14/05/2025
2 min

Se cumplen cien años de la publicación deLas bonhomíasde Josep Carner y la semana pasada se celebraron en la Biblioteca de Cataluña unas Tardes Carner sobre la efeméride, porque aquel 1925 Carner publicó, además deLas bonhomías,El corazón quietoy una traducción delRobinson Crusoe.

Tuve la suerte de poder participar con Ignasi Aragay, director adjunto de este diario, en una de las mesas dedicadas al libro, y debo decir que la sala estaba bien vacía de público, al menos la tarde que me tocó a mí. Ni lectores, ni siquiera estudiantes de filología. Muy triste pero nada extraño en el país de la escuela hundida, que es como decir en caída libre cultural. La última edición de este libro, que yo sepa, tiene un cuarto de siglo. Se celebró el Año Carner (2020-2021), ha habido estas tardes, pero el libro es inencontrable. El orgullo hipócrita del país nunca falla, o quizás es que en términos morales la hipocresía es lo último que nos queda.

Cuando Carner se refirió en un poema a este país como "una jirona / en otro tiempo bandera", yo creo que con la palabra jirones se refería precisamente a la hipocresía. El mejor escritor catalán del s. XX (también según yo creo), cuyo mejor libro también sólo se encuentra en librerías de viejo, vivió en primerísima persona una de las reavivadas cíclicas de esta nuestra cultura, que periódicamente parece que debe salirse y ofrecer al mundo todo su fruto. Vanas ilusiones: los que han creído se quedan siempre con un palmo de nariz.

A veces se le tiene por un irónico superficial, pero Carner se enfrentaba a menudo al dolor de no hablar claramente en ese terrible país de las fosas por desenterrar. Tanto enLas bonhomíascomo en el prólogo aEl próximo añode Trabal, el mismo año 1925, Carner insistió en que "los catalanes somos obvios". Mi interpretación es que la obviedad que nos reprochaba es justamente el sobreentendido que acompaña siempre a la hipocresía. Porque una cosa es la mentira, que tiene víctimas inocentes, y otra muy distinta es la hipocresía, que implica un "hacer ver que" del que todo el mundo participa.

Carner se debió de ver a sí mismo como un Robinson civilizado entre bárbaros, y por eso lo tradujo; debió saberse en el fondo un nabí o un profeta que nadie escucha ni interesa a nadie, ayer como hoy. Lo dijo ya exiliado en Génova con estos artículos deLa Voz de Cataluña, con una voz tan educada y severa como aparentemente bondadosa, que en un país más serio y comprometido hoy sería un buen modelo, actualizada, para intentar salir de tanta palabrería estéril.

stats