LOS BALCONES CON ROPA EXTENDIDA, MATERIA LITERARIA.
22/10/2025
2 min

Al mediodía he extendido una maquinada de ropa blanca. Es agradable colgarla, perfumada y mojada, fresca y carnal, depuradas no las piezas sino su uso, como la colada después de una enfermedad, como si colgando sábanas y fundas de almohada hubiera colgado las noches pasadas entre ellos, y colgando la camiseta hubiera colgado el anochecer que me los puse para un sonido la excursión del otro día a la montaña, poco lejos porque la perra se ha hecho vieja y no sigue.

Ahora por la tarde sopla un garbí tranquilo y es un gusto ver las sábanas hincharse y ondear como las faldas de un baile silencioso –o no tan silencioso, porque el mismo viento que las anima remueve, luego, las hojas amarillentas del olmo, a punto de desprenderse, como miles de orejas caídas y vibran miles de conversaciones susurradas que hacen la música de un mar de hojas a punto de caer.

El sol de octubre va bajo, el blanco no deslumbra, es estimulante mirarse a los vaqueros desabrochados y con la bragueta abierta, de pie y al mismo tiempo estirados sobre la sábana de atrás, y, al lado, la camisa de manga corta haciendo la vertical sin brazos, y cuatro calcetines que puntean, y unos calzoncillos, y unos calzoncillos.

Hay agujas de tender la ropa clavadas en el tendedero que han sobrado, y allí me imagino que cuelgan prendas de seda roja, vestidos de fiesta a prueba de vino, pero no están, y me dan un efecto de plenitud espiritual, esos vacíos, al igual que este artículo que no lleva a ningún lugar, como la vida, y hoy le libro, que para mí es un elogio porque los mejores libros no se acaban, no hace falta acabarlos porque no dependen del argumento, el argumento es la trampa, como suelen serlo los artículos, que convencen con los mismos argumentos que en otro diario te convencerán de lo contrario, y anulándose unos a otros corren corte.

Aprovecho pues las agujas libres para colgar, palabra a palabra, unos versos que estos días no me saco de la cabeza, son de una pieza de Shakespeare que, como todas las suyas, basta con probar, y que ahora, viendo la ropa vacía que nos vestirá a mi y mi cama en unos días,Macbethque hablan de una Escocia antigua: "¡Ay, pobre patria! Casi asustada de reconocerse. No se puede llamar nuestra madre, sino nuestra tumba".

Hacía días que la memoria de estos versos parecía que buscara a un actor para encarnarlos, de modo que, limpios y secos, los descuelgo y los dejo aquí.

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