El debate más delicado del mundo
Miquel Puig presenta su nuevo libro, en el que plantea el debate sobre salarios e inmigración
"Aquí hay cosas que como demócrata me hacen sangrar". Miquel Puig empieza la presentación de su libro en el Cercle d'Economia avisando de que dirá cosas incómodas. La primera: el tardofranquismo instauró "un salario mínimo generoso" para la época y una política de vivienda que consiguió que la mayoría de ciudadanos fueran propietarios. En cambio, con la llegada de la democracia los sueldos bajaron. El estancamiento generalizado de los sueldos durante décadas mientras la productividad ha seguido subiendo es la tesis de su nuevo libro (Els salaris de la ira, La Campana), pero tanto en el libro como el acto avisa que no es un problema local, sino generalizado y que amenaza a la democracia. "No es que los demagogos se hayan vuelto más elocuentes" y que por eso ahora crezcan los populismos. El problema es que hay una parte de la sociedad que "va quedando atrás", y este es el caldo de cultivo donde florecen estos partidos. "La gente –resume Puig– tiene la sensación de que el país se enriquece pero que ellos no".
El maestro de ceremonias del acto es Andreu Mas-Colell, que muestra respeto por las tesis de Puig pero no adhesión total. El ex conseller empieza matizando que no se pueden mirar solo los salarios sino los ingresos de los ciudadanos (incluyendo, por lo tanto, subsidios y tasas). Mas-Colell se muestra partidario de seguir aumentando la productividad al máximo, pero "hacer más política redistributiva", es decir, repartiendo más de arriba hacia abajo, para que nadie quede atrás.
El libro muestra que si cogemos los salarios y les restamos la inflación veremos que la capacidad de compra de los ciudadanos no ha subido desde finales de los años 70, mientras que la productividad lo ha hecho con mucha fuerza. Por lo tanto, ¿quién se queda las ganancias que genera la economía? Según Puig, los propietarios. Para redistribuir la riqueza, pues, "es a ellos a quien les tienes que sacar dinero", pero avisa de que "esto no es fácil: como son poderosos, pagan pocos impuestos". Puig llega a proponer que se rebaje el IRPF (puesto que este impuesto es más fácil de evadir) y que, en cambio, se eleven los impuestos sobre la propiedad, como el IBI. "Las propiedades no se pueden mover y, por lo tanto, no te puedes escapar de pagarlo". Y Mas-Colell se apunta: "Yo en esto estoy de acuerdo".
Inmigración y salarios
Y llegamos al punto más espinoso del libro: la inmigración. Puig sostiene que los inmigrantes aportan "mano de obra barata y bajan los salarios de la gente que compite para hacer ese mismo trabajo; es de sentido común, a pesar de que hay gente que lo niega: los liberales y las izquierdas". Según el economista, no afrontar el debate entrega "bolsas de votos a la extrema derecha, que aquí es la única que lo dice". Y remarca el aquí, puesto que los socialdemócratas escandinavos sí lo dicen, explica. Puig acaba lamentando la "hipocresía de la izquierda" antes de proclamar: "¡Necesitamos a la izquierda! ¡Alguien que defienda a los de abajo!"
Mas-Colell no es tan entusiasta y defiende que "Europa necesitará más población para evitar la decadencia", pero también viene a decir que haría cualquier cosa para que la extrema derecha no gane peso. Los dos coinciden en criticar la obsesión por la soberanía alimentaria, puesto que querer producir aquí todo lo que comemos hace que tengamos que traer a trabajadores mal pagados de fuera mientras sus países de origen pierden trabajadores válidos. "Quizás valdría más que se queden donde están y que nos envíen los tomates", resume el ex conseller.
¿Cuál es la solución? El problema es que no está nada claro. Puig dice que hay tres: una, desmantelar el estado del bienestar ("el sueño liberal", afirma); dos, poner barreras muy altas y limitar la entrada de inmigrantes, y tres, que entren inmigrantes pero que haya dos castas: unos ciudadanos con todos los derechos y otros que los tengan restringidos. Una opción, esta última, que lo "repugna".