Otra cumbre 'sin hamburguesa'
El encuentro entre Donald Trump y Vladimir Putin en Anchorage, Alaska, se podría describir perfectamente como otra cumbre sin hamburguesa. Tres horas de reunión, muchas fotos y alfombra roja, pero ningún acuerdo que frene la guerra de Ucrania. En la jerga política inglesa, la expresión nothingburger describe una situación que parece importante o cargada de interés mediático, pero que en realidad carece de sustancia ni consecuencias reales. Literalmente significa "una hamburguesa de nada", es decir, con apariencia de carne pero sin carne ni sabor. El término se atribuye a la columnista de chismes de Hollywood Louella Parsons, de los años 50, pero se popularizó especialmente después de la campaña presidencial del 2016, precisamente la que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca.
Ambos mandatarios no revelaron ningún detalle concreto de su conversación. Solo calificaron la sesión de "productiva" y evitaron responder a preguntas de los periodistas. Aunque no se esperaba gran cosa de la cita, ya que el gobierno de Trump había rebajado las expectativas en los últimos días, lo que sí quedó claro es que Putin sale reforzado y ganó tiempo en Ucrania. El presidente ruso ha logrado volver a la escena mundial después de más de una década como paria internacional, con sanciones, bloqueos financieros y exclusión de cumbres como el G-7 a raíz de la anexión de Crimea en el 2014 y la invasión total de Ucrania en el 2022. Y lo ha hecho sin ceder nada.
De hecho, Trump no solo no reprochó a Putin que iniciara una guerra que ya ha provocado cientos de miles de muertos y millones de desplazados, sino que le permitió presentar su versión sobre el inicio del conflicto reforzando implícitamente su narrativa. Además, se dejó enjabonar cuando Putin le dijo que si hubiera ganado en el 2020, no habría invadido a Ucrania.
La reunión, improvisada y de corta duración, tenía como objetivo superar el bloqueo que ha paralizado la mediación de Trump en Ucrania. Pero por lo poco que se sabe, de momento, sólo ha dado un respiro diplomático y una legitimidad renovada a Putin, que, además, ha podido moderar el tono beligerante de Trump de las últimas semanas. El presidente republicano había realizado llamadas públicas a aumentar el apoyo a Ucrania y había advertido sobre nuevas sanciones si Rusia no mostraba flexibilidad. "Quiero ver un alto el fuego temporal pronto", dijo a los periodistas en el Air Force One antes de volar hacia Alaska. "No sé si va a ser hoy. Pero no estaré contento si no es hoy" añadió.
No llegó el viernes y no parece que llegue en un futuro próximo. En la rueda de prensa, o mejor dicho durante sus declaraciones ante las cámaras y periodistas, las amenazas veladas de Trump desaparecieron por completo, sustituidas por una atmósfera de cordialidad y de elogios mutuos.
Sin embargo, para Ucrania y sus vecinos europeos, el no acuerdo en las negociaciones comportó un cierto alivio, ya que se temía que Trump cediera a algunas de las demandas territoriales de Putin y obligara a Zelenski a aceptar una pérdida significativa de territorio. Esto ha quedado, al menos de momento, evitado, pero sin compromiso tangible de fin del conflicto o tregua temporal. En este contexto, la reunión es un claro ejemplo de cómo la diplomacia escénica puede tener efectos reales sobre la percepción internacional sin generar cambios inmediatos en el terreno.
Efecto simbólico
El encuentro evoca las diversas cumbres entre Kim Jong-un y Donald Trump, empezando por Singapur en 2018, seguida de Hanoi en 2019 y la breve reunión simbólica en la Zona Desmilitarizada el mismo año. Esas reuniones marcaron la primera vez que un presidente estadounidense se encontraba con un dirigente de Corea del Norte, con grandes promesas de desarme nuclear y gestos espectaculares de reconciliación. Sin embargo, ninguna de estas cumbres produjo avances sustanciales: Pyongyang continuó desarrollando sus capacidades nucleares y no hubo compromisos verificables.
En este sentido, la cumbre de Alaska se enmarca en un patrón claro: reuniones apresuradas, sin preparación adecuada y con objetivos difusos, que acaban teniendo un efecto simbólico más que práctico. La política exterior se convierte en un escenario teatral, en el que las cámaras y los gestos protocolarios tienen más peso que los compromisos firmes. Trump no ha terminado la guerra en un día, y es evidente que, con encuentros como éste, será difícil ver un avance real hacia el final del conflicto. Es necesario que la próxima cumbre incluya a todos los actores implicados, especialmente el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, para que la cruda realidad de las cumbres sin hamburguesa es ésta: mucho humo, poco contenido y un futuro incierto.