El islam en Cataluña: el diálogo pendiente

La comunidad musulmana en Cataluña es relevante: existen más de 300 oratorios y cerca de 700.000 fieles, la mayoría practicantes. En muchos barrios y ciudades su presencia es visible. Los jóvenes no van tanto al templo, entre otras cosas porque muchos imanes no saben ni catalán ni castellano, pero, en cambio, siguen en las redes sociales prédicas deinfluencers musulmanes, a algunos de los cuales se les vincula al yihadismo. El peligro de la radicalización es real y no puede menospreciarse. Dejar su denuncia en manos de una extrema derecha difusora del discurso islamófobo –con recetas como la prohibición o la expulsión, que van contra el respeto a la libertad individual y de culto– es un peligro también preocupante.

Para afrontar el radicalismo religioso, el control policial es necesario, pero no suficiente. También es necesario poner al día la legislación y poner en marcha un abordaje concreto en las comunidades musulmanas desde instancias educativas y sociales. A diferencia de otros países europeos, en Cataluña, y en el conjunto del Estado, hay muy poca intervención pública para conocer de verdad esta realidad religiosa, una cuestión nada fácil dada su naturaleza organizativa, muy distinta a la mayoritaria Iglesia católica. Si esta segunda responde a un modelo centralizado y jerárquico, en el caso musulmán cada pequeña mezquita funciona a su manera y literalmente contrata (como si fuera un trabajador) un imán, que no necesita tener una formación reglada más allá de acreditar el conocimiento del Corán. La mayoría vienen del extranjero. No hay en Cataluña o España nada que se parezca a una escuela de imanes ni, por tanto, un referente en lo que se refiere a la ideología y la formación. En todo caso, es inevitable pensar en el imán que captó a los chicos de Ripoll que cometieron los atentados del 17 de agosto del 2017.

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La interacción con la comunidad musulmana, muy fragmentada en pequeñas comunidades y diversas asociaciones, resulta tan complicada como imprescindible si se quiere evitar el peligro de derivas radicalizadas. Existe claramente un déficit a la hora de establecer mecanismos de conocimiento más cotidianos y porosos. Sólo en algunos casos excepcionales, los propios fieles han alertado a las autoridades cuando consideraban que un imán traspasaba ciertos límites.

Toca aprender de lo que se hace en otras latitudes europeas. En Alemania, por ejemplo, hace ya más de una década que las universidades públicas disponen de una docena de centros de teología islámica con el objetivo de crear profesores de religión y, en paralelo, las administraciones locales y regionales (lands) dan cursos de alemán a los imanes. En Bélgica, si una mezquita acepta ser reconocida por el estado, éste paga el sueldo al imán, que acepta una supervisión. En Suiza, a los imanes venidos de fuera de la UE se les exige un certificado especial. Francia está fortaleciendo la legislación de control de imanes y mezquitas. Y en Reino Unido hace décadas que se incide mucho en la formación. En todos estos países, la exigencia del conocimiento del idioma es un primer filtro de un objetivo general que consiste en evitar el peligro de la radicalización y acercar a los líderes religiosos musulmanes a los valores de una sociedad plural y democrática, con especial énfasis en la igualdad entre hombres y mujeres. Éste es el camino. Es necesario tomar la iniciativa desde los poderes públicos.