Cuerpo y Mente

Cómo olvidarse de todo y sólo pensar en las flores

Descubrimos algunos de los secretos del Ikebana, el arte floral japonés que nos enseña a vivir ya redescubrir la naturaleza

BarcelonaDicen que cada elemento que conforma un ikebana tiene la misma importancia que otros. Cada línea, cada flor, cada rama es importante por sí misma. Y aunque, como muchas cosas en la vida, siempre haya un elemento principal que destaque, sin su acompañamiento no sería lo mismo. Una dalia es bonita, pero sin el resto de ornamentación, no luciría tanto.

Son estas mismas palabras las que Ana dice a sus alumnos de ikebana: todas ellas son diferentes, pero también igual de valiosas en su conjunto. Todas son únicas, como las flores, y no hay ninguna igual. Y así es también la naturaleza. Y el ikebana.

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Al igual que su personalidad, cada una de sus creaciones es singular e irrepetible. También varía según el estado de ánimo interno. Una alumna pondrá más elementos decorativos, otra, con tan sólo tres líneas, conseguirá su propia armonía y simplicidad. Y al final, la profesora sabrá quién ha hecho cada ikebana sólo observando cada arreglo floral.

Anna Hernández-Cortes es profesora de ikebana y discípulo de Reiko Ishimatsu Sensei, fundadora y directora de la Escuela Bonsaikebana, que transmite la enseñanza tradicional de la ikebana desde 1981 a Barcelona. Una tradición que viene directamente de la Ikenobo School of Floral Art de Japón.

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Comenzó a hacer arte floral japonés por casualidad. Un día, cansada de su trabajo administrativo como documentalista médico, decide apuntarse a un curso de ikebana. Siente la necesidad de experimentar con el arte y el diseño. De jugar con los colores y la estética. De todo esto hace ya veinte años. Ahora combina su trabajo sanitario con el de profesora de cursos y talleres de ikebana, como el que hará este octubre en Casa Asia.

Reproducir la naturaleza

“Siempre me ha gustado mucho la naturaleza y vi en el ikebana una manera de conocerla mejor y llevármela a casa”, sonríe. En japonés, la palabra ikebana significa “dar vida a las flores” y es un sinónimo de kado, que significa “el camino de las flores”. En otras palabras, el ikebana es la expresión ancestral del arte floral japonés. Un lenguaje lleno de sensibilidad que se expresa a través de las plantas y flores vivas.

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Su historia se remonta a los alrededores del siglo VI y, además de tener un propósito estético, también está conectado con el flujo de las estaciones y los ciclos vitales. Una veneración en la naturaleza que ya se muestra en las ofrendas religiosas: “Los monjes hacían arreglos florales y se reflejaban en la observación de la naturaleza, en cómo crecía cada planta. Para ellos era una forma de reproducirla –explica Hernández-Cortes–. Y los más pobres, quienes no podían hacer ofrendas de comida, ofrecían plantas y flores en Buda”, continúa.

Siglos más tarde, personas como Anna practican este arte como una manera de vivir: “Es una forma de recargarse, de hacer mindfulness, estar presente en el momento. Yo, aquí, ahora. Olvidarse de todo y estar con tus flores. Y hagas lo que hagas será precioso, porque las flores son ya bonitas”, se expresa.

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Bonitas, pero efímeras. Y esto, lejos de suponer un inconveniente, se convierte en un acto de reflexión sobre el paso del tiempo. “Todos somos seres vivos que nos morimos. El ikebana nos enseña la filosofía de ver, contemplar y darnos cuenta de que la vida nace, como una planta, sale y la regamos y estamos por ella para que crezca y aprenda a vivir. Llega un momento que empieza a marchitarse, pero antes habrá dado un fruto, su legado. Su curso vital será más corto o más largo, pero habrá hecho su vida. Todo esto nos enseña que no somos inmortales, que somos parte de la naturaleza”, reflexiona Anna.

Creación asimétrica

Para hacer ikebana debe aprenderse a observar la naturaleza y recrear la inclinación natural de las flores. Pensar, también, cómo te gustaría tenerla en casa. Si verla te produce bienestar y tranquilidad, lo has hecho bien. “A cada uno tiene que aportarle algo”, dice la profesora. El juego con las proporciones, las líneas, la longitud, la armonía, los colores y las texturas son la base de este arte, donde las estaciones del año se convierten en un elemento primordial.

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A diferencia de la floristería occidental, el ikebana se rige por las asimetrías y la simplicidad. “La naturaleza no es simétrica”, recuerda Anna, que añade que hay que poder respirar a través del ikebana: “Las mariposas deben poder pasar entre las flores”. Se busca la simplicidad, que con el mínimo número de elementos pueda reconocerse la planta.

Y en la base, el origen de todo: “El agua refleja, da frescura y hace estallar la vida”, concluye la profesora. Una vida única, singular e irrepetible, al igual que la persona que la ha creado.