Mala nota en la selectividad
Por último, las faltas sí restarán puntos a las pruebas de selectividad donde el peso de la escritura sea importante. El Govern se ha echado atrás de un anuncio fiasco que había generado al mismo tiempo alerta y confusión, tanto entre los alumnos como en los docentes y las familias. Desde el departamento de Universitats, el miércoles se dijo que la ortografía sólo restaría puntos en los exámenes de lengua y literatura, pero al día siguiente, este jueves, tras la reacción de la opinión pública, rápidamente se han escudado en una confusión para regresar a la casilla de salida. A menos de una semana para las PAU, un show así resulta lamentable. De modo que, de entrada, quien suspende es la propia selectividad: los responsables de su organización. Un despiste así no ayuda nada a prestigiar la prueba y sobre todo crea inseguridad tanto en los alumnos como en los examinadores.
Pero la pregunta de fondo es: ¿la ortografía es relevante, sí o no? Si nos atenemos a ese vaivén improvisado con la selectividad, queda claro que hay responsables educativos que no lo tienen claro. Además, la evolución del alumnado de las últimas décadas evidencia que la ortografía, y en buena parte también las habilidades expresivas en lengua escrita, ha ido empeorando. En las aulas se ha tendido a disociar la forma del fondo, minusvalorando los aspectos formales: un error conceptual de manual, porque es a través del cuidado en la expresión que se llega a perfilar bien el contenido. En términos lingüísticos, y siguiendo la filosofía del lenguaje de Wittgenstein, la herramienta también es contenido en sí misma: las palabras cartografían y dibujan la realidad. Por tanto, escribir mal es ya de entrada mostrar mal la realidad.
Este proceso de restar valor a la forma ha ido acompañado del cambio tecnológico, con internet y ahora la inteligencia artificial. Si un robot ya me corrige, ¿por qué tengo que esforzarme? ¿Por qué es necesario que aprenda a escribir bien si una máquina muy hábil puede hacerlo por mí? Las preguntas tienen lógica, por supuesto. Pero enseguida viene un baño de realidad. La respuesta incómoda es que si dejas que alguien escriba por ti estás renunciando a pensar. Porque, al fin y al cabo, escribir –es decir, utilizar reflexivamente el lenguaje– es la forma más humana que tenemos de pensar. Hace cuatro siglos y medio, Montaigne se pensó y pintó a sí mismo –se ensayó– a través de su famoso dietario escrito, unos Ensayos que han marcado la modernidad.
Si queremos adultos que piensen, que se ensayen, es necesario también que escriban formalmente bien, cuidadosamente, incluida la ortografía (por cierto, también es necesario que se expresen oralmente bien). Precisamente en la era de la IA, para asegurarnos de que un estudiante sabe de qué habla y qué escribe, y para comprobar que realmente sabe escribir, tendrá que demostrarlo él solo ante una hoja en blanco, como siempre se ha hecho y cómo la próxima semana tendrán que hacer miles de chicos y chicas durante los tres días de la selectividad. Su riqueza de vocabulario, su técnica redaccional y su conocimiento ortográfico entrarán en juego a la hora de poner negro sobre blanco los conocimientos adquiridos y su capacidad de análisis. Y los examinadores tendrán que juzgar tanto la forma como el fondo.