Ciudadanos chinos pasean por la ciudad antigua de Pekín
Analista de Relacions Internacionals
3 min

Con veintiún años, justo después de terminar la carrera de periodismo, cogí un vuelo en dirección a Pekín. Era el invierno del 2015. No conocía casi nada de China y sólo sabía decir un par de palabras en mandarín. Marchaba para trabajar en una agencia de noticias. Tanto mi futuro como China eran dos grandes interrogantes.

En pocos días, ya estaba recorriendo las viejas callejuelas de Pekín con una bicicleta de la época maoísta. Todo lo que me rodeaba me generaba curiosidad. Entrar en un supermercado era una nueva experiencia; comer en un restaurante, un océano de posibilidades, y dar un paseo, una clase de sociología, economía e historia. Con cada puerta que se me abría, con cada experiencia y conversación que tenía, con cada libro que leía, mi imagen sobre China se iba derruyendo, reconstruyendo, haciendo cada vez más compleja. En pocos meses, me di cuenta de que todos aquellos que decían que te podían hacer entender a China en un tuit, un artículo o un libro, eran sólo vendedores de humo.

Diez años después de llegar por primera vez a China, han cambiado muchas cosas. Durante ese tiempo, he viajado por la mayoría de las provincias del país y ya puedo tener una conversación fluida en mandarín. He leído decenas de intelectuales y escritores chinos y he hablado con cientos de personas del país. Durante estos años ha aprendido muchísimo y puedo afirmar cosas con mucha más solidez que antes. Pero todavía tengo más preguntas que respuestas. China es como un gran círculo infinito: con cada paso confiado que das, el círculo se amplía diez veces más, en direcciones complejas y apasionantes. Entender este país es una aventura inacabable.

Igual y distinto

China del 2015 y la de hoy son la misma y al mismo tiempo diferentes. China actual confía mucho más en ser una gran potencia tecnológica; al mismo tiempo, ha desaparecido entre los chinos esa perspectiva optimista de hace diez años, de crecimiento económico imparable. Llegué a China cuando todavía gobernaba Obama. Quien no ha cambiado –y parece que esto va a ir por largo– es Xi Jinping. Recuerdo tener que salir con la mascarilla puesta por la contaminación que inundaba las calles de Pekín; ahora, el cielo de la capital es azul, y el ruido más habitual es el zumbido de los coches eléctricos. Los chinos siguen igual: curiosos, templados y acogedores, con una mezcla de hedonismo mediterráneo e hiperactividad e informalidad americana. Los jóvenes son completamente adictos a las redes sociales, pero pueden recitarte en cualquier momento poemas de hace un milenio. El Partido Comunista Chino sigue siendo más marxista que confuciano. China sigue teniendo provincias con el PIB per cápita de Botsuana y estaciones de tren que parecen aeropuertos galácticos. Y la mejor gastronomía del mundo.

Desde que cogí ese vuelo, mi vida ha quedado ligada a China. Ahora mismo, afortunadamente, tengo un trabajo donde puedo investigar sobre el país. Pero no fue así durante muchos años. Durante ese tiempo, seguí viajando, estudiando y aprendiendo sobre China como quien cuida y hace crecer un jardín. Si hubiera querido resultados inmediatos, utilitarios y prácticos, habría abandonado hace tiempo. Pero un país que va tan rápido sólo lo puedes entender si no tienes ningún tipo de prisa.

stats