Biodiversidad

La joven catalana que quiere salvar los 83 delfines cautivos que quedan en España

Olivia Mandle, de 18 años, y la fundación FAADA denuncian la "vergüenza" de una industria que mantiene 10 delfinarios en todo el Estado, uno de ellos en Catalunya

BarcelonaEl choque llegó muy pronto. Tenía sólo cinco años y iba de excursión con la escuela a un zoo. La imagen de aquellos delfines, que ella conocía de documentales nadando libres en el mar, dando vueltas en una piscina de cemento, le chirrió por dentro. Cuando volvía a casa, preguntó con inocencia: "¿Los delfines ahora se van a su casa?". Sus padres tuvieron que contarle la realidad. Tuvieron que hablarle del cautiverio. "Aquello no me cabía en la cabeza. En ese momento decidí que lucharía por su libertad", recuerda Olivia Mandle.

Hoy, con 18 años, no solo no ha abandonado esa promesa infantil, sino que se ha convertido en una de las voces más influyentes de su generación en la defensa de los océanos. Acaba de empezar los estudios de Biología Marina y Oceanografía en Plymouth (Reino Unido), ha hablado ante la ONU, es Embajadora del Pacto Europeo por el Clima y tiene claro que "la ciencia y el activismo deben ir juntos". "¿Qué es el conocimiento si no sale del laboratorio? ¿Y qué hace el activismo si no está basado en la evidencia científica?", reflexiona.

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Esta determinación la llevó a poner en marcha su propia campaña en Change.org, #noespaisparadelfines, que pide el cierre programado de todos los delfinarios en España. En abril de 2023 llevó al Congreso de los Diputados las 150.000 firmas que había recogido; hoy, la petición suma ya más de 160.000. Ahora, esta lucha personal se une a una investigación demoledora sobre los delfinarios: Mandle es la voz principal de Tras el Cristal, la nueva campaña de la Fundación para el Asesoramiento y Acción en Defensa de los Animales (FAADA), que pone al descubierto la cruda realidad de estos centros.

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España, la gran "prisión" de Europa

La investigación de FAADA, realizada de forma encubierta durante dos años (2023-2025), es la radiografía que faltaba. Y los datos son vergonzosos: España es el líder absoluto de Europa en cetáceos cautivos, con 83 animales (entre delfines mulares, orcas y belugas) repartidos en 10 delfinarios. "Claramente, nos estamos quedando atrás", lamenta Mandle. "Mientras otros países cierran centros, aquí concentramos el mayor número".

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Pero, ¿por qué en España? Andrea Torres, bióloga y coordinadora del área de animales salvajes de FAADA, lo achaca a una combinación de factores: "Tenemos una legislación que nos cuesta aplicar. La industria aquí es muy fuerte, tiene mucho poder". Y todavía existe otro factor clave: el modelo turístico. "Los delfinarios están en lugares clave con mucho turismo: Baleares, Canarias, Cataluña... Si las escuelas y los turistas no fueran, deberían cerrar. Es un negocio multimillonario", añade Torres.

Este diario ha contactado con Marineland Catalunya, el único centro con delfinario que queda en Catalunya, pero han declinado hablar. "Te informamos de que finalmente hemos decidido no participar", han comunicado.

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El informe Tras el Cristal documenta una "realidad desoladora". "Lo que más me sorprende es cómo todos repiten el patrón para convencer al visitante", explica Andrea. "Primero comienza la música emotiva, te hablan de las supuestas desgracias que pasan los animales en libertad para hacerte creer que allí están salvados y protegidos. Luego viene la imagen romántica del cuidador bailando una balada con el delfín. Y el público se lo traga".

La investigación revela que los cetáceos son forzados a participar en espectáculos con música muy alta, acrobacias forzadas –como cuidadores haciendo surf sobre los delfines–, levantar entrenadores, simular bailes, utilizar pelotas o aros e incluso permitir que el público les toque o les bese. En algunos centros se paga hasta 490€ por tener contacto directo con ellos, sin tener en cuenta los "graves riesgos de seguridad y sanitarios que ello conlleva", además del impacto psicológico, destaca Torres.

