Budapest, Belgrado, Tiflis: el "pragmatismo" eurocrítico que gusta a China

BarcelonaHace algunas semanas me reuní con académicos chinos especializados en Europa y uno de los temas que más interés tenían en tratar era la figura del primer ministro húngaro, Viktor Orbán. En la mayoría de los países de la Unión Europea, Orbán es visto medio como un rebelde y medio como un parásito: un agente disruptor en temas como el apoyo a Ucrania o el mantenimiento del estado de derecho y la democracia liberal, que en la vez no quiere irse de la UE para seguir disfrutando de los beneficios económicos que comporta. Además, apunté a los académicos chinos, Orbán es uno de los políticos más hábiles de la UE: ha logrado un capital simbólico desproporcionadamente mayor que el escaso peso económico que tiene Hungría (1,2% PIB de la UE), erigiendo se en modelo de derecha alternativa elogiado por los republicanos norteamericanos o consiguiendo formar el tercer grupo más importante del Parlamento Europeo.

Los académicos chinos me hicieron una valoración de Orbán bien distinta. Para ellos, el dirigente húngaro no era un revolucionario, sino un pragmático realista. En un contexto de una Unión Europea cada vez más tensa con Pekín, Budapest estaría construyendo un modelo de “neutralidad económica” que le permitiría atraer inversiones chinas a la vez que seguiría siendo un espacio industrial clave para las empresas alemanas. En estos momentos, Hungría es el principal destino (44%) de la inversión china en Europa.

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Otro caso de este “pragmatismo”, me explicaron, es Serbia, donde el gobierno de Aleksandar Vučić ha mantenido una política exterior "equilibrada" que permite vínculos con chinos, europeos, estadounidenses y rusos a la vez. Otro ejemplo en la vecindad europea es la tradicionalmente proeuropea Georgia, donde el partido Sueño Georgiano de Irakli Kobakhidze ha conseguido atraer inversiones chinas y mantener vínculos con Rusia.

Exprimir los beneficios

En todos estos casos, el patrón es el de hombres fuertes iliberales y nacionalistas, que mantienen elecciones, pero erosionan el estado de derecho. No están en contra de la Unión Europea, pero la quisieran mucho menos integrada y más conservadora. Su visión de las relaciones internacionales es amoral y multipolar, para obtener beneficios de distintas potencias sin aliarse claramente con ninguna.

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Este eje Hungría-Serbia-Georgia quizá sea una anomalía en Europa. Pero es el modelo dominante en el Sur Global. En Asia Central, las repúblicas postsoviéticas han desplegado un modelo que busca mantener vínculos con Rusia, atraer inversión china y recibir capital y ayuda estadounidense y europea. En el Sudeste Asiático, ASEAN ha repetido múltiples veces que no quiere tomar partido en la disputa geopolítica entre Estados Unidos y China: pese a que algunos países como Singapur y Tailandia reciban apoyo militar estadounidense, han dejado muy claro que no romperán relaciones económicas con Pekín. Si nos vamos hacia el oeste, las monarquías del Golfo, aliadas tradicionales de EEUU, han multiplicado los vínculos y la inversión china, sin que Washington haya podido evitarlo. La Unión Europea y su vecindad ya no son una isla. Lo que vemos en los despachos de Budapest, Belgrado y Tiflis será un fenómeno cada vez más frecuente.