La factura económica de la crisis climática

Desde hace unos años, son bien visibles los efectos de la crisis climática. Sea verano, otoño, invierno o primavera, las temperaturas correspondientes son cada vez más altas, y los fenómenos meteorológicos asociados, por mucho que sean los habituales, ganan intensidad temporada tras temporada. En las olas de calor el termómetro tira más arriba que nunca (y desciende menos que nunca en cuanto a las mínimas nocturnas); en las épocas de transición el agua calentada del mar carga más que nunca las tormentas, tanto si van asociadas a una gota fría como si no, y los inviernos de poca lluvia son cada vez más frecuentados y largos, lo que abre la puerta a más períodos de sequía. Y claro, la particular combinación de estos factores deja muchos bosques a merced de las llamas: nos acabamos familiarizando con los incendios de sexta generación, los que quedan fuera de la capacidad para atacarlos.

Este fin de semana hemos publicado un dossier dedicado al Montseny, un macizo que se ahoga porque el régimen climático cambia y la gestión que se hacía (o que no se hacía) ha quedado obsoleta. Y aún el sábado dos expertas investigadoras, Rachel Lowe y Kim van Daalen, alertaban sobre el efecto del aumento de las temperaturas en el ámbito de las enfermedades infecciosas de origen animal e instaban a políticos y administraciones a tomar medidas para adaptarnos a la crisis climática.

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Ahora podemos añadir más información sobre un aspecto concreto, que debe servir para aumentar esta presión pero también para convencer a la cantidad aún demasiado elevada de personas que no aceptan o no ven clara la crisis climática: el coste económico. Se ha hablado mucho del coste medioambiental, del coste social y del coste económico a nivel particular o local (coste por el impacto inicial). Pero la factura global real emerge despacio, porque son varios los canales a partir de los que se manifiesta. En este sentido, la Universidad de Mannheim, al amparo de economistas del Banco Central Europeo, ha elaborado el estudio más ambicioso hasta ahora en este campo, y las cifras son concluyentes: el coste de las oleadas de calor, las sequías y las inundaciones de cada verano en toda Europa fue de 31.000 M€ el 202€. y tiene la proyección de llegar a los 126.000 M€ en verano de 2029.

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En el caso de Cataluña, el estudio, dirigido por la doctora Sehrish Usman, cifra el coste de este verano en 1.000 M€, y la proyección de 2029 se sitúa en los 6.000 M€. En conjunto, España encabeza, junto con Francia e Italia, el listado de estados con mayores costes por este motivo. En el caso español, 12.000 M€ este verano y 34.000 M€ en 2029.

El cálculo nace del análisis del calor, la sequía y las inundaciones en relación con la productividad. Construcción y hostelería en el primer caso, agricultura en el segundo e infraestructuras, edificios y cadenas de suministro en el tercero son los principales perjudicados. Pero la cadena de afectaciones se extiende por casi toda la actividad económica.

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Esta factura, igualmente, no se cierra aquí. Porque en el estudio no han entrado los efectos de los incendios forestales, y porque los cálculos de los investigadores se han realizado, expresamente, desde una perspectiva conservadora. A la baja, en definitiva.

La crisis climática, y el aumento de la temperatura en particular, genera un impacto muy visible. El otro impacto, el de la factura, nos lo imaginábamos. Ahora ya empezamos a poner cifras, datos, ciencia. La adaptación debe ser macroeconómica, también. Y hay que ponerse antes de que los 6.000 M€, o los 126.000 M€, hagan más daño de la cuenta.