Puigdemont: la realidad se impone un año después

El viernes hizo un año tanto de la investidura de Salvador Illa como nuevo presidente como del fugaz regreso de Carles Puigdemont a Catalunya. La operación de película que permitió al expresidente entrar y salir del país burlando a la policía, especialmente a los Mossos d'Esquadra, que eran los que habían planificado cómo debía ser su detención a las puertas de la Ciutadella, acaparó titulares y tuvo un fuerte impacto mediático. Y aunque no gustó a todos dentro de Junts (la gran mayoría desconocían los planes de su líder y fueron partícipes de una gran maniobra de distracción), Puigdemont agrandó su fama de líder disruptivo capaz de alterar el tablero político con un golpe de efecto.

Sin embargo, un año después, el impacto de buena parte de ese episodio se ha acabado diluyendo y se ha impuesto una realidad que dicta que quien ocupa el despacho presidencial en el Palau de la Generalitat hoy es Salvador Illa, mientras que Puigdemont sigue esperando en el exilio la aplicación de la amnistía. Es cierto que esta situación no es su responsabilidad, ni siquiera del gobierno español, sino de una cúpula judicial que se ha declarado en rebeldía y se niega a aplicar una ley aprobada por el Congreso. Al final, pues, también se ha impuesto otra realidad: que los jueces hacen y deshacen con las leyes al margen de su redactado concreto.

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Durante este año Junts ha intentado jugar sus cartas en el Congreso, donde sus votos son necesarios, para ganar protagonismo, pero al mismo tiempo tiene dificultades para proyectarse en el Parlament como alternativa a Isla, ya que desde el exilio Puigdemont difícilmente puede ejercer con eficacia como jefe de la oposición. Éste también será un debate que Junts deberá resolver si en los próximos meses el TC resuelve a favor de la aplicación de la amnistía en el caso de Puigdemont: ¿qué rol tendrá que asumir el expresidente? ¿Ocupará el escaño y hará de cabeza de la oposición en un regreso a la política pre-Proceso o bien se mantendrá al margen de la política del día a día para salvaguardar su perfil de líder suprapartidista del 1-O? No es una decisión fácil, en cualquier caso.

Lo que es evidente es que Catalunya, como todos los países, necesita una oposición fuerte y creíble, y ese papel le corresponde jugarlo en Junts. Y hacer oposición no significa no decir a todo, que es lo que hace por ejemplo el PP en España, sino combinar la crítica con acuerdos puntuales en temas de país, como la defensa de la lengua catalana. Pero hasta que Puigdemont no pueda volver a Catalunya como un hombre libre en cumplimiento de una norma que el TC ya ha dejado claro que es constitucional, no habrá normalidad posible en la política catalana ni el juego oposición-gobierno podrá desarrollarse sin interferencias. El propio presidente Isla lo dejó claro en la entrevista en el ARA cuando dijo que esperaba empezar el curso con todos los actores políticos habilitados. El curso seguramente no podrá empezar de esta forma, pero el retorno definitivo y no fugaz de Puigdemont debería poder producirse antes de finales de año.