El capricho de Donald Trump
Donald Trump se siente tan cómodo con el autoritarismo que asume sin ruborizarse prácticas que hasta ahora eran más propias de autocracias como Corea del Norte. Ha aprovechado de excusa el 250 aniversario del ejército estadounidense para regalarse, el día que él cumple 79 años, un desfile militar de 134 millones de dólares. Este tipo de eventos no son habituales en EE.UU. En Washington no se hacía ningún desfile militar parecido desde 1991, cuando George Bush quiso celebrar la victoria de la Guerra del Golfo. De hecho, el capricho de Trump tiene, de entrada, dos implicaciones peligrosas: que no teme ni vergüenza a asumir la estética de los dictadores y que tiene el Pentágono bajo control. Ya había querido hacer un desfile como éste durante su primer mandato, pero entonces los responsables del ejército lo evitaron porque lo veían una politización excesiva de las fuerzas armadas. Ahora dentro del Pentágono ya no hay oposición suficiente a los deseos del presidente; la que había perdido fuerza o se ha rendido.
El desfile no llega en un momento cualquiera: lo hace en el contexto de la militarización de Los Ángeles, donde Trump ha hecho desplegar la Guardia Nacional y 700 marinas para aplacar las protestas contra las redadas antiinmigración que él mismo ha ordenado y horas después de un atentado a tiros contra dos senadores demócratas. El hombre que a menudo exhibe la bandera de la libertad ha hecho desplegar al ejército dentro de su propio país, ataca a las universidades y despachos de abogados que se atreven a desobedecerle y cuestiona a los jueces que creen que lo que hace es ilegal. Su administración hace redadas violentas para arrestar a inmigrantes sin papeles en sus puestos de trabajo, ha esposado a un senador y ha detenido a una jueza. La libertad, para el presidente de Estados Unidos, es un argumento de marketing, de propaganda política, no un valor que se crea ni un derecho que los ciudadanos deban tener. Donald Trump se comporta cada vez más como un monarca absolutista y está consiguiendo carcomir la democracia de su propio país a marchas forzadas.
Pero los tics autoritarios de Trump no sólo tienen consecuencias en su país. Hubo una época en la que EEUU se sentía orgulloso de presentarse al mundo como un baluarte de la libertad y de la democracia. Ahora seguramente seguirán haciéndolo, pero ya no se lo cree casi nadie. Su presidente no sólo ha minado ambos valores en su país, sino también el prestigio internacional que, merecido o no, estos dos ideales le daban desde la Segunda Jarra Mundial. A Estados Unidos de Donald Trump les queda el poder de la fuerza, que no es despreciable y les permite salir más o menos impunes de operaciones extravagantes como la de imponer aranceles generalizados a los países que les venden más productos de los que los compran. Pero esta situación empuja a Europa a buscar la manera de independizarse de la alianza atlantista, no porque no crea sino porque Estados Unidos ya no es de fiar. Se han convertido en un foco de inestabilidad, en un peligroso polvorín para la seguridad internacional.