Españoles, venezolanos y norteamericanos: atravesar medio mundo para defender a Ucrania

El ARA conversa con voluntarios extranjeros que luchan en primera línea de frente contra Rusia

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BarcelonaLas afueras de Kiev son una "ratonera". "Nos lanzan cuatro misiles por minuto", explica Wahari Urbina, venezolano que lucha con Ucrania. Wahari suele estar en un agujero en el suelo, junto a Carlos (nombre ficticio), un marine norteamericano. Una trinchera a menos de un kilómetro de las tropas rusas. Es bosque encalado por la nieve y quemado por el fuego enemigo. Lo hacen todo allí, comer –una olla en el fuego– y dormir –a veces en el mismo agujero–. Es el juego del gato y el ratón. "Los rusos avanzan por las zonas urbanas porque saben que no queremos dañar a los civiles", dice Wahari. De momento, no ha tenido un soldado ruso suficientemente cerca para dispararle y saber que lo ha abatido. Eso sí, no sabe las bajas que causa todo lo que dispara. Ellos responden "con fuego cuando hay fuego": "Son los rusos los que deciden atacar". Explican que hace un frío gélido y que suerte tienen de la comida que les llevan los vecinos. Pero siempre responden lo mismo: "Estamos entrenados para eso".

Luchan en una guerra que no es suya, pero tienen sus motivos para hacerlo. El de Wahari, volver a Venezuela. Hace tres años llegó a España. Ahora tiene 27. Era guardia marina del ejército venezolano, pero tuvo problemas –no los puede explicar– y tuvo que huir. También su hija de seis años y su mujer. "He vivido una migración y lucho para que no les pase lo mismo a los ucranianos". También lucha para que la democracia "gane en Ucrania" y algún día también "vuelva" a su país. "Para que mi hija pueda vivir". Se dirigió a la embajada de Ucrania en Madrid y al cabo de poco ya le habían puesto un coche que lo llevó hasta la frontera. Allí también estaba Carlos, que venía de Florida a pesar de que es de origen colombiano. Tiene 23 años y hace uno que ha acabado el contrato con los marines de los EE.UU.

En Lviv hay un centro de reclutamiento. Hay "todo tipo de gente y de todo el mundo". Allí te preguntan qué puedes aportar y firmas un contrato que te obliga a estar hasta que acabe la guerra. "Al tener tres hijos no me podía arriesgar a una guerra de tres años", dice Jaime (nombre ficticio), que viajó desde España hasta Lviv gracias a la embajada y con el objetivo de alistarse a pesar de que no tiene experiencia militar. Solo quería estar seis meses en el frente y volver, pero el contrato no le garantizaba el retorno. Entonces decidió no ir más allá de Lviv.

Jaime esperando en un campo de refugiados de la frontera

La sorpresa de Jaime también llegó cuando no vio en ninguna parte la cifra de 3.000 euros que, según algunos medios, les pagaban por ir a la guerra. Wahari y Carlos tampoco han visto ni un duro. Y mira que, una vez el ejército supo que eran militares expertos, los enviaron a hacer "misiones especializadas". No a cualquier lugar: a Kiev. Allí han firmado un contrato que no los vincula temporalmente.

El objetivo de Francisco Floro era firmar este contrato. Él es español y también contactó con la embajada ucraniana. Ha hecho el viaje por su cuenta, saliendo de Barcelona en avión. En la frontera se encontró con un amigo francés. "Tomé la decisión de estar con él", explica, y esto ha provocado un abrupto cambio de planes: en lugar de alistarse en Lviv cogieron un tren hasta Kiev y ahora están con los "georgianos": "Una parte del ejército donde también hay milicianos". En unos días irán al frente. Él, de hecho, ya tiene experiencias compartidas con milicianos, puesto que ha estado en el Kurdistán sirio luchando junto a los yazidíes, contra el Estado Islámico. Una vez llegue al frente luchará junto con Wahari y Carlos. Tiene pensado escribir un libro.

Francisco Floro en el aeropuerto del Prat antes de volar hacia la guerra

Francisco explica que para ir a luchar hay dos vías: la de la embajada, "más lenta pero más segura", y la de sumarse a una milicia. Un grupo que no esconde la intención de sumar nuevos miembros es el batallón Azov, que forma parte de la Guardia Nacional. Con presencia neonazi, sus llamamientos a alistarse llegan hasta grupos de Telegram españoles donde estaba el propio Floro. En el grupo también estaba Jonathan (nombre ficticio), que había optado por la vía de la embajada, pero tenía muchas dudas legales. Tal es la insistencia de Ucrania, que incluso un diplomático le ha hecho una videollamada para decirle que todo era legal. Pero ¿lo es? El ministerio de Interior y el de Defensa no tienen una respuesta clara y varios penalistas consultados por el ARA no lo ven delictivo. El diplomático ucraniano que lo llamó, también consultado por este diario, no ha querido hacer valoraciones.

Armados hasta los dientes

Lo primero que dicen Wahari y Carlos cuando descuelgan el teléfono es que Kiev no está ocupada por los rusos y que la ciudad está "blindada". "Está fortificada y llena de armas". Tienen AT-4 (un arma sueca antitanques), Javelin (un misil portátil británico), francotiradores y las metralletas que llevan siempre encima: Kaláshnikov, AK-47 y AK-74, todas de origen soviético. Solo les faltan más tanques. Les ha sorprendido la edad de los rusos, puesto que muchos "tienen 18 años y tienen mucho miedo". "Los rusos han perdido a muchos hombres", apunta Wahari, que añade que muchos civiles también han perdido la vida. Narran que entre las filas reina el optimismo. "Esta guerra la ganaremos 100%", dice Wahari.

Pero, como en toda guerra, han vivido muertes en directo y "muchos heridos de bala". Aun así, destacan la resistencia de los soldados ucranianos: "Hay [soldados] de 50 años que luchan como uno de 20". En unas horas volverán a ser delante del frente y avisan que no podrán contestar ningún mensaje. Los rusos los detectan por los móviles y, el último día, un misil les cayó muy cerca precisamente por este motivo: alguien se había dejado el smartphone conectado a internet.

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