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La gran mentira: ni educación ni conservación

Durante décadas, la industria se ha escudado en la educación y conservación. El informe de FAADA desmonta estos argumentos pieza a pieza. Legalmente, estos centros están registrados como zoológicos y deberían regirse por la Ley de Zoos (31/2003), que les obliga a cumplir objetivos científicos y educativos. La realidad es otra. Según el informe, menos del 17% del tiempo de los espectáculos se dedica a información educativa, y suele ser "muy básica". "Quieren convencer al visitante de que hacen educación", dice Andrea. "Ponen una locución antes de que comience el show con música alta, pero a ellos les da igual si la gente no le escucha. Ya han cumplido el expediente".

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En cuanto a la investigación, los datos son aún más irrelevantes: "Casi no hacen investigación y su participación en congresos sobre cetáceos es prácticamente inexistente", apunta Andrea. Olivia Mandle es contundente: "Su propósito es sólo el ocio y el negocio. Hacer dinero a costa de animales supersensibles". Por eso, lanza un mensaje directo a las familias que llevan a sus hijos: "Entiendo que quieran verlos porque quizás nunca tendrán la oportunidad, pero hoy en día tenemos documentales, enciclopedias e incluso realidad virtual. Ver a un animal en una piscina pequeña, estresado, haciendo comportamientos antinaturales... esto no es educación".

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El futuro: santuarios en lugar de piscinas

Ante esta situación, la campaña Tras el Cristal exige medidas concretas en el gobierno español. Las más urgentes: la aplicación efectiva de la ley, el fin inmediato de los espectáculos y de cualquier contacto de los animales con el público, y el cierre progresivo de los centros, empezando por los dos que están dentro de parques acuáticos (Marineland en Cataluña y Aqualand en Costa Adeje).

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¿Por qué estos dos primero? Andrea Torres lo tiene claro: "Son centros donde el 80% son toboganes y piscinas. Tienen a los animales por puro lucro y no pueden justificarse por la ley de zoos, porque no tienen conservación, ni investigación, ni educación. No deberían estar autorizados". Y añade: "Algunos de los centros participan en congresos o publican algunos artículos para justificar su existencia y cumplir con la ley. Pero nada justifica el cautiverio de los cetáceos, y en el caso de los parques acuáticos como Marineland menos. Aquí los animales son 100% un reclamo turístico".

Otra medida clave, según FAADA y Mandle, es "prohibir la reproducción y la importación de cetáceos". "Es la clave para acabar con la industria", asegura Andrea. "Necesitamos que éstos sean los últimos animales en cautiverio".

Entonces, ¿qué pasaría con los 83 animales que ahora viven en estos tanques? La respuesta es el gran sueño de Olivia Mandle: los santuarios marinos. "Es realista", defiende el activista. "Ya hay modelos que existen en Islandia. Son espacios amplios y controlados en el mar donde pueden vivir de forma más libre, pero con asistencia, ya que no podrían sobrevivir solos". Olivia sueña con crear uno en el Mediterráneo. "Es un cambio grande, pero necesario. Sería un proyecto beneficioso que nos posicionaría como líderes en transición ética".

Andrea Torres admite que la viabilidad de este plan "es complicada por la industria y todo lo que hay detrás", y lamenta que "muchos proyectos buenos están paralizados". Sin embargo, insiste: "En realidad no proponemos nada alocado. Si un delfinario ha sido capaz de construirse en el mar, ¿por qué no un santuario? En Cuba hay encerrados en alta mar". La diferencia clave, explica, es que "serían sitios más amplios, no se harían shows ni actividades" y, eso sí, "hay que tener más cuidado con temporales o catástrofes".

La unión hace la fuerza

A los 18 años, Olivia acumula más responsabilidades que muchos adultos, pero no lo ve como un peso. "Estoy haciendo lo que me gusta, es mi misión de vida. Lucho por mi futuro y el de mi hermano. Si no lo hago yo, ¿quién lo hará?". Su alianza con FAADA es una unión de fuerzas estratégica. "El activismo individual es importante, pero si unimos fuerzas, llegamos más lejos", dice Olivia. Andrea, de FAADA, coincide: "Olivia es el futuro, tenemos mucha fe en ella. No tenía sentido ir por separado cuando queremos exactamente lo mismo".

El mensaje final de Olivia es claro, directo e interpela a todos: "Cada acción cuenta, aunque parezca insignificante. Busque una pasión que le mueva. Y si no sabe por dónde empezar, únase a organizaciones que ya trabajan. Necesitan su energía".