Ana Pániker: “Las mujeres hemos dado un paso importante. Ahora es el turno de los hombres”

La artista y editora prologa un libro de Merlin Stone, pionera en cuestiones de mitología y género

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Ana Pániker fotografiada esta semana en Barcelona

Barcelona“Creer que hubo una época de las culturas matriarcales en que las mujeres eran maravillosas y los hombres terribles no solo no tiene ningún rigor histórico, sino que es populismo cultural. Ahora bien, es cierto que la historia de las mujeres ha sido borrada y hay que recuperarla en todos los ámbitos”, explica Ana Pániker ante algunos títulos superventas actuales. No se limita a hablar: desde el hacer proactivo, en los últimos años ha activado una serie de publicaciones de diferentes autoras que tocan la cuestión de género en la editorial Kairós, fundada por su padre, el filósofo Salvador Pániker, y dirigida actualmente por su hermano Agustí. El último de estos títulos es Cuando Dios era mujer, de la escultora e historiadora neoyorquina Merlin Stone (1931-2011), una obra prologada por ella misma: “El libro se publicó en inglés en 1976 y cuando yo era joven ya me interesó mucho, pero no lo tradujimos. Ahora me ha parecido que era un buen momento, con el surgimiento de esta nueva oleada de feminismo. Stone no idealiza las culturas matriarcales, como hacen determinadas tendencias feministas, pero sí que corta con los estereotipos femeninos que la sociedad patriarcal ha impuesto”. 

Dios era mujer

Su tesis principal es que en muchas culturas antiguas del Mediterráneo y el Oriente Medio, Dios fue femenino durante siglos: “El libro nos abre los ojos a esta nueva y antiquísima realidad. Con su lectura, se da la vuelta a la jerarquía de lo sagrado. Discierne el largo trayecto recorrido por una diosa inicialmente poderosa, fuente de vida, creadora de las artes y de la civilización, que acaba desapareciendo y explica cómo, en este proceso, las mujeres se ven arrastradas”. Para Pániker, tanto este libro como uno anterior, El resurgir de Antígona, de la helenista norteamericana Helen Morales, son aportaciones serias y a la vez divulgativas en especial para unas generaciones jóvenes que, si bien “han conseguido una nueva oleada de feminismo y han sido ellas las que han dicho basta”, al mismo tiempo, “en general tienen poco conocimiento de cultura clásica, de historia del arte, de mitología o de religiones porque en la escuela ya no se enseña nada que no sea práctico y técnico”. 

Nacida en Barcelona en 1957, Pániker se crió en un entorno bastante diferente de la realidad social de entonces. “Soy hija de un señor que se declaraba feminista y que como filósofo trabajó mucho las relaciones entre Oriente y Occidente. Mi madre, Núria Pompeia, era una feminista muy conocida que fue la primera dibujante mujer de tiras cómicas y colaboró con muchos diarios y libros de dibujos. Además de tener un tío [Raimon Panikkar] cura católico y a la vez catedrático de religiones comparadas. Así que desde pequeña se me educó con esta apertura”. El gran choque, continúa explicando, fue de joven: “Cuando salí al mundo y experimenté la gran humillación por ser mujer. Me costó mucho darme cuenta de que no era nada personal, sino social. Lo pasé muy mal, no tenía las herramientas que les daban a muchas niñas de mi generación para reaccionar de otras maneras, yo era directa y no entendía por qué se me trataba como inferior por ser mujer. Al final aprendes humildad, que no quiere decir servilismo, quiere decir «no soy importante»”. 

No es rendición ante un modelo patriarcal, más bien empoderamiento interior que, a la vez, rebaja el ego. Pániker lo matiza: “Hay que salir de la dimensión egocéntrica, pero en una primera etapa el ego se tiene que reforzar para que no te pisen, tienes que salir, luchar, reivindicar sin hacer crecer el ego. Hay un mito sumerio de una diosa que baja a los infiernos y queda como una chapuza colgada de un gancho y ya no es nada, solo un despojo putrefacto. Esta sensación las mujeres la tenemos en un momento u otro, y desde esta nada se puede resurgir. Por eso creo que si bien estamos en situación de desventaja en el ámbito social, en el crecimiento interior la mujer lo tiene más fácil para renunciar a sí misma. En la maternidad es donde lo ves más claro. Reconozco que haber pasado por ser madre me cambió absolutamente el punto de vista, por mi hija renuncié de buena gana a muchas cosas. Las prioridades habían cambiado, había que soltarse, el mundo de las cosas vivas era más importante que las creatividades mentales. Allá aprendí una lección crucial: si no hay renuncia del ego no te das cuenta de nada, te morirás y pasarás por esta vida y no verás lo que es importante”. 

Meditación y arte

Ahora que su hija tiene veinticuatro años, ve que muchas cosas siguen igual. “Es una gran frustración personal, anímica, de todo. Cuando eres joven es muy difícil de tragar y lo sufres. El famoso techo de cristal existe, tardaremos muchos años en cambiarlo. Las mujeres hemos dado un paso importante, pero ahora es el turno de los hombres, que tienen que hacer un trabajo interior muy grande, a pesar de que los machismos salen como setas cuando hay hombres que empiezan a cuestionar los arquetipos de poder”. 

Un cambio estructural que también tiene que ser ambiental: “Uno de los muchos legados de este libro de Merlin Stone es descubrir que el cuerpo de la mujer fue sagrado durando miles de años, antes de ser considerado un objeto, una mercancía, o ser esclavo de unos estereotipos de belleza. Esto también nos liga con la lucha ecologista actual, en la que el ecofeminismo de por ejemplo Vandana Shiva habla de recuperar esta sacralidad y el respeto por todo ser vivo”.

Para ella, las tradiciones espirituales pueden ayudar en este trabajo interior, puesto que en las enseñanzas primeras, antes de su institucionalización como estructuras de poder, las religiones contienen un mensaje igualitario, de simbiosis entre lo masculino y lo femenino. “También me ayudó mucho la meditación budista, esta postura de testigo en que pones distancia y va a la Ana que se pelea, que llora, y no lo niegas, pero ves que no solo eres esto. También me ha ayudado mucho el arte, en concreto la pintura, que nunca he visto como una manera de ganarme la vida sino como un camino de transformación personal. Tiene algo de sanador, sin espacio para la negatividad y las preocupaciones mentales”.

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