, en muchas ocasiones, es necesaria la ayuda de la población local para salir de situaciones complicadas. Ahora unas modestas carreteras asfaltadas llegan hasta los perdidos oasis de Chebika, Tamerza y Midas. Muchas agencias de turismo acuden por pistas evitando la carretera asfaltada, para que el visitante se sienta como un Indiana Jones al llegar a las ruinas de los antiguos pueblos, rodeados de inmensos palmerales.
En Tamerza hay que dejar atrás el pueblo nuevo para llegar hasta la ciudad vieja, que presenta un aspecto de fortaleza en escombros donde destacan claramente las cúpulas blancas de un morabit y la mezquita. Deambular por sus calles al atardecer es oír un pasado que nunca volverá. En dirección al pueblo nuevo, se llega hasta una gran cascada para disfrutar de un té y de la frescura que proporciona el gran salto de agua ya su alrededor se pueden descubrir unas pozas de película.
Si desea contratar un guía para visitar los otros dos oasis de montaña, dirigirse al centro de iniciativas, donde ofrecen varias alternativas para ver la zona. Una excursión interesante, para aquellos que tengan una buena condición física, es ir hasta Medidas a pie, por los escalones esculpidos en la roca que conducen hasta ese oasis. La caminata, excepto en época de lluvias, es cómoda y puede realizarse en unas dos horas. Este pueblo está abandonado desde 1969 y cuelga de un risco impresionante que ofrece unas vistas espectaculares sobre una enorme poza que conduce las aguas recogidas durante las lluvias. El paisaje es precioso.
El tercer oasis que atrae a forasteros hasta este extremo del país es Chebika, cuya población se trasladó a la zona del llano en los años sesenta debido a los bloques de piedra que la montaña desprendía. Está muy orientado al turismo porque históricamente ha sido el oasis de montaña más accesible porque tiene mejores vías de comunicación que los otros dos.
El sur más mágico
El paradigma del oasis tunecino, y uno de los más famosos del mundo, es el de Tozeur. Su inmenso palmeral, el mayor del país, supera las mil hectáreas, alberga más de 400.000 palmeras y está irrigado por doscientas fuentes. que hace necesario destacar los dos puntos que son realmente atractivos para el viajero: la medina y el palmeral.
La medina es un conjunto arquitectónico muy bonito, que toma como base un ladrillo de color muy parecido a la arena del desierto, para dibujar un laberinto intrincado donde se encuentran todos los rasgos típicos de una conducen a ninguna parte y pequeñas plazas escondidas que aparecen en el lugar más insospechado. Por supuesto, puede olvidarse de Google Maps, es imposible no perderse en ellas. que merecen una visita inexcusable son el Museo de Artes y Tradiciones Populares, situado en un espléndido edificio que sirvió de escuela coránica, y los exteriores de la mezquita Sidi Abib Lakhdhar. medina, es ideal acercarse hasta la fábrica donde se hacen los ladrillos que la configuran, a las afueras de Tozeur. Llegar allí es fácil: desde el mirador de Belvédere sólo hay que seguir el rastro de humo que generan los hornos. la arcilla hasta el lugar donde se dejan enfriar y reponer los ladrillos durante una semana, después de haber sido sometidos a 900 ºC en un horno de madera de palma.
El inmenso palmeral de Tozeur merece una visita sin prisas, es una gran masa boscosa que se divide en tres niveles, muy bien diferenciados: el inferior compuesto por las tierras de cultivo, el intermedio para los árboles frutales y el piso superior formado por palmeras que lo mantienen todo bajo una refrescante sombra. Para dar un paseo y descubrir todos sus secretos, lo mejor es ir con un guía o con alguien que conozca el terreno. Es la forma más cómoda de no perderse en el laberinto de caminos que surcan el vasto palmeral y ver los lugares que realmente resultan atractivos. De la palmera, se aprovecha todo, no sólo el dátil: la savia para destilar vino de palma, las hojas para elaborar cestería, los troncos para hacer vigas o tablones e incluso los huesos son muy deseados por los camellos.
A muy pocos kilómetros de ahí está Nefta, el segundo centro religioso más importante de Túnez después de Kairuan, que cuenta con una veintena de mezquitas y unos cien morabitos. Su palmeral, conocido con el nombre del oasis de la Corbeille o cesta, es famoso por producir los mejores dátiles del país, denominados deglet-nuro o dedos de luz. El morabito más espléndido está dentro del palmeral y es del siglo XIII, donde se encuentra enterrado Sidi bou Ali, un santo de Nefta venerado en todo Túnez. Quienes huyen del turismo de masas encontrarán un agradable refugio al margen de las rutas más apretadas. Es una población muy tranquila, con una medina que poco a poco recupera el antiguo esplendor gracias a las restauraciones que desde hace años está recibiendo.
Para llegar a Douz, "la puerta del desierto", hay que atravesar Chott El-Djerid. Un inmenso lago salado que suele tener una capa de sal sobre una arena fangosa. Es muy peligroso andar sobre las placas de sal, hay numerosas leyendas que explican cómo el lago se tragó caravanas que pretendían cruzar el grande chott. En este paisaje insólito se puede disfrutar durante los días de sol radiante de un fenómeno tan especial como los espejismos: la sal, los rayos del sol y la vista se conjugan mágicamente para ofrecer ilusiones en el lejano horizonte del chott.
Cuando las lluvias la llenan en invierno, durante unos pocos días, el lago salado abandona su aspecto de alfombra blanca con sorprendentes formaciones salinas por el de un mar interior. Asistir a una puesta de sol en su horizonte es gozar de un espectáculo único de luz y color inigualable, debido a la fuerza que imprimen los minerales a la luz reflejada.
Douz, la antesala del Sáhara
En cuanto se pone un pie fuera del casco urbano de Douz, en dirección sur, aparecen las primeras formaciones de dunas y los primeros rebaños de dromedarios destinados a pasear turistas. Otro de los grandes atractivos de esta población, además de su impresionante plaza porticada, es el mercado que tiene lugar cada jueves en el que concurren locales, nómadas, turistas y personas de las poblaciones vecinas. La parte más atractiva es la destinada al comercio de animales, casi exclusivamente de ovejas. Es fabuloso ver cómo regatean para cerrar los tratos; se forman círculos en torno a los que discuten acaloradamente, mientras los espectadores comentan la jugada.
Si lo que se quiere es disfrutar del desierto al margen del gran número de turistas que normalmente acoge a Douz, sobre todo en temporada alta, lo mejor es ir a Zaafrane. El desierto llega casi hasta las puertas de las casas. Solo adentrándose un poco por las primeras dunas descubrirá al viejo pueblo de Zaafrane, que brinda un marco fantasmagórico sepultado parcialmente por la arena, que avanza inexorablemente. Hay muchas posibilidades para realizar excursiones en dromedario: si tiene tiempo es mejor contratar una de dos o tres días, no es muy caro y la experiencia de caminar y dormir en pleno Sáhara es un recuerdo que seguramente le acompañará toda la vida.