Cuerpo y mente

"No somos tan dueños de nuestras ideas como nos gustaría"

Hablamos con el filósofo Javier López Alós y el físico Vicent Botella i Soler sobre cómo detectar los condicionantes de nuestros pensamientos para decidir mejor

Barcelona¿Podemos aprender a pensar mejor? Es el reto que plantean el filósofo Javier López Alós y el doctor en física Vicent Botella y Soler en su nuevo libro Por qué pensamos lo que pensamos (Arpa, 2025), una versión más completa de su antecesor en catalán, Por qué pensamos lo que pensamos (Letra Impresa, 2024). Según estos dos escritores, así como quien practica yoga aprende a poner más atención en la respiración o quien sale a correr puede mejorar su técnica, también se puede aprender a pensar y tomar decisiones "de forma más consciente y menos automática".

Aunque no nos demos cuenta, a menudo vamos con el piloto automático. Hacemos uso de atajos y simplificaciones, lo que puede jugarnos malas pasadas: el cerebro llega a conclusiones automáticas, que pueden derivar en sesgos y conducirnos al error en nuestras percepciones, razonamientos y acciones. Por eso López y Botella sugieren "pensar el pensamiento", o sea, ejercer un pensamiento crítico con el que evitamos actuar en función de lo primero que nos pasa por la cabeza, porque no es necesariamente cierto o lo más conveniente.

Cargando
No hay anuncios

Para conseguirlo, primero habría que evitar que las fragilidades y los condicionantes del pensamiento nos pasen por alto. Hay una idea que domina el pensamiento racional moderno, recuerda López, según la cual "somos sujetos racionales siempre y en todo momento", es decir, plenamente conscientes y autónomos, pero "estamos sometidos a un montón de influencias" de índole cultural, emocional o cognitiva. "No somos tan dueños de nuestras ideas como muchas veces nos gustaría pensar", subraya el filósofo, algo que "debería estar mucho más en la cabeza de la gente", añade Botella, porque bien se aprovechan su publicidad o política en beneficio propio.

Conocer los sesgos "no te evita ser víctima" ni estos sesgos afectan a todos por igual, explican los autores del libro, pero han incluido múltiples referencias para descubrir cómo pueden condicionarnos. Por ejemplo, el marco con el que se presenta una información puede ser determinante. Un ejemplo reciente es la firma del plan de paz para Gaza, con un Donald Trump figurando bajo el lema "Peace 2025" en sintonía con su deseo de recibir el Nobel de la Paz. De hecho, las palabras han sido primordiales con Gaza: "No nos posicionamos por igual ante una guerra en la que se habla de bandos que de un genocidio", subraya López.

Cargando
No hay anuncios

Un ejemplo más cotidiano puede ser el interés por incrementar las ventas de comida preparada en los supermercados, apuntalado con manifestaciones como la de este año del presidente de Mercadona, Juan Roig, según el cual las cocinas desaparecerán en el 2050. Da la impresión de que comprar comida hecha puede ahorrar tiempo, pero a la vez " de autonomía y libertad de las personas, hasta tal punto que acaba renunciando al ejercicio de nuestro pensamiento", reflexiona López.

Tendemos a preferir aquellos pensamientos que son fáciles de generar (confort cognitivo), se nos hace difícil cuestionar algunos prejuicios negativos sobre minorías por la familiaridad que sentimos (efecto de mera exposición) y defendemos ciertas ideas a pesar de la existencia de evidencias que las desmontan por no (razonamiento guiado). También tendemos a considerar las cosas negativas por encima de las positivas (sesgo de negatividad), y perder nos es más doloroso que ganar (aversión a las pérdidas).

Cargando
No hay anuncios

Hay quien se queda en una relación sentimental insatisfactoria porque ya llevan "tres años juntos" (la falacia del coste perdido, de cómo el pasado pesa en las decisiones), hay quien en las aplicaciones de citas no se conforma nunca por la dificultad de escoger entre jóvenes a quien se dice que a quien se dice, a quien se le dice, también hay, o hay, o hay, o que hay, que se dice que, a quien se dice, a quien se dice, a quien se dice, a quien se les dice, a veces además de no ser verdad, puede paralizarse (la paradoja de la elección en los últimos dos casos). Además, según Botella, queremos llegar a conclusiones aunque no tengamos ni idea, ante la que dice: "Deberíamos estar más cómodos con nuestra ignorancia y suspender el juicio más veces, sobre todo cuando no nos va la vida".

Pensar aunque canse

El libro nació, según Botella, por la frustración que les despertaba fenómenos como las opiniones que circulan por las redes sociales y que se interpretan con "explicaciones ingenuas cómo la gente es tonta". También frente a los negacionismos o la reivindicación de la ignorancia. "Sabemos que en muchísimos casos en los contenidos agresivos, de incitación al odio o de noticias falsas el aliciente ni siquiera tiene por qué ser político, sino fundamentalmente económico, porque reaccionamos con más atención a lo que intuimos como peligro", destaca López, quien también vincula el ascenso de la extrema derecha a que la gente se siente constante.

Cargando
No hay anuncios

Que el cerebro recurra a automatismos podría estar relacionado con un ahorro de recursos de cara a la supervivencia. "La evolución no busca soluciones perfectas, sino lo suficientemente buenas para mantenernos vivos, aunque esto pueda acarrear errores de vez en cuando", recalcan López y Botella en el libro. Pese a que "no cualquier estímulo puede ser evaluado reflexivamente y con calma" y que pensar "es difícil y cansa", consideran que "pequeñas mejoras en nuestro razonar pueden traducirse en enormes beneficios": prudencia –que no equidistancia–, paciencia o una sana distancia frente a lo que estamos seguros de pensar son virtudes.

Además, proponen garantizar un tiempo de descanso suficiente dentro de las tareas diarias para combatir la fatiga de hoy en día, teniendo presente, además, que las innovaciones tecnológicas incrementan el desgaste y el pensamiento automático para que acabemos haciendo más cosas. "Cuando estamos cansados ​​mentalmente cometemos más errores, tomamos malas decisiones y jugamos peor", avisan en el libro, en el que también defienden repensar la forma de informarnos –"en este mundo interconectado, acelerado y ruidoso, la lucha contra la mentira nos interesa a cualquiera"– y "limitar o prohibir la atención en las redes.