Ante todas las crisis, un día invencible
Ante todas las crisis y los malos augurios que nos asedian, tenemos un Sant Jordi invencible, una resistencia popular a base de rosas y libros. Quizás un espejismo de normalidad, pero qué maravilla. Quizás un día comercializado y masificado, pero qué maravilla. Quizás una excepción de un día que confirma la regla de demasiado poca lectura y demasiado poco civismo el resto del año, pero qué maravilla. El éxito de este día se nota porque todo el mundo se la hace suya: más allá de los directamente implicados e interesados (libreteros, editores, escritores y floristas), se apuntan las escuelas y las asociaciones de todo tipo, las administraciones y los partidos políticos de todos los colores, los pasteleros y los comercios más variados, las empresas y los medios de comunicación inmigrantes a llegar. Tiene una capacidad de integración e implicación imbatible. Encomienda ganas de salir a la calle a disfrutar, a pasear, a hacer lo curioso, a elegir y remover, a dejarse sorprender. Pese a las colas y aglomeraciones, la gente deja el mal humor en casa. La amabilidad y la alegría son casi preceptivas para un día. Un milagro azucarado y, sin embargo, tan bienvenido.
En un mundo resentido y enrabietado, donde la guerra –de las armas y del comercio– ha vuelto a tomar todo el protagonismo, donde se han roto los frágiles equilibrios de un cada vez más inseguro orden mundial, donde Donald Trump, un líder con tics autoritarios e imprevisible, está marcando o concertada, donde la lucha contra el medio ambiente ha dejado de ser una prioridad... En un mundo así, tan poco adecuado, por no decir brutal y peligroso, en una sociedad tan desesperanzada, una sencilla y feliz fiesta como la de Sant Jordi nos hace sentir por unas horas, a quienes tenemos la suerte de compartirla, que las mujeres y los hombres somos capaces de participar conjuntamente, sin reprocharnos. La grandeza de la fiesta es que pone en el centro la libertad: la de leer lo que cada uno quiera, sin censuras, y la de amar como cada uno quiera, sin cancelaciones.
En tiempos de miedo y nuevas cazas de brujas como la que se empieza a vivir en Estados Unidos o como la que hace tiempo que rige en la Rusia de Putin y en China dictatorial, celebrar un día como el nuestro tiene más sentido que nunca. Es un lujo. Esta fiesta catalana forma parte del espíritu de la democracia liberal europea que nos toca preservar como un tesoro. Y ojalá seamos capaces de expandir el civismo, el respeto a la diferencia que empapa el día, a nuestro día a día cotidiano: en la política y en las relaciones de todo tipo. Que el dragón de Sant Jordi nos proteja de los fantasmas del odio, la intolerancia y la insolidaridad que también recorren Cataluña, España y Europa. Estos son los deberes que un año más nos pone el día. Desde ahora y hasta el próximo Sant Jordi nos toca leer, amar... y pensar en libertad y con respeto.