Cuerpo y Mente

¿Por qué nos silenciamos a nosotros mismos?

Hablamos con Elaine Lin Hering, autora del libro 'Rompe tu silencio', en el que explora cómo hemos aprendido a callar y cómo nosotros mismos hemos sido responsables de acallar a los demás

BarcelonaCallamos por mantener la paz, por no provocar conflictos, por miedo a equivocarnos y decir un disparate. También callamos porque un día, hace años, aprendimos que callados estamos más guapos o porque con la boca cerrada no entran moscas. Permanecemos en silencio aunque algo se nos remueva dentro y después tengamos malentendidos en el trabajo o en el ámbito personal. ¿Por qué? ¿Cómo podríamos dejar de silenciarnos y aprender a utilizar nuestra voz?

De todo esto habla el libro Rompe tú silencio (Conecta, 2024), en la que, a partir de su experiencia como docente en la Facultad de Derecho de Harvard y como socia de una consultora de liderazgo, Elaine Lin Hering explora cómo hemos aprendido a silenciarnos y como nosotros mismos hemos sido responsables de silenciar a otras personas.

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"La sociedad nos silencia cuando no encajamos o no cumplimos con las expectativas que esperan de nosotros", explica Hering. Del mismo modo, “las políticas y prácticas que afectan a nuestra vida diaria también silencian a algunas personas, mientras apoyan a otras”, añade. Un claro ejemplo se ve en el caso de las mujeres. “Hay muchas normas sobre cómo se supone que debe ser una mujer. Se espera que sean las que cuidan a los demás y nunca se quejen. Esto hace que si un hombre se queja o hace un comentario fuera de tono, se le vea como una persona con carácter, mientras que si lo hace una mujer, esté mal visto”, dice Hering.

Por otra parte, muchas de nuestras acciones, conscientes o inconscientes, hacen que las demás personas se atrevan o no a compartir lo que piensan y sienten. “Si dominas todo el rato una conversación, es menos probable que los demás hablen. Si estás a la defensiva cuando alguien no está de acuerdo contigo, es posible que en un futuro no quieran sacar de nuevo temas que puedan provocar tu reacción”, continúa la autora. En cambio, todo sería diferente si apreciáramos el riesgo que corre la gente al decirnos algo: “Si les premiáramos por hablar, les incentivaríamos a compartir, en vez de silenciarlos”, asegura Hering.

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Tomar conciencia

Como conseguir todo esto no es fácil, siempre nos queda la opción de realizar un ejercicio interno para conseguir dejar de silenciarnos. “Debemos tener presente que, como seres humanos, todos tenemos una voz distinta. Por tanto, en vez de intentar encajar y esperar a que las demás personas sean iguales, podemos dejar de silenciarnos celebrando nuestras diferencias y lo que nos hace únicos”, reflexiona Hering.

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Ante todo, hay que tomar conciencia y preguntarse cómo has aprendido a silenciarte. “Muchos de nosotros somos muy charlatanes con los amigos, pero estamos callados en el trabajo. O hablamos mucho en el trabajo, pero nos silenciamos cuando estamos con la familia. Hay que ser consciente de dónde, cuándo y con quién te resulta más fácil mostrar tu verdadero yo para ver dónde te estás silenciando”, continúa la autora, que recomienda realizar pequeños experimentos, como compartir pensamientos, preferencias o necesidades y ver cómo reaccionan los demás.

Sobre todo, es necesario encontrar la voz interior: En vez de centrarte en lo que necesitan los demás o en lo que tu gerente, madre o pareja quiere que pienses, pregúntate: «¿Qué pienso?» y «¿Qué necesito?» Darte cuenta de que tienes pensamientos, sentimientos y necesidades propias hace que después sea imposible no querer sacarlo hacia fuera”, asegura. Al final, se trata de ver que compartir sus pensamientos u opiniones ofrece muchos más beneficios que problemas.

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¿Hablar o callar?

Está claro que, en ocasiones, el silencio también puede ser útil y necesario. “El silencio nos permite tomar una pausa y elegir nuestras respuestas en lugar de reaccionar. Es necesario para la reflexión y también es estratégico, ya que nos permite elegir cuándo, dónde, cómo y con quién queremos hablar”, apunta Hering. A menudo el problema es que nos movemos con el piloto automático y nos olvidamos de que tenemos la opción de parar un momento y reflexionar antes de decir algo.

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Saber cuándo hablar o cuándo es mejor callar depende mucho de nuestra capacidad de percepción. Sin embargo, Hering considera que suele haber más beneficios potenciales si hablamos: “Nuestro cerebro se centra en los costes y riesgos, tanto reales como imaginados, y olvidemos que es probable que las cosas puedan empeorar si callamos, y que, en cambio, puedan mejorar si hablamos”, reflexiona.

Cuando nos encontramos en una reunión de trabajo y no nos atrevemos a decir la nuestra, siempre podemos seguir este consejo: “Empieza una frase diciendo: «Según mi punto de vista…» De esta forma, reconoces que tu perspectiva es legítima y limitada, al igual que la de todos los demás”, aconseja Hering. Con demasiada frecuencia no decimos nada porque sabemos que la gente no estará de acuerdo con nosotros o creemos que nuestro pensamiento puede estar incompleto. Este encuadre nos permite ser propietarios de nuestra perspectiva, a la vez que invita a otras perspectivas para que, juntas, puedan tener una imagen general y más completa del tema”, continúa.

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En cambio, si estamos en una comida familiar, Hering aconseja decidir antes de llegar al encuentro cuáles son los límites que queremos mantener. ¿Qué temas estamos dispuestos a tratar en la reunión? ¿A quién queremos evitar? ¿Qué haremos si nos preguntan sobre algún tema delicado? "Tener un plan de juego sobre cómo gestionar estos momentos nos ayudará a saber qué decir", matiza.

Para Hering,desaprender el silencio es un viaje, no un destino. “El proceso de averiguar nuestras voces, experimentar con su uso y vivir la vida que queremos es un camino con muchos altibajos. Pero es un viaje que merece la pena, y es mejor hacerlo con personas de confianza”, concluye.