Murales de propaganda y Kalashnikovs en el Kabul de los talibanes

Moverse por la ciudad ahora es más fácil y la seguridad es mejor, pero el declive económico es evidente

Enviada especial a KabulUnos operarios trabajan encaramados en escaleras en el muro exterior de lo que fue el cuartel general de la OTAN en Kabul: unas paredes enormes de hormigón de casi diez metros de altura que las tropas internacionales levantaron para protegerse de posibles atentados. “A nosotros nos pagan, somos unos mandados”, justifica uno de los trabajadores intentando lavarse las manos de cualquier responsabilidad. Pintan en el muro eslóganes a favor de los talibanes. “El Emirato Islámico es la fuente sagrada de todos los sueños”, dice uno que ya han acabado. Otro, que aún tienen a medias, rezará: “El gobierno es una responsabilidad, no un privilegio”.

En todos los edificios oficiales de Kabul hay muros de protección. Se fueron colocando en los últimos años a golpe de atentado, y así Kabul se fue llenando de muros de hormigón. Ahora muchas de esas paredes están llenas de eslóganes a favor de los talibanes, porque si una cosa quieren dejar clara los radicales es que ellos son los que mandan en Kabul. Tal vez el muro que llama más la atención es el que protegía la antigua embajada de Estados Unidos: ahora hay pintada una bandera talibán, blanca, enorme.

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La bandera talibán también ondea en el exterior de todos los ministerios, en algunas rotondas e incluso en algunos parques. Y se han retirado de la vía pública todas las fotografías de Ashraf Ghani, quien fue el presidente afgano hasta que los talibanes entraron en Kabul hace ahora un mes.

Controles en las calles

También han desaparecido todos los controles de policía que inundaban la ciudad en casi cada equina. Porque realmente era así: había policías por todas partes porque la psicosis de un posible atentado era constante. Ahora, en cambio, no hay ningún control e incluso se ha abierto al tráfico calles que antes estaban cerradas por razones de seguridad. Por ejemplo, la calle donde está el ministerio del Interior. Durante años no se podía circular por ahí y acceder a ella era casi un infierno: había que pasar infinidad de controles. Ahora se puede transitar tranquilamente. De hecho, ahora en general es más fácil que antes moverse por la ciudad y el tráfico se ha reducido drásticamente.

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Aparte de eso, se puede decir que poco más ha cambiado en Kabul aparentemente. Todo más o menos continúa igual. Las tiendas están abiertas y hay bullicio de gente en las calles. Tal vez se ven menos mujeres que antes, pero tampoco hay una gran diferencia. Algunas llevan burka, pero la mayoría siguen cubriéndose con un simple velo en la cabeza, aunque muchas visten de forma más recatada. Impera el chapán, una especie de guardapolvos que esconde las formas del cuerpo.

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Eso sí, ahora ves pasar cada dos por tres por la calle vehículos de la antigua policía afgana atestados de talibanes con Kalashnikovs y banderas blancas. O te puedes encontrar en la puerta de un edificio oficial a un miliciano que no tiene cara de talibán, ni viste ningún uniforme, pero que lleva un Kalashnikov. Y por otra parte, sin duda, el declive económico es evidente. Delante de los bancos se siguen formando colas kilométricas cada día y la preocupación por el futuro está en boca de todo el mundo.

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En la capital afgana casi no circulan autobuses, y la gente se desplaza básicamente en taxis comunitarios. Es decir, en un mismo vehículo viajan varios pasajeros y el taxista hace siempre el mismo recorrido como si se tratara de una línea de autobús. Delante del centro comercial Gulbahar, en el centro de Kabul, hay una parada de taxis. Antes conseguir una plaza en un vehículo allí era casi misión imposible. Había que armarse de paciencia y esperar. Este miércoles, en cambio, había una docena de taxis parados sin pasajeros. “Esto es un desastre. Antes ganaba 2.000 afganis al día (unos 20 euros), y ahora apenas gano 800 (unos ocho)”, se quejaba un taxista, Mohammad Tahir, que achacaba el poco movimiento de pasajeros a que mucha gente se ha quedado sin trabajo y a que la Universidad de Kabul sigue cerrada.

Delante del puente Mahmud Khan, que cruza el río Kabul, un hombre vende banderitas blancas de los talibanes. “Me las da el gobierno. Yo pago siete afganis por cada banderita, y las revendo por veinte o treinta”, comenta con satisfacción. Y, según asegura, tienen éxito, mucha gente las compra como suvenir. El hombre afirma que vende el merchandise talibán por convicción. “El anterior gobierno era muy corrupto y no lo suficientemente islámico”.

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Los talibanes, que en los años noventa prohibieron las fotografías, ahora se dejan retratar con facilidad por los periodistas extranjeros. Incluso les dejan subir a sus vehículos para que los filmen mientras recorren Kabul. “Necesitan dinero”, comenta un afgano cuando ve a un grupo de talibanes en la calle posar ante la cámara. Los talibanes siguen aspirando a que su gobierno sea reconocido como el gobierno legítimo de Afganistán y vuelvan a llegar fondos del extranjero al país.