Volvemos a los mercados
Paradistas de toda Cataluña recuerdan el valor social, cultural y humano de los mercados como espacios de la vida de barrio
En un país en el que el consumo rápido ha ganado terreno, los mercados municipales se reivindican como espacios de confianza, calidad y comunidad. Desde los mostradores del Mercado del León, en Girona, hasta los pasillos del Mercado Central de Tarragona, los profesionales demuestran que estos recintos son mucho más que un sitio de compra: son centros neurálgicos de la vida de barrio. Conversamos con paradistas jóvenes y veteranos que encarnan el presente y el futuro de estos espacios emblemáticos.
Oficios que perduran
La trayectoria de la Pescadería Salvador, arraigada en el comercio de la Costa Brava desde 1966, ejemplifica el relevo generacional y la apuesta decidida por el mercado municipal como espacio de futuro. Desde que el abuelo de Xavier Salvador fundó el negocio en Tossa de Mar, la familia ha mantenido vivo el oficio y cuenta con dos tiendas –una en Tossa y otra en Cassà de la Selva–. Después de décadas centradas en el modelo de tienda tradicional, hace poco más de un año que Xavier decidió dar un paso adelante: abrir una parada en el Mercat del Lleó de Girona.
Esta transición representó un nuevo reto: "A pesar de ser tercera generación, somos novatos en este tipo de comercio", confiesa Salvador, que tomó el relevo de una parada histórica, Peixos Pol, que se jubilaba tras ochenta años de servicio. Esta apertura al mercado no fue sólo una decisión comercial, sino también una apuesta por reconectar con la comunidad y con una forma de venta que valora la proximidad y el contacto directo. Según Salvador, el mercado es insustituible: "Es vital la existencia de los mercados y del comercio pequeño de toda la vida. Necesita el impulso de la gente".
El pescadero reflexiona profundamente sobre la competencia con los grandes competidores del consumo rápido y masivo. Reconoce que la vida moderna favorece la conveniencia, pero subraya el sacrificio que esto implica en términos de calidad y relación: "Conocemos la facilidad que dan las grandes superficies, pero todos sabemos que la autenticidad la tiene el pequeño comercio. Su trato diario y cercano no se encuentra en ninguna parte", asegura.
Su día a día implica estar atento a los palcos, escoger el mejor pescado y marisco fresco y ofrecerlos con dedicación. "Lo que más nos satisface es ver que los clientes vuelven y nos dicen que los platos han salido buenos gracias a nuestro pescado. Esto es el resultado del trabajo bien hecho", dice. Salvador defiende la proximidad del producto: la mayor parte de su pez proviene de lonjas catalanas y de una familia de pescadores locales. "Damos mucho valor al producto de nuestros pescadores y, además, contribuimos a la economía local", subraya, por lo que reivindica la cadena de confianza entre productor y comerciante.
En Tarragona, la historia de los paradistas se refleja en el recorrido de Cansaladers Bardolet, una parada que acumula más de cincuenta años de experiencia. Vicenç Bardolet representa a la tercera generación de una familia dedicada al oficio de carnicero y charcutero. Su presencia en el Mercado Central ha mantenido vivo el espíritu artesanal: elaboran a diario productos frescos, como jamones y cocinados, y también se dedican a la carne.
Para Bardolet, el horario es la muestra de una vocación. Sus jornadas son largas; él llega todos los días a las seis de la mañana al mercado para empezar a elaborar los productos y preparar la parada. Pero asegura que no le cuesta, puesto que su trabajo es su pasión: "Mis productos los defiendo con el corazón", afirma.
El valor añadido de Bardolet radica en la trazabilidad y la confianza: "Conozco a los ganaderos", remarca. El carnicero tarraconense defiende que su trabajo no es sólo vender, sino garantizar un producto de origen conocido y tratado con cuidado.
Pese a sus sesenta años y la incógnita del relevo, Vicente se mantiene firme en la defensa de la profesión y del papel del mercado. Está dispuesto a enseñar el oficio a cualquier persona que esté realmente interesada, porque cree en el futuro de estos espacios. "Un supermercado no valora nuestro trabajo. En cambio, un mercado, sí. Hay que hacer valer nuestro oficio y nuestro trabajo", dice. En un sentido más amplio, concluye que "los mercados se necesitan más que nunca porque forman parte de la vida y el ocio de la ciudad", y ponen de relieve el papel social de los mercados.
Jóvenes a la cabeza
En Barcelona, la Frutería Giró del Mercado de Sant Antoni es un ejemplo de relieve generacional en femenino y de adaptación al mundo digital. Marina Larregola, de veinticuatro años, es la quinta generación de mujeres tras el mostrador. Estudió el grado de ciencias políticas, pero se dio cuenta de que quería seguir los pasos de su madre. "Lo mejor es cuando un cliente me dice que ha disfrutado muchísimo la fruta que le he vendido –dice–. Es lo que hace que todo tenga sentido”.
Marina ha hecho de la parada un auténtico plató, combinando la venta de producto fresco con una intensa labor de creación de contenido digital. Ella es una de las voces jóvenes que ha sabido traspasar el espíritu del mercado a las redes, especialmente en Instagram y TikTok, en las que algunos de sus vídeos superan ya las cien mil visualizaciones. A través de estos canales, Marina no sólo saca pecho de su oficio, sino que también ofrece consejos prácticos, recomienda recetas de temporada y anima activamente a los jóvenes a redescubrir el valor de los mercados.
Esta nueva comunicación es clave para romper tópicos: "Cuando explico que soy frutal a veces me miran con aires de superioridad. Sin embargo, yo lo tengo muy claro: no hay trabajos de primera ni de segunda. Si lo haces con el corazón, puede llenarte mucho más que trabajar por estatus social", dice. La Marina alerta de que todavía faltan referentes jóvenes que muestren que ésta es una profesión moderna y plena: "Si no visibilizamos que es una opción profesional plena y digna, no tendremos relevo generacional".
Los mercados de payés
Los mercados de payés, que a menudo se celebran de forma itinerante o semanal en barrios y municipios, completan el panorama de proximidad y sostenibilidad. Estos espacios minimizan la cadena de distribución al máximo y conectan directamente al productor con el consumidor. Encontramos un ejemplo en el Mercado del Barris Nord, en la capital leridana, donde Maria José Forcada vende hortalizas cada sábado por la mañana. Maria José es campesina y sólo comercializa producto propio de proximidad.
La decisión de estar presente directamente en estos mercados tiene una lógica estrechamente ligada a la producción: "Tenemos parada en el mercado porque soy campesina y así puedo gestionar cuándo puedo llevar producto según la producción", explica. Esta afirmación subraya uno de los grandes valores añadidos de estos mercados: la temporada y el ciclo natural del cultivo, imposibles de imitar por las grandes superficies que buscan la homogeneización de la oferta. Maria José explica que esta relación directa genera una confianza incuestionable: "Los clientes saben que el género es mío y notan la diferencia cuando lo consumen. Esto me hace sentir muy orgullosa".
El relevo generacional es un reto y al mismo tiempo una oportunidad en la que los mercados de payés juegan un papel muy importante. En la valorización del producto, pero sobre todo en el que el productor puede ganarse la vida dado que la comercialización es directo. Asimismo, supone una oportunidad para la promoción de productos y una fidelización directa con los consumidores.