Análisis

El alivio y la realidad

Ni el macronismo, ni la derecha convencional, ni una izquierda fracturada han conseguido afrontar el malestar en una sociedad instalada en la desconfianza

El presidente Emmanuel Macron ha salvado los muebles, con un resultado (58,8/41,2) que mejora las expectativas del día siguiente a la primera vuelta pero que queda lejos tanto de su victoria de hace cinco años (66,1/33,9) como del contundente resultado de Chirac sobre Le Pen padre (82,06/17,94). La noticia genera alivio, pero sería un grave error quedarse aquí, como si nada hubiera pasado. Los titulares de estas elecciones ya los dio la primera vuelta: derrumbe de la derecha heredera del gaullismo y del partido socialista, que desaparecen de la escena política; normalización de la extrema derecha durante un mandato en el que Marine Le Pen ha crecido en reconocimiento y credibilidad a pesar de que el cambio en las formas no borra el fondo de un programa que rompe con la Unión Europea, amenaza a los residentes no franceses dando carta de naturaleza legal a la discriminación en favor de los nacionales y anuncia una inquietante idea de estatalización de la economía.

Ni el macronismo, ni la derecha convencional, ni las diferentes expresiones de una izquierda fracturada y dispersa han conseguido afrontar el malestar en una sociedad instalada en la desconfianza permanente. Macron intuyó el derrumbe de los grandes partidos y huyó corriendo. Pero ni ha avanzado en una nueva articulación de la República ni ha conseguido reducir las fracturas que han conducido el desplazamiento hacia la confrontación identitaria, que en Francia parecía que no era la cuestión y que se ha acabado traduciendo en una querella entre soberanistas y europeístas, el signo diferencial del macronismo.

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Y mañana, ¿qué?

A partir de mañana, ¿qué? La pregunta interpela a los franceses, pero también a todo Europa. Se multiplican los signos de que la democracia está en peligro. Es hora de dar un paso más allá. ¿Se le pedirá a Macron que impulse la reforma de las instituciones francesas, un régimen piramidal que emana de la presidencia República como poder supremo, que evoca la extraña figura de un monarca legitimado regularmente por el sufragio universal? La nación aparece con fracturas profundas: territoriales (las grandes ciudades frente a las periferias urbanas y al mundo rural), de clase (con unos sectores populares y de antiguas clases medias desbordados por un mundo que no los reconoce), de cultura y de procedencia. ¿Macron tiene un plan para coserlas? Desde sus mundos opuestos, Le Pen y Mélenchon han coincidido en apuntar desde ya a las elecciones legislativas como tercera vuelta electoral. La batalla continúa. Y cuesta ver brotes verdes que permitan pensar que hay un plan de reconstrucción de un régimen con señales de desbordamiento.

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Estas elecciones han confirmado una crisis francesa que es europea. Y que no es coyuntural, porque el problema es estructural. Me da vergüenza repetirme, pero no podemos obviar la cuestión clave: la democracia moderna está en peligro. Y hace tiempo que lo sabemos y no se quiere reconocer, que es una manera de seguirla debilitando. Su éxito y su permanencia han sido el fruto de un raro equilibrio histórico entre tres factores: un marco, el estado nación; un sistema económico, el capitalismo industrial; y un régimen político, la democracia liberal. Los dos primeros ya no son lo que eran y el tercero tambalea. ¿Es sostenible la democracia liberal? ¿Cómo se la puede hacerla evolucionar para mantener a salvo los derechos y las libertades antes de que el autoritarismo postdemocrático se imponga? Esta es la cuestión de fondo. Y si no lo afrontamos las derechas autoritarias tendrán un largo camino por delante. La interpelación viene de Francia; ¿podemos confiar que después de estas elecciones también vendrán señales útiles para el futuro?