Homenotes y danzas

El inventor de los superpetroleros que competía con Onassis

El estadounidense Daniel Ludwig transformó un pequeño negocio de transporte marítimo en un imperio empresarial a lo largo del siglo XX

Daniel K. Ludwig
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En las décadas de los cincuenta y sesenta la competición entre armadores para disponer del mayor barco de la flota petrolera mundial sacudió con intensidad el mercado del oro negro. Los principales protagonistas del combate fueron los griegos Stavros Niarchos y Aristotelis Onassis, y el estadounidense Daniel Keith Ludwig, que acabaría convirtiéndose en uno de los hombres más ricos del mundo.

  • Empresario naviero y petrolero estadounidense

Que Ludwig naciera en una localidad portuaria de la zona de los grandes lagos donde su abuelo había construido un pequeño embarcadero fueron elementos que marcaron su destino como profesional de la navegación. Él mismo explicó en una entrevista en 1957 que su primer negocio marítimo lo hizo a la asombrosa edad de nueve años. Según relató, con esa edad tan temprana logró acumular 75 dólares que le sirvieron para adquirir un barco hundido. La separación de sus padres cuando entraba en la adolescencia supuso un estremecimiento en su vida, con un cambio de residencia y el abandono de los estudios reglados como principales obstáculos. En la otra punta del país, en Texas, empezó a trabajar como vendedor de piezas para barcos mientras por las noches estudiaba matemáticas con el objetivo de poder matricularse algún día en ingeniería naval.

Tan pronto como pudo, regresó a Michigan y allí empezó a trabajar para un fabricante de embarcaciones, pero trabajar en una empresa ajena no entraba en sus planes, por lo que ya de muy joven se estableció por su cuenta. Para poder dar el paso pidió un préstamo avalado por su padre que le sirvió para adquirir un vapor de segunda mano cuyo destino fue terminar transformado en una barcaza de transporte de mercancías. El mérito de la operación fue vender todas las piezas del motor de vapor para saldar a buena parte de la deuda. Acto seguido compró un remolcador y empezó a prestar servicios de carga en el puerto de Nueva York. Los años posteriores a la Primera Guerra Mundial fueron de fuerte crecimiento para su negocio y, como prueba de ello, es que en la década de los treinta ya poseía una flota importante, toda formada por barcos de segunda mano que él mismo había puesto al día. Una de las herramientas clave que utilizó para poder crecer fue ofrecer de forma sistemática los contratos de transportes futuros como garantía de la compra o construcción de barcos (este método acabaría siendo el estándar en el sector).

A finales de la década de los treinta, la National Bulk Carriers –la compañía que él había fundado en 1936– ya era una de las principales empresas de transporte marítimo de Estados Unidos, con una flota de sesenta embarcaciones. Por entonces, Ludwig ya se había focalizado en el transporte de petróleo, una mercancía altamente rentable. También pensó que sería una maniobra útil disponer de sus propios astilleros, un movimiento que le permitió asegurarse la calidad de los barcos, así como el control de los costes de producción.

Salto al petróleo

Y así llegamos a la década de los cincuenta, cuando se lanzó a la fabricación de superbarcos de transporte, los supertankers, una iniciativa que pronto siguieron los ya mencionados Niarchos y Onassis, así como el suegro de ambos, Stavros Livanos. Asegurado el liderazgo mundial en el transporte de crudo –al menos la pertenencia al grupo de líderes–, empezó a diversificar sus inversiones. Creó una compañía de seguros para asegurar sus propios barcos, compró refinerías de petróleo, donde se abastecían sus embarcaciones, e invirtió también en plantaciones de naranjas, en minería, en hoteles de lujo, en ganadería e incluso en la planta de producción de sal más importante del mundo, la Exportadora de Sal SA (ESSA).

Uno de los proyectos de mayor envergadura fue el de Monte Dourado, en Brasil, donde en 1967 compró más de un millón y medio de hectáreas para construir una gigantesca planta de producción de papel, previa deforestación de una superficie tan extensa de selva tropical. La inversión total se encaramó hasta los 1.400 millones de dólares, de los que recuperó poco más de una tercera parte cuando en 1982 tuvo que vender la explotación a un grupo de bancos locales tras una relación muy tensa y llena de conflictos con el gobierno brasileño.

Su vertiente filantrópica la concentró en la lucha contra el cáncer y, a tal fin, en 1971 creó el Ludwig Institute for Cancer Research, una entidad que desde su fundación ha invertido más de 1.800 millones de dólares en investigación científica sobre la enfermedad.

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