El síndrome de Venecia, Barcelona y el aeropuerto

Ya han pasado casi diez años de la producción del documental del alemán Andreas Pichler (2012) El síndrome de Venecia. Pichler exponía magistralmente a través de diferentes habitantes de esta preciosa ciudad mediterránea cómo el turismo masivo estaba destrozando la vida de Venecia. Y cómo la ciudad, desgraciadamente, se había convertido en un parque temático de sí misma, donde recibía a más de 100.000 visitantes diarios.

Venecia ya está de vuelta, y empezará a poner una tasa de entrada a la ciudad y a limitar el número de visitantes. La ciudad de Barcelona tiene pocos parecidos con Venecia, pero alguna lección seguro que podríamos extraer. Y más ahora, que queremos ampliar el parque temático en el que estamos convirtiendo la ciudad. Antes de la pandemia paseaban por Barcelona cada día más de 135.000 turistas. La pregunta es qué modelo turístico queremos construir con un aeropuerto de 70 millones de pasajeros al año. ¿De verdad queremos pasar a tener más de 190.000 turistas cada día con el modelo de bajo coste actual, que genera rechazo y muchos problemas en la ciudad?

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La economía de Barcelona y su área metropolitana se asfixiará, necesitamos un mega aeropuerto. Así de contundente es la amenaza de Aena y de las grandes patronales. Todo ello, basándose en proyecciones de un modelo de crecimiento caducado y sin ningún estudio económico serio detrás. Ante esta simplificación economicista, muchas personas se niegan a creer que el país no tiene suficiente creatividad y capacidad de innovación para cambiar de modelo turístico. Y, lo que es más grave, se preguntan si por una vez no seremos capaces de pensar a largo plazo y poner delante a las futuras generaciones. En un momento de emergencia climática hay que potenciar la laguna de la Ricarda, ya de por si muy malograda, el Delta y el parque agrario del Llobregat. Todo ello, una zona que configura un pulmón verde muy importante para toda el área metropolitana.

Si analizamos seriamente las maneras de sacar pasajeros de El Prat, quizás llegaremos a la conclusión de que no necesitamos una infraestructura tan grande. Por ejemplo, la UE insiste en eliminar los vuelos de corta duración. No tiene ningún sentido mantener el trayecto Barcelona-Madrid, hoy en día el 10 % del tránsito del aeropuerto de Barcelona. Para entender la importancia del tema, vemos los datos del impacto ambiental de un vuelo Madrid-Barcelona comparados con los del tren. En avión se emiten 12 veces más dióxido de carbono, se gastan cinco veces más recursos energéticos y se liberan tres veces más partículas tóxicas. Un mal negocio para el cambio climático y nuestra salud. Por el bien de país, y para la tan necesaria descentralización, también podemos especializar los aeropuertos de Reus y Girona en ciertos trayectos y liberar estos itinerarios del de Barcelona. Desde el aeropuerto de Girona al centro de Barcelona se tarda menos que desde el aeropuerto de Gatwick al centro de Londres. Con estas dos medidas expuestas, podríamos liberar el 25% de pasajeros de El Prat y hacer innecesaria cualquier ampliación.

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A la vez, el envejecimiento general de la población en Europa y Estados Unidos, nuestros principales visitantes, nos indica que tenemos que crear infraestructuras bien adaptadas a sus necesidades. Infraestructuras a escala humana y cómodas. Y no es solo el modelo turístico, sino el territorio, que pide a gritos una movilidad sostenible para todo país, bien conectada y fácil de usar. En definitiva, corren tiempos de infraestructuras y espacios de mucha calidad, y que hagan sentir a los viajeros en un entorno único.

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Pero quizás lo más importante de este nuevo modelo de acogida que hay que construir son las personas que formarán parte de su operatividad, y las organizaciones donde trabajarán. La cocinera que prepara las patatas bravas, el chico que sirve vinos de la bodega, la bailarina que baila en un espacio irrepetible, el hombre que limpia la pequeña cala… Este nuevo modelo solo funcionará si las personas están bien formadas y las empresas donde trabajan están bien dimensionadas. Y se crean puestos de trabajo decentes, y huimos de los modelos take away y semejantes.

La multinacional Aena sabe que podemos intentar ampliar el aeropuerto y que dentro de diez años, cuando la infraestructura esté a punto, ya no sea necesaria. El aeropuerto puede ver muy disminuida su actividad por la regulación climática europea y el cambio en las formas de consumo turístico. Todo ello, un mal negocio para el país pero no para la empresa. Va, imaginémonos el modelo de futuro turístico que queremos, y no dejemos que ninguna empresa nos diga cómo tiene que ser.