Lesiones, tensiones y dolor: cómo el estrés impacta en nuestro cuerpo (y cómo solucionarlo)
Hablamos con profesionales que nos dan consejos para poder rebajar las consecuencias físicas que el estrés supone en nuestro cuerpo
BarcelonaLas emociones conviven con nosotros de forma permanente; son parte de nuestra esencia como seres humanos y no podemos entender a nuestra especie sin las emociones. Durante décadas, han sido las grandes olvidadas –maltratadas, incluso podríamos decir–, como si no existieran o fueran, sencillamente, una distracción. Pero tanto las emociones positivas como las negativas generan, en cada uno de nosotros, un gran impacto; mucho más de lo que podemos imaginar. Cuando son positivas, el impacto no se traduce únicamente en una retahíla de buenas sensaciones y de buenos momentos, sino que también es claramente beneficioso para la salud y nos dirige hacia un estado de bienestar general que, en definitiva, es el que buscamos todos. Pero, por desgracia, somos mucho más conscientes de las emociones que nos impactan negativamente porque, cuando nos acompañan en el día a día, generalmente en forma de estrés, angustia o ansiedad, pueden desembocar en problemas físicos como tensiones musculares, desajustes en el sistema inmunitario, lesiones e incluso enfermedades.
Y aquí surge una de las grandes preguntas: ¿cómo puede que las emociones negativas –que en principio están relacionadas con la vertiente psicológica de las personas– acaben convertidas en problemas físicos?
Aparentemente, no parece haber una conexión directa. Cuando enfermamos físicamente, nos lesionamos, sufrimos tensiones musculares o inflamaciones tendinosas que se alargan en el tiempo, tendemos a pensar que su origen ha sido un desencadenante físico. Nos cuesta asociarlo a un origen psicológico.
El cuerpo humano consta de unos engranajes que trabajan conjuntamente de manera muy precisa y que, unos sin otros, no tienen ningún sentido. De modo que el hecho de que las emociones tengan un impacto tan significativo en el estado físico tiene una explicación fisiológica muy clara. Gerard Presseguer, fisioterapeuta, nos explica las razones: “El estrés se rige por un equilibrio entre el sistema nervioso central, el sistema inmunitario y el sistema endocrino. Los factores estresantes los percibimos en nuestro cuerpo como señal de alerta. El sistema nervioso actúa de cable entre cerebro y nuestros órganos. Cuando el sistema nervioso central detecta un factor estresante, comunica la urgencia a nuestro cuerpo a través de neurotransmisores en el sistema endocrino. Éste libera hormonas del estrés, éstas vuelven a reactivar el sistema inmunitario y entonces es cuando se producen inflamaciones en señal de defensa sobre situaciones de peligro”.
Cuando este mecanismo se pone en marcha ocasionalmente no es problemático, todo lo contrario. "El estrés en dosis adecuadas es bueno y beneficioso para el cuerpo, porque tener una buena respuesta inmunitaria puede protegernos en momentos críticos", añade Gerard. Lo que nos aboca a tensiones musculares, lesiones o incluso enfermedades es cuando la situación estresante o angustiosa se convierte en crónica. A esta situación de alerta cabe añadir "una activación involuntaria relacionada con los mecanismos cognitivos de preocupación, sumada a que los episodios de tensión emocional incrementan los niveles de activación fisiológica general e impide que la acción reparadora del descanso sea tan efectiva como debería. De tal forma que el riesgo de lesiones por sobrecarga se incrementa”, explica Joan Vives, psicólogo del Centro de Alto Rendimiento (CAR) de Sant Cugat. Vendría a ser como una bola de nieve que baja montaña abajo, va cogiendo velocidad y se va haciendo gorda a medida que avanza sin freno, si nada la frena.
Combatir el estrés
Actualmente es difícil que ninguno de nosotros haya experimentado, más o menos, alguna etapa estresante o angustiosa. Realmente es uno de los graves problemas de salud con los que nos toca batallar. Y no sólo en la etapa adulta, sino también en las generaciones jóvenes, debido al ritmo y las tendencias sociales que hemos ido adquiriendo con el tiempo y que nos generan mucha presión. De todas formas, hay buenas noticias porque tenemos mecanismos que pueden ayudarnos a combatir tanto el origen del problema –que sería el principal objetivo para poder disfrutar del máximo número de momentos de bienestar– como los dolores músculo-esqueléticos o las lesiones que pueden aparecer .
Vives nos propone unos pasos que nos serán muy útiles para remediarlo: “En primer lugar, debemos tomar conciencia de cómo estamos y nos podemos preguntar: ¿cómo nos sentimos? ¿Nos adaptamos bien a las situaciones que nos toca vivir? ¿Nos sentimos sobrepasados? En segundo lugar, es necesario aceptar que las situaciones no siempre son ideales y debemos darnos permiso para sentirnos mal. No debemos esconderlo o intentar controlarlo con acciones que seguramente nos acabarán generando más estrés. En tercer lugar, debemos revisar la relación entre la exigencia a la que estamos sometidos y los recursos que tenemos para afrontarla. Y, finalmente, si vemos que no tenemos margen de maniobra para cambiar, nos queda la última opción, que es revisar cómo nos lo tomamos y valorar si debemos cambiar la forma de afrontarlo”.
Para desglosar los consejos de Juan, ponemos algunos ejemplos: cuando revisamos cómo estamos, debemos ser sinceros con nosotros mismos y tratar de responder a las preguntas que nos plantea de manera sencilla: ¿hay algo que no funciona bien? Por intrascendente que nos pueda parecer una molestia, si a nosotros nos genera malestar vale la pena tenerla en cuenta.
Cuando hablamos de revisar y replanificar nuestras acciones, en el ámbito personal y en el laboral, podemos referirnos a la gestión del tiempo, la cantidad de actividades que realizamos durante el día, las responsabilidades que recaen sobre nosotros, etc. Quizás existen formas más eficientes de gestionarlo que nos pueden ayudar a rebajar la exigencia.
En la mayoría de los casos, los problemas generados por las situaciones de estrés son de alcance leve, pero suficientemente molestos para buscar solución o suficientemente continuadas para acabar desembocando en situaciones más graves.
Es cierto que cuando estamos lesionados o sentimos dolor debe haber una primera actuación física y mecánica que rebaje las inflamaciones, pero lo que realmente nos lleva a una mejora es el retorno al estado de bienestar y paz emocional. Para poder llegar, aparte de las pautas que nos proporciona Vives en el ámbito psicológico, podemos sumar una serie de hábitos físicos que nos serán muy útiles tanto para prevenir como para batallar con ellos. Melocotonero, en su campo, nos aconseja “incorporar, en nuestras rutinas, el trabajo físico, sobre todo el trabajo de fuerza –tengamos la edad que tengamos–, mantener un buen descanso y seguir, en la medida de lo posible, los ritmos circadianos ; exponernos a la luz solar; comer de forma nutritiva evitando los ultraprocesados y los azúcares; adquirir una buena pauta de hidratación evitando el alcohol y las bebidas estimulantes, e intentar mantener buenas relaciones sociales”.
Aun así, debemos procurar que incorporar estos hábitos no nos genere un estrés extra ni aumente nuestro grado de exigencia. Lo podemos incorporar paulatinamente, sin culpabilidades ni expectativas mal ajustadas. Y si nos dejamos guiar por profesionales, el resultado será mucho más satisfactorio.
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