Restaurantes

El restaurante con estrella en el último pueblo de la Costa Brava donde trabaja toda la familia

El Voramar de Portbou, regentado únicamente por los cinco miembros de la familia Jamàs y Garbí, ha revalidado por segundo año consecutivo su primera estrella Michelin

De izquierda a derecha, sentados, Pau Jamás, Míriam Jamás y Guillem Gavilán y, de pie, María José Garbí y Domingo Jamás; todos ellos responsables del restaurante Voramar de Portbou.
27/11/2025
4 min

PortbouEn Portbou, el último pueblo de la Costa Brava antes de atravesar la frontera con la Catalunya del Nord, sobresale una de las propuestas gastronómicas de alta cocina más singulares y estimulantes de las comarcas gerundenses. Es el Voramar, un pequeño restaurante muy bien cuidado, junto al mar, gestionado al completo por la familia Jamàs i Garbí, que este 2025 ha ganado su primera estrella Michelin. Un reconocimiento que esta misma semana han revalidado para 2026, consolidándose en la primera línea del mapa gourmet catalán. Por todo ello, han sido uno de los premiados en los nuevos galardones del ARA Girona, bautizados como los 25 gerundenses que han marcado en el 2025, entregados el pasado 12 de noviembre.

En el restaurante trabajan, tanto en la sala como en los fogones, los padres, los dos hijos y el yerno, todos ellos implicados a fondo —solo con algún refuerzo durante la temporada de verano— para sacar adelante el negocio con máxima excelencia y dedicación. Forman el equipo el matrimonio portbouenc formado por Domingo Jamàs y María José Garbí, dos veteranos incombustibles del mundo de la hostelería, que cada día procuran que el comedor del Voramar esté listo y el servicio salga rodado. La hija, Miriam Jamàs, también se implica a fondo en los trabajos de sala, mientras que su compañero, el chef Guillem Gavilán, originario de La Pobla de Claramunt, que conoció en el 2011, es el cerebro en la cocina. Completa la alineación el segundo hijo del matrimonio, Pau Jamàs, formado en pastelería, que echa una mano a la cocina y se especializa en el postre. Un día de otoño por la mañana, antes del servicio de mediodía, que reúne a una quincena de comensales, los cinco planchan el mantel, limpian las copas y lo dejan todo a punto en la cocina, mientras se pasan en brazos la hija más pequeña de Míriam y Guillem, que recientemente se ha incorporado a la familia.

El bar de cafés y bocadillos de 1988

El Voramar ha ido ganándose un nombre entre los amantes de la alta cocina en los últimos años, pero los orígenes se remontan mucho antes, en 1988, cuando Domingo y María José levantaron la persiana de una cafetería en la que servían todos los días, desde primera hora hasta altas horas de la noche, cafés y entre. Poco a poco fueron incorporando tapas, platos combinados y pizzas, hasta que, hacia el 2013, los hijos y el yerno se involucraron en el negocio y empezaron a virar el rumbo. Ofrecían menús de mediodía a precios populares y progresivamente fueron evolucionando la propuesta: "Al principio, trabajábamos con competitividad de precios, haciendo menús a 11 €, que es lo que cobraban el resto de restaurantes del paseo, pero con una calidad muy superior, y no nos salían los números. Pero un día nos atrevemos a despuntarnos con una propuesta de 2 menús degustación, que la gente cada vez nos pedía más, mientras nos íbamos formando de forma autodidacta, con libros, ensayo-error y cursos, hasta consolidar la propuesta que tenemos hoy", rememora Miriam Jamàs.

"Cuando hacíamos servicio de 7 de la mañana a las 2 de la madrugada y trabajábamos todos, era muy estresante y sacrificado, nos echábamos los platos por la cabeza y perdíamos dinero, pero ahora es una satisfacción, nos sentimos muy a gusto y con una mirada ya nos entendemos", añade.

La familia Jamàs i Garbí, responsables del Voramar, en el comedor del restaurante.

Cocina de chup-chup y mar y montaña

Actualmente, el Voramar tiene dos opciones de menú degustación: una más corta, de 98 €, de unos 15 pases, y la más larga, de unos 20, de 148 €. Ahora, a las puertas del invierno, es justo un momento de cambio a la carta y de incorporación de nuevos platos, pero la propuesta de fondo es siempre la misma: “La principal condición es el gusto; hay que notar, tanto en salado como en dulce. de vista", explica el chef Guillermo Gavilán. Y avanza: "En el nuevo menú entrará una escudilla con gamba y, por ejemplo, también tenemos postre con ostras y otros con setas. Yo soy de montaña y trabajo frente al mar, esto me da un abanico de gustos muy amplio y me permite jugar con muchas combinaciones." El bogavante azul con turrón y sobrasada también es una buena muestra de ello y, entre los imprescindibles, sobresale la aceituna, crujiente por fuera, líquida por dentro, habitual en los entrantes de varios restaurantes de este estilo, pero que muchos comensales piden por favor que no retiren nunca.

La aceituna, de momento, se mantiene pero, en general, la cocina del Voramar es permeable, efímera y va cambiando al menos dos veces por año según la época y los intereses creativos del chef. "El 90% de las elaboraciones tienen fecha de caducidad: no quiero tener cosas a la carta sólo porque gustan a un cliente concreto. Es cocina de edición limitada, si no, sería una fábrica de caracoles que hace siempre el mismo patrón. Nos aburriríamos", reconoce el pastelero Pau Jamàs.

Portbou, enclave singular

Más allá de la calidad de los platos, un valor añadido del Voramar es su emplazamiento. Portbou es un pueblo muy pequeño, apartado del glamour y los focos de otros municipios de la Costa Brava, parado en el tiempo, con una estación de tren antigua y edificios que recuerdan al siglo pasado. Un pueblo cargado de memoria, de pasadores de frontera, transportistas y viajeros, donde Walter Benjamin se quitó la vida en 1940 huyendo de los nazis. Sin demasiado atractivo turístico, muchos clientes del restaurante se desplazan expresamente para la ocasión, desde toda Cataluña o el sur de Francia. "Estamos en Portbou porque somos de aquí y queremos poner en valor al pueblo, pero nos gustaría que el pueblo se aprovechara un poco más de nuestro reconocimiento. Sin embargo, cada año vienen varios vecinos a comer y eso nos da mucha alegría", explica el padre. Trabajar en un entorno como éste, además, también se nota, de una u otra manera en cada plato: el agua cristalina, la tramontana, las algas, las corrientes o los cuatro pinos sobre las rocas que se ven desde el comedor; todo forma parte del día a día y, por tanto, también del trabajo, de todos los integrantes de la familia Jamàs y Garbí.

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