¿En China hay intelectuales libres?
Hace unas semanas visitó Barcelona a la persona que actualmente está contribuyendo más a difundir el pensamiento intelectual chino en el resto del mundo: el académico y traductor David Ownby. El portal del que es cofundador, Reading the China Dream, ha traducido decenas y decenas de textos de los intelectuales chinos que ahora mismo tienen mayor influencia en China. Una pregunta habitual que le hacen a Ownby es: ¿los intelectuales que viven en China realmente pueden hablar con libertad? Si no están encarcelados o en el exilio, ¿no son simples repetidores de la propaganda del gobierno?
En una pequeña reunión organizada por el grupo ALTER de la UOC–el núcleo más potente de investigación sobre China en Catalunya–, Ownby nos explicó que su proyecto busca salir de una dicotomía falsa que se repite en Occidente: que en China solo puede ser propagandista o disidente.
Hay una tercera categoría que, de hecho, es muy frecuente: los intelectuales críticos que tienen un pensamiento propio –muchas veces divergente del oficial–, pero que a la vez evitan ciertas líneas rojas –temas como la legitimidad del Partido, Xinjiang o Taiwán–. Cuestiones como la economía, la desigualdad, el género, las relaciones internacionales o el pensamiento intelectual pueden ser y son tratadas y publicadas en medios y publicaciones académicas chinos.
De hecho, en estas últimas décadas, ha existido una explosión de debate intelectual como rara vez se había visto en China. Ownby nos hizo un poco de cronología: si después de las Guerras del Opio y la semicolonización occidental de China, los intelectuales chinos del siglo XX veían a China como un problema a resolver, al iniciarse el siglo XXI esto cambió.
Los 2000 fueron años en los que China se consolidaba como potencia económica en auge y que vislumbraba un futuro donde podía jugar un papel decisivo en el mundo. Los intelectuales chinos saltaron a hacer propuestas sobre cómo transformar el país: escuelas como las liberales, la Nueva Izquierda o los neoconfucianos batallaban en el mercado de las ideas.
La llegada de Xi Jinping ha frenado esa eclosión de pensamiento. Muchos intelectuales que antes pontificaban en Weibo, el Twitter chino, ahora tienen que hacerlo en grupos de chat privados, más reducidos y con mucho menor alcance. Cuando escuchaba estos cambios recordaba el libro Red dust de Ma Jian, donde se explica el ambiente semiclandestino de los pequeños círculos intelectuales underground de China de los años ochenta. Pese a que Xi haya logrado reducir el debate, no ha sido capaz de reemplazarlo por ningún modelo ideológico dominante. Las publicaciones intelectuales no se detienen: nuevos temas como el feminismo o la crisis de la juventud china están cogiendo fuerza. China todavía sigue interrogándose sobre cuál es el futuro al que quiere aspirar